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Los cuatro alumnos del Seminario Menor dan un soplo de aire fresco al Obispado de Segovia. La idea es que tengan un espacio para sus estadios y fomentar sus valores cristianos. «Tratamos de dar una educación integral en lo humano, comunitario, académico y espiritual», ... apuntan en la Diócesis. Sin grandes pretensiones: el objetivo simplemente es que entiendan la opción sacerdotal y que no la descarten de cara al futuro.
Antonio, con 14 años, es el mayor de los tres hermanos Del Pozo y el primero en apuntarse al seminario, hace ya dos años. El sacerdote de Samboal, su pueblo, le animó, aunque solo fuera por probar. «Yo tenía algunas inquietudes y me preguntaba si ser sacerdote sería una opción». Antes, quería ser químico; ahora, también le llama ser ingeniero aeronáutico. «Yo en misa estoy bien, me siento tranquilo. Me olvido de todos los problemas que tenga fuera».
Sus dos hermanos mellizos, de 12 años, siguieron sus pasos. Primero, Aitor –el curso pasado– por razones académicas. «Se estudia mucho mejor aquí. Tengo el horario puesto; en casa podía hacer lo que quisiera y dejaba los deberes para última hora». Le siguió este año Nicolás, pensando también en mejorar sus estudios. ¿Echaba de menos a su mellizo? Mientras repasa su libro de biología, acaba asintiendo sonriente a la pregunta.
Juan Pablo Oviedo, de 14 años, es el verso libre. «Los hermanos son muy majos. Pensé que iban a ser bordes, pero no», bromea. Este colombiano va todos los domingos a misa con su madre o su abuela y quiso probar el ambiente. Comparte la filosofía de Antonio. «Es un sitio silencioso en el que puedes reflexionar y meditar. Te desahogas».
Su día a día arranca a las 7:10 de la mañana. Se asean, hacen la cama, bajan a la oración, desayunan, se visten y van al instituto; los hermanos a las Concepcionistas y Juan Pablo al Claret. A la vuelta, comen los cuatro juntos. Uno de ellos es el encargado de recoger la mesa –hay un cuadrante con los turnos– y descansan media hora. Por la tarde, una hora de estudio. La idea es que alternen actividades, por eso los martes y jueves toca deporte: siempre fútbol. Lunes y miércoles, clases de apoyo de inglés y matemáticas. De vuelta, otra hora de estudio. A las ocho bajan a la capilla a la misa de la tarde y después, cenan. Hay un pequeño gimnasio con pequeñas máquinas y una mesa de ping pong. El viernes por la tarde, después de confesarse, vuelven a casa para el fin de semana. Regresan el domingo por la tarde.
Además, hay convivencias, aprovechando los puentes. Desde las tradicionales en Las Navillas con las monjas de La Asunción a viajes como el de los últimos carnavales a Caravaca de la Cruz y gran parte de Murcia. Suelen hacer alguna peregrinación, principalmente a Lourdes o Fátima. Más otros viajes más esporádicas como Ciudad Rodrigo. El pasado verano, fueron a la playa en un campamento de ocho días.
Para ilustrar cómo entienden su vida los compañeros de clase, Nicolás pone un ejemplo. «Un amigo se quedaba alucinado, que no podría estar sin ver a sus padres. Yo le dije: 'Tienes que tener fe'». Él echa de menos a 'Sancho', un labrador negro de cuatro años. Aitor añora la nave de su abuelo, donde cuidaba de pequeño a los caballos. Juan Pablo lo tiene claro: «La Play».
Los tres hermanos también podrían forman una banda atípica con dulzaina, trompeta, batería –viste de lo lindo la habitación de Aitor– y saxofón. La música no es su opción profesional predilecta. Nicolás se ve como astrónomo o ingeniero de robótica, Juan Pablo quiere estudiar medicina en Oxford o Harvard. Aitor, algo relacionado con el automóvil, ya sea como ingeniero o como piloto. Mientras, Antonio perfila su camino sacerdotal y se ve estudiando teología dentro de una década.
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