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Amanda García celebra su triunfo en el campeonato de España. El Norte
La campeona de España juvenil de triatlón que no respira bien

Segovia

La campeona de España juvenil de triatlón que no respira bien

Amanda García repasa su triunfo con 16 años pese a sus problemas con el flato y su apuesta por dejar su hogar para entrenar en Valladolid

Jueves, 17 de octubre 2024, 19:35

Para no respirar bien «por ningún lado», Amanda García no es lenta. Esta espinariega del Triatlón Lacerta se proclamó en agosto campeona de España juvenil de triatlón en Banyoles (Girona) en su primer año en la categoría, con las cintas para facilitar la respiración, con problemas de flato que le impidieron entrenar como querría. Ya es una de las promesas del deporte de los tres deportes –con cada uno tiene una relación especial– a falta de pasar en noviembre por el quirófano. Como el aire empiece a fluir sin obstáculos, que tiemblen las rivales.

Una chica de 16 años que deja la comodidad de su hogar y cambia su habitación con cama de matrimonio por un cuarto compartido. La tortilla de patata de su madre por tres días seguidos comiendo pollo, una receta que recibe las críticas unánimes en la residencia del Centro de Tecnificación Río Esgueva de Valladolid. «Te tiene que gustar eso», así resume su compromiso. Y la convivencia con gente que ve el mundo con sus ojos, que odian la carrera progresiva –un entrenamiento en el que sube el ritmo hasta llegar a un pico para luego desacelerar poco a poco–, un concepto que a sus amigas de El Espinar les suena a chino. Las echa de menos, como a su familia, aunque las dos llamadas diarias con mamá son sagradas. Y vuelve siempre que puede, casi todos los fines de semana.

El primer deporte de Amanda fue la natación: aprendió en las escuelas municipales, no recuerda su vida sin nadar. Aunque es lo que peor se le da, pues lo dejó para empezar a correr y cuando volvió perdió el tono. Ahora trabaja la técnica seis días a la semana, el lento proceso para estirar los brazos, para ganar fuerza en ellos, la odisea de restar segundos al agua. Porque su historia como triatleta es salir rezagada del agua y recuperar tiempo en el ciclismo y en la carrera. «Me sigue pasando, pero ya no soy tan mala».

La segoviana, durante un entrenamiento. El Norte

Tras salir del agua en décimo noveno lugar (11m33) en el campeonato de España, fue recuperando tiempo sobre la bici, hasta marcar el segundo mejor tiempo (32m23s) y llegó en el grupo de cabeza a la carrera a pie (20m24s), imponiéndose por solo dos segundos a Sue Castelló. Así resolvió un recorrido de 750 metros de natación a una vuelta, más de 20 kilómetros de ciclismo a tres vueltas para acabar con casi 5.000 metros de atletismo. «La carrera me daba mucho miedo porque he estado entrenando todos los días con flato. Cuando hacíamos el giro de 180 grados, miraba para atrás en cada vuelta. Nos quedamos tres y dije, ya tengo el podio asegurado. Al final, nos íbamos adelantando y no sabía lo que iba a pasar. No podía más. Pero en la recta final apreté todo lo que pude, tengo buen sprint».

El colofón a una infancia muy deportiva, desde la escalada a la gimnasia rítmica, y un padre que practica a los tres sujetos del triatlón. Su hija empezó con la bici de montaña –en el club local, el Caloco– y se pasó a la de carretera cuando el triatlón llamó a su puerta. La habilidad del monte le da seguridad para manejarse en el asfalto. Suele entrenar con el grupo de tecnificación –unos ocho triatletas–, aunque por el pueblo a veces va sola. «A mi madre le da mucho miedo que vaya sola. A mí a veces, depende de los coches y de la carretera. Me da más miedo en Valladolid que allí».

Juntar los tres fue casi casual. «Entrenaba por libre, no me preparaba para un triatlón». La competición fue su guía: descubrió el placer de vencer sus primeros duatlones –ciclismo y carrera, ganaba casi todos, salvo un día que se perdió, llegó segunda y cogió un buen cabreo–, no se le dio mal sumar la natación –debutó con un bronce en La Lastrilla– y se lo tomó más enserio después de la pandemia porque el club del pueblo abrazó el triatlón. Tras un año entrenando sola de aquella manera, pidió la beca para el Río Esgueva y está iniciando su segundo curso en la residencia. «Lo llevábamos pensando muchísimo tiempo porque estábamos todos los días yendo a Segovia».

«Me pongo súper nerviosa antes de tirarme al agua, me da miedo que no salga bien. Me presiono yo sola»

Y ha mejorado sus tiempos. En natación ha pasado en 100 en 1m12s a 1m08s y en 400 de 5m55s a 5m18s. El primer plato de un triatlón. «Me pongo súper nerviosa antes de tirarme al agua, me da miedo que no me salga bien. Pero vamos, que me presiono yo sola». Las transiciones entre un deporte y otro también se entrenan. «A veces me atasco», reconoce. «Sé que las primeras las tengo que hacer bien porque no salgo bien del agua, son segundos que cuentan».

Contra esos segundos lucha cada día desde que suena el despertador a las siete. Desayuno en la residencia, paseo de 15 minutos al instituto, vuelta a comer y a hacer las tareas para transformarse a eso de las cinco de la tarde en deportista para los entrenamientos: rodajes de carrera, técnica en la piscina, cuestas con la bici y sí, de vez en cuando, esa maldita carrera progresiva. Hasta pasadas las ocho. Cena a las nueve, la obligada llamada familiar y a la cama. Una vida disciplinada y, a la vez, compartida. «Es gente que hace lo mismo que tú y te entiende». El lenguaje de los segundos y del sufrimiento. Y en tres deportes.

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