Aunque solo haya dos cambios de hora al año, la labor de vigilar el correcto paso del tiempo requiere de un constante sacrificio. La paciencia guía al relojero de los palacios reales de La Granja y Riofrío en el delicado momento de poner a punto ... los más de 80 relojes que custodian entre sus paredes. El segoviano Juan Serrano es el encargado de actualizar al horario de verano cada una de las piezas, de gran valor histórico y patrimonial, que durante siglos admiraron nobles y reyes. Hoy, cada una de las agujas anotan las horas, minutos y segundos gracias a su esmero.
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La mayoría de las esferas medidoras del tiempo son de procedencia francesa e inglesa. Las que se corresponden con este último origen son los más afamados. También los hay suizos, austriacos y alemanes. No importa su complejidad o estado, el relojero de Patrimonio Nacional conoce los secretos que aguardan cada una de las 80 esferas adquiridas por reyes y conservadas en la provincia de Segovia.
80 relojes
custodian los palacios de La Granja y Riofrío de los 575 que conserva Patrimonio Nacional.
Su taller, ubicado en la zona abuhardillada del Palacio Real de La Granja, ha testimoniado una mayor actividad de lo habitual en los últimos días. En una sala con varios utensilios y herramientas, tornos y líquidos, motores y péndulos, Serrano ha trabajado laboriosamente durante horas para corregir cada fallo y revisar cada detalle de los relojes que tanto admira. El silencio es su compañero, con excepción de las sonerías que irradian de ellos a determinadas horas del día, que avisan de que la llegada del verano se aproxima.
En la madrugada de este domingo, a las dos serán las tres. Ante ello, el relojero pasea por cada una de las salas de la residencia real para adelantar cada una de las manecillas ante la curiosidad de los visitantes. «Con el horario de verano tardo menos que con el de invierno», asegura Serrano. Esto se debe a que los relojes no se pueden retrasar, solo hay un pequeño margen para ello. De modo contrario, «se pueden romper», subraya.
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Por tanto, en octubre, hay que dar la vuelta entera. En los relojes ingleses, es necesario escuchar cada uno de los avisos -cuartos, medias y en punto- del reloj antes de avanzar. «Ya estoy acostumbrado, aunque se necesita mucha concentración. Hay veces que si tengo un mal día me cuesta más y es hasta mejor dejarlo», bromea el relojero.
Natural de La Granja, el restaurador empezó a conocer las entrañas del Palacio y de sus relojes en 1990. Desde ese momento, no hay secreto que se le resista, ya sean esculturas o elementos arquitectónicos. Sin embargo, no tiene reparo en mostrar la debilidad que siente por las esferas, aunque también por la cáscara que las rodea. Durante años ha limpiado auténticas joyas patrimoniales, como figuras de bronce y pavonado o cajas de caoba cinceladas.
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«En el pasado se hacían barbaridades, como limpiar los relojes con agua y jabón en la fuente», sostiene. Su pulcritud nada tenía que ver con la de ahora, cuando se sirve de líquidos especiales que dejan los engranajes dorados relucientes, como si fueran auténticos espejos de oro. Para ello, es necesario realizar constantes tareas de mantenimiento y revisión que se suman a las hazañas cotidianas. No hay que olvidar la necesidad de darles cuerda. «Normalmente duran entre siete y quince días», subraya. Pero otros de pie permanecen en funcionamiento más de 400. «Casi te olvidas de ellos», añade.
Solo se libran de esta faena los dos relojes de sol que se encuentran en balcones del edificio palaciego. Se trata de esferas de bronce que datan del siglo XVIII y que además de las horas marcan las direcciones, estaciones, días y meses. Uno de ellos, a la izquierda del gran medidor del tiempo situado en la torre, «un auténtico trabajo de herrería de 1851 y procedente de Bilbao que funciona con motores de pesas», detalla Serrano, cuya estridente sonería avisa de las horas a los granjeños.
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En la mayoría de los casos, las piezas con las que trabaja el relojero son muy antiguas. Hasta sus muelles conservan la firma de sus creadores. «Si se rompe una pieza, ya no la encuentras, hay que hacerla en torno de manera artesana», declara. Bajo el lema de «nunca tantos debieron tanto a tan poco», Serrano recuerda a los reyes de la Casa de los Austrias y la de los Borbones por su gran afición por los relojes. Los mayores apasionados fueron Carlos III y Carlos IV, lo que explica que la mayoría de las piezas procedan de su reinado.
Hasta bien entrado el siglo XVII, las esferas no se extendieron entre la sociedad. «A las gentes les importaba poco conocer más exactitudes que las estrictamente fisiológicas, les sobraba con el instinto, la luz y las sombras», puntualiza Serrano. Todo cambió a raíz del auge de los navegantes conquistadores en el mar, ya que requerían conocer con exactitud la hora con herramientas precisas e indiferentes al oleaje. «En muy poco tiempo habría un reloj al alcance de todos», concluye.
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