Uno de los rincones del Bosque de Riofrío. Antonio Tanarro

Segovia

El Bosque de Riofrío reduce a un cuarto su fauna para tratar de conservar el hábitat

El censo de gamas y ciervos, que superaba el millar a finales de siglo, se estabiliza en 227 para permitir la regeneración del monte

Domingo, 29 de octubre 2023, 00:33

El reto de un ecosistema es encontrar el equilibrio entre la población y lo que el monte es capaz de producir. El fin de la caza en el Bosque de Riofrío –los últimos tiros se pegaron en el primer tercio del siglo XX– elevó la ... población de gamos, ciervos y hasta corzos por encima de las mil cabezas en la década de los 90. En pos de dar un mayor nivel de vida a los animales y de asegurar la sostenibilidad de su entorno, el lugar ha vivido estas tres décadas una reducción gradual de su fauna hasta los 227 ejemplares del año pasado. Las buenas condiciones de la zona garantizan que no falten animales, así que los sobrantes encuentran destino en lugares donde la naturaleza tiene más vacantes.

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El Bosque de Riofrío tiene 650 hectáreas, pero si descontamos el espacio del Palacio quedan unas 480 para la naturaleza. Cada especie vegetal aporta una serie de nutrientes –por ejemplo, la bellota– en busca del número de unidades forrajeras que ofrece el monte al año. El cálculo es que un animal 625 de estas unidades por hectárea y año; así se hace la ecuación entre lo que produce un lugar y sus consumidores. Un número que incluye un cierto margen para que haya una regeneración natural. La densidad de animales tiene riesgos añadidos: a mayor número, más riesgo de contagio en enfermedades como la tuberculosis.

La reducción de animales en Riofrío hasta los 171 gamos y 56 ciervos del año pasado ha sido gradual. «Ha habido años de muchísima demanda de otras fincas, así que hemos podido repoblar otros sitios y mejorar sangre», subraya Mercedes Moreno, veterinaria de Patrimonio Nacional. Por ejemplo, granjas cinegéticas. La movilidad de animales trata de combatir la consanguineidad y sus efectos secundarios. «Se ve a través de defectos muy sutiles que se van repitiendo». Por ejemplo, una cornamenta más pequeña. Ahora hay un macho por cada hembra, un ideal para la diversidad frente a otros modelos en los que un solo macho puede fecundar hasta 50 hembras.

El Palacio de Riofrío emerge sobre la fronda. Antonio Tanarro

Aumentar el espacio vital de un animal favorece a su salud. «Un animal que está mal alimentado no expresa su potencial genético», subraya Moreno. La sobrepoblación producía ejemplares más pequeños, con cuernas muy livianas. Si un animal consume por encima de las posibilidades de su entorno, el monte no es capaz de reproducirse. En esencia, se está comiendo su propia casa. «Ahora se hace una gestión mucho más cuidadosa, pensando en la conservación. Si estás en un sitio en el que no se puede cazar, tendrás que poner los medios adecuados para seguir sacando animales. Tienes que regular la población».

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En pos de la salud del colectivo, la veterinaria asume la tarea de retirar de circulación a los animales defectuosos a través de un programa de vigilancia sanitaria. Habla de «características incompatibles con una vida digna» como una pata rota en una pelea durante la berrea o malformaciones repetidas en la cornamenta. El ideal genético tiene forma de corazón y en el bosque hay ejemplares «defectuosos» –la de uno de ellos se parece a un manillar bicicleta– a los que sacrifican «de una forma humanitaria». Ocurre con animales extremadamente delgados, un síntoma claro de enfermedad.

La reducción de animales en Riofrío hasta los 171 gamos y 56 ciervos del año pasado ha sido gradual

Riofrío favorece la conservación porque tiene un muro de mampostería que rodea toda la finca. Apenas hay intercambio, salvo algún corzo que se cuela y pasa a formar parte de la fauna controlada –hay cerca de una decena– y los pasos habilitados para pequeña fauna como conejos. Un oasis para muchas especies «Hay fincas de alrededor que cazan. ¿Qué buscan los animales? Tranquilidad, agua y alimento». El espacio es suficiente para que gamos y corzos, habituales competidores en busca de comida, convivan sin problemas. Los atropellos en la carretera que atraviesa la zona son muy ocasionales y leves debido al límite de velocidad.

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Los responsables del espacio están elaborando estas semanas el censo anual. En la práctica, hay un seguimiento diario de dos vehículos en paralelo y cuentan a los ejemplares en las zonas más abiertas. Frente a otros lugares más boscosos, el margen de error es mínimo –hay lugares en las que para calcular la población real de jabalíes hay que multiplicar por siete– tras calcular la media de los animales durante, al menos, 15 días. «Es como contar las cerezas o las manzanas de una cesta», resume uno de los encargados de la tarea.

El apareamiento empieza cuando se equilibran las horas de luz y de oscuridad –el equinoccio de otoño–

El trabajo de los veterinarios se lleva a cabo en unas instalaciones donde toman, por ejemplo, muestras de sangre. Utilizan alimento para atraerles a un potro de inmovilización con una trampilla: el animal se queda colgado y los profesionales trabajan a través de unas ventanas laterales. Están 48 horas en observación para hacer dos lecturas de muestras y descartar la tuberculosis. «Tenemos mucha suerte porque esta es una fina muy sana». Así empieza su traslado a otra finca o simplemente vuelve a hábitat tras pasar el reconocimiento.

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Los animales no tienen nombre, pero sí numeración. Los ejemplares con los que los veterinarios trabajan de forma directa en el 'capturadero' llevan un crotal –un plástico de identificación bovina– para atribuirle determinada muestra de sangre. La alternativa –algunas fincas rechazan ese método– es el microchip. El requisito legal es que al menos un 25% de la población se someta a estas pruebas sanitarias, aunque ha habido años que han llegado hasta más del 70%. «Si puedo hacer más pruebas, las hago. A mayor muestra, mayor seguridad. Depende de la disponibilidad de personal que tenga y del tiempo».

La elección de los ejemplares es aleatoria y el proceso se hace entre noviembre y marzo, respetando su época de paridera (junio, tras embarazos de unos ocho meses) y de desmogue, la pérdida de la cornamenta (marzo). Los veterinarios han perdido permiso a Medio Ambiente para capturar en julio y agosto porque en la mejor época para trabajar con los machos, pues aún no tienen cuernos. «Si ves alguno defectuoso, es el momento de retirarlo porque así no cubre a las hembras y no transmite el defecto».

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Las buenas condiciones de la zona, de 480 hectareas para la naturaleza, garantizan que no falten animales

El apareamiento empieza cuando se equilibran las horas de luz y de oscuridad –el equinoccio de otoño–, el resultado de unos procesos químicos. La hembra segrega hormonas; el macho lo recibe a través de estímulos olfativos y responde con testosterona. «Si quieres mejorar sangre pones dos machos por hembra porque te aseguras que la va a montar el más fuerte». Hay factores que lo favorecen la berrea como la humedad o el viento, que transportan mejor las feromonas, que haya menos horas de luz y que las temperaturas no sean altas.

Los movimientos entre áreas están restringidos para no expandir enfermedades y la naturaleza, con una mortalidad natural –accidentes, patologías letales– en torno al 10%, se va regulando. Cuando hay población sobrante, hay que buscar soluciones; por ejemplo, a través de un suplemento de alimentación o aumentar los cupos de cacería. Aunque la preservación animal es fin suficiente, ellos hablan de la salud humana, pues un gran número de las patologías son compartidas. «Estamos siempre vigilantes a las enfermedades emergentes». Enseñanzas de la pandemia: aislar al virus y evitar aglomeraciones. También en la fauna.

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