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Aunque alabada por la estampa que en invierno arroja, cubierta por la nieve, Segovia constituye un festival para los sentidos durante las estaciones intermedias. Es un lujo disfrutarla en primavera y otoño por la eclosión de colores y matices que desprende. Tras un invierno crudísimo, la temperatura bonancible ya permite disfrutar apaciblemente de la ciudad, que parece desperezarse poco a poco, en el dulce regazo de los días abrileños. Antonio Machado solía quejarse del estado de las calles de Segovia, especialmente del empedrado, tan dañino para su pies, y decía que parecían hechas para cascos de caballo. El poeta conoció los bancos que marcan la elipse de la Plaza Mayor, y a buen seguro que más de una vez se sentó en alguno, de cara al teatro Juan Bravo, la Catedral o las Casas Consistoriales, en cuya balconada celebró el advenimiento de la República; pero, sin duda, en sus cotidianos y tortuosos desplazamientos al instituto, don Antonio echó en falta algún asiento como los que ahora tiene el Azoguejo, tan cerca de la cuesta que conduce al instituto. No es difícil encontrar en esta Segovia de hoy bancos con vistas monumentales. Valga este recorrido para hacerse una idea de las muchas opciones que segovianos y visitantes tienen para disfrutar de la ciudad reposadamente.
El Azoguejo. Las terrazas empiezan ya a dominar el paisaje del Azoguejo. Pero hay tres bancos, también de granito y con respaldo de hierro, delante del edificio de Santa Columba. El Acueducto queda a la izquierda y la manzana de Cándido, enfrente. En el lado oriental del monumento, en la avenida del Padre Claret, el Ayuntamiento instaló un banco metálico tras la construcción del aparcamiento, pero es raro verlo ocupado, aunque permita disfrutar de las panorámicas más completas de la obra romana. Será que no es un lugar demasiado tranquilo. El tránsito de los coches, los accesos al aparcamiento y la proximidad de la rotonda juegan en contra. La plaza Oriental sigue inconclusa y los peatones todavía no han tomado posesión de ella, pese a los esfuerzos municipales por alejar el tráfico de los arcos.
Avenida del Acueducto. Ofrece múltiples alternativas para hacer un alto en el camino , y no todas pasan por sentarse en las terrazas de los bares y cafeterías que salpican la avenida. Los bancos de piedra existentes en la mediana suelen estar siempre muy concurridos, pero también son cómodos los pretiles de San Millán y el banco corrido que circunda el jardincillo situado junto a las escaleras del Carmen. Sentarse en cualquiera de estos lugares equivale a ver la vida pasar. De hecho, la existencia cotidiana de esta Segovia de nuestros días desfila por la avenida del Acueducto.
La Calle Real. Las calles de Cervantes, Juan Bravo e Isabel la Católica son vías peatonales y comerciales, pero de paso. El banco de piedra adosado a la Casa de los Picos da la opción de sentarse. Por las mañanas suele estar ocupado por los muchachos de la Escuela de Arte y Superior de Diseño; por las tardes, los inquilinos son otros, gentes que paran cinco minutos para descansar. Idéntica función tienen los bancos de hierro adosados al atrio de la iglesia de San Martín, de espaldas al templo. El entorno es maravilloso, aunque para deleitarse con la belleza de la plaza de Medina del Campo haya que mirar a la izquierda.
Paseo del Salón. Conviene bajar al paseo del Salón a través de la calle y la puerta de la Luna. Los bancos de hierro y madera de este remanso de paz y sosiego han sobrevivido a numerosas corporaciones municipales, pese a haber sido objeto de los vándalos en múltiples ocasiones. Más de una vez ha tenido el Ayuntamiento que sustituir el travesaño de madera que hace las funciones de respaldo, pero el modelo está muy integrado en el paisaje y no hay quien encuentre relevo. Es ideal bajar al Salón a leer o reflexionar, a cualquier hora del día, en primavera y otoño. En verano, es preferible hacerlo con la fresca. El rumor del agua que corre por la acequia contribuye al solaz.
Plaza Mayor. Los bancos que Machado alcanzó a conocer siguen en su sitio, en torno al quiosco de la música. Son de piedra y tienen un respaldo de forja en medio. Cabe, pues la posibilidad, de sentarse hacia el templete o hacerlo hacia el exterior. La contemplación de la Catedral proyecta un espectáculo inigualable.
Jardines de la Merced y Fromkes. La vieja Segovia cuenta con innumerables espacios ajardinados donde sentarse a descansar es un pequeño lujo. Los jardines de la Merced y de Fromkes, ambos en el barrio de las Cononjías, son dos buenos ejemplos. Al primero se llega descendiendo por la calle de Daoiz, en dirección al Alcázar. El agua de la fuente pone la música y el entorno, el deleite para la vista. La iglesia de San Andrés cierra una plaza con reminiscencias literarias. En ella hay un busto de Rubén Darío y dos placas, una dedicada a Santa Teresa, en la fachada del convento de las carmelitas que la mística fundó, y otra a Ramón Gómez de la Serna, escritor enamorado de Segovia.
Plaza de la Reina Victoria Eugenia. Recién comenzado el mes de junio de 1928, Antonio Machado conoce a Pilar de Valderrama en el vestíbulo del hotel Comercio. La poetisa acude con una tarjeta de presentación que entrega a su admirado maestro. Machado queda prendado de la mujer y ahí empieza una historia de amor más platónico que físico. La futura Giomar invita a don Antonio a cenar en el 'restaurant' del Comercio la noche siguiente, y la cita se prolonga con un paseo por las callejuelas de Segovia que ni Valderrama ni Machado olvidarán jamás. La extraña pareja camina despacio hasta la plaza de la Reina Victoria Eugenia, antesala del Alcázar. La noche es clara y tibia y el cielo está completamente estrellado. Señala Ian Gibson en su libro 'Ligero de equipaje' (2006) que aquel fue un momento estelar en la vida del autor de 'Campos de Castilla'. Verdaderamente, esta plaza segoviana es uno de los rincones más románticos de la ciudad. Nada como pasear por el jardín, a la caída de la tarde, y sentarse en uno de los bancos para admirar el juego de colores que el ocaso deja en el horizonte.
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Cristina Cándido y Álex Sánchez
José A. González, Sara I. Belled y Cristina Cándido
Borja Crespo y Lidia Carvajal
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