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A Balbina Vicente, su sacrificio y su lucha por salir adelante con una sonrisa, con un 'gracias', un 'de nada' y un 'por favor' aunque no sea clientela de su tienda, le vienen de familia. «Éramos un hogar muy humilde, mis padres me enseñaron que ... nadie era más que nadie en la vida, y esos valores son los que he tratado de transmitir a mis hijos», subraya la tendera. Cerca de cuarenta años lleva esta mercera hinchando su felicidad con cada jornada de trabajo. Era la quinta de nueve hermanos «Todos hemos trabajado muchísimo», repite la receta de llegar a esta edad en activo y sin visos de jubilarse, aunque la intenten convencer. Pero su rutina es su alegría y su forma de vida.
El esfuerzo de sus padres hizo que «nunca nos faltara nada básico». Esa herencia del sacrificio cotidiano es el legado que a ella también le gustaría dejar, comenta con humildad . De aquella infancia «dura pero bonita», recuerda cómo «mi padre decía que si no sabíamos seguir una conversación, lo mejor era callarse, que eso era cultura también». Por ello, añade, «he aprendido más de los errores y de ahí también la capacidad de lucha».
«Aprendí a coser para que mis hermanos pudieran ir bien», evoca de esta forma cómo la familia se ayudaba entre sí, a pesar de las penurias. Desde pequeña «aprendí a ser una luchadora», cuenta la tendera cuellarana. Esa valía le abrió las puertas de Las Eras, una conocida fábrica de la zona dedicada a barnizar muebles. Los jefes vieron que tenía el carisma suficiente como para encargarse de las ventas en el almacén y confiaron en ella para dejarla una pequeña tienda «que tenía mucho éxito en Cuéllar». Ese recoleto comercio de toda la vida es su mercería, Balbi.
«No creo que por ser mujer me hayan tratado mejor o peor, me han respetado», reflexiona. «Mi marido no cogía el coche, así que dos veces al mes me iba como un rayo a las cinco de la mañana a Madrid, a León o al lugar que fuera para coger lo más bonito», revela. «Me levanto a la seis de la mañana, dejo la casa organizada y ahora, con lo de la pandemia, voy a las nueve a tienda a desinfectar y ordenar todo para abrir; luego vienen mis sobrinos a comer, comemos todos juntos y da igual lo que les haga, siempre me dan un diez», sonríe. «Cuando me dicen que podría estar en casa y retirada después de todos estos años de trabajo, les digo que no, que soy muy activa y que disfruto con la tienda, no me canso».
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