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Las ayudas sostienen 44 bares en pueblos con menos de 200 habitantesLa hostelería privada prácticamente ha desaparecido de los pueblos con menos de 200 habitantes, una cifra que ya sirve de umbral a partir del cual un bar no es rentable. Es la que ha elegido la Junta de Castilla y León para subvencionar con 3. ... 000 euros a los establecimientos generalmente municipales de 44 localidades segovianas que hacen de bares y que abren los propios vecinos, como si fuera una peña. Hay excepciones, pero la idea es un centro social que saque de casa a una población menguante. La prueba de que el negocio ya no es rentable es que la patronal hostelera Hotuse solo tiene un socio activo en esos lugares.
La Junta establece como requisito que sean pueblos «con un solo bar, cafetería o establecimiento similar», algo en lo que insiste el vicepresidente de Hotuse, Javier García Crespo. «Habiendo bares particulares, las asociaciones no tendrían que montar nada». Además, duda de la figura. «Los utilizan como bares, pero no están dados de alta como tal, ni ejercen ni cotizan. En algunos casos eso es territorio comanche. Tengo mis dudas de que puedan hacerlo».
La licencia es municipal y la patronal insiste en los requisitos, desde metros a salidas de humo, baños o insonorizaciones. «¿Puedes cobrar por hacer eso? ¿Cómo se declara? Para unas cosas hay mucho control, pero otras están en un limbo. Se hacen, todo el mundo las consiente, pero no sabemos si son legales al cien por cien. Algunos sitios lo tienen bien, pero otros usan un salón del ayuntamiento para dar comidas».
La lista de los municipios subvencionados va desde los 18 habitantes de Aldealcorvo a los 171 de Los Huertos e incluye a Aldeanueva de la Serrezuela (42), Aldeasoña (64), Aldohorno (55), Anaya (120), Añe (69), Carrascal del Río (137), Cedillo de la Torre (85), Cilleruelo de San Mamés (33), Cobos de Fuentidueña (36), Cubillo (72), Domingo García (32), Donhierro (86), Duruelo (160), Freno de la Fuente (77), Frumales (124), Fuente de Santa Cruz (109), Fuentepiñel (72), Honrubia de la Cuesta (52), Juarros de Riomoros (45), Labajos (110), Laguna de Contreras (110), Languilla (83), Lastras del Pozo (65), Marazuela (52), Melque de Cercos (69), Membibre de la Hoz (46), Migueláñez (131), Montejo de Arévalo (163), Monterrubio (61), Moraleja de Coca (94), Navares de Enmedio (91), Carabias (57), Ribota (47), Jemenuño (67), Paradinas (46), Villoslada (43), Santo Domingo de Pirón (48), Sauquillo de Cabezas (141), Losana de Pirón (60), Valdevacas y Guijas (85), Villeguillo (123), Yanguas de Eresma (123) y Marazoleja (97).
Hotuse apoya las ayudas. «Me parece bien, pero es un parche. Es como un desfibrilador; le estás reanimando, pero no sabes lo que va a durar. Lo que necesitan es que haya gente en los pueblos y para eso tiene que haber servicios en condiciones. Y también tienen que ayudar a los bares privados porque están arriesgando, dando un servicio, echando más horas que la cafetera para dar un café a las ocho de la mañana y un cubalibre de madrugada. Es de héroes». De los 44 establecimientos, solo seis son privados.
La rentabilidad depende tanto de la cultura como del número de habitantes. «En algunos son muy pocos, pero están todo el día en el bar», subraya con un punto de humor García Crespo, que habla de otros municipios en los que los vecinos no van de la urbanización al centro.
«Nosotros tenemos muchos socios que eran el único bar del pueblo, han ido cerrando por jubilaciones y no ha habido relevo. Son buenos locales, pero no los coge nadie», apunta. Porque ha dejado de ser rentable el negocio y porque los consistorios allanan la tarea cediendo locales municipales.
Es el ejemplo de Ribota, que vio cerrar su bar hace veinte años. La respuesta de su ayuntamiento fue impulsar otro a través de un local que ya usaba la Asociación El Yugo. «Se alquilaba, pero luego ya pasó a no cobrarse nada porque no da para vivir de ello», resume su alcalde, Rubén García. Dos décadas buscando un socio rentable, desde extranjeros a un vecino que lo llevó hasta su jubilación y otro al que ya no le salían las cuentas.
Desde hace dos años, en Ribota asumen su realidad. «Es centro social de todos, lo que pasa que es un bar», resume García. Unos horarios que comparte casi toda su clase demográfica: todos los días a la hora del vermú —entre las 13:00 y las 15:00 horas— para cerrar la jornada por la tarde-noche, desde las 19:00 «hasta que se vaya la gente».
Es una gestión colectiva. «Abre cada uno cuando puede, unos días limpian unos y cargan las cámaras otros». Ellos dan comidas: piden bebidas y aperitivos sencillos a los distribuidores de la zona. «Lo que más consume la gente son infusiones, en vez de tomarse las copitas de antes porque es gente mayor». Al ser un horario reducido, es como una cita para los vecinos, que cumplen habitualmente. Unas seis o siete personas por la mañana y una decena por la tarde.
Un servicio que también aprovechan pueblos vecinos como Valvieja. «Como no tienen abierto nada, sí que se acercan. Seis por lo menos. Sin esto, no sales. No tienes vida social». Por eso el pueblo invirtió hace dos años 20.000 euros en una reforma integral: instalación eléctrica, fontanería o baños nuevos. Un gasto anual en luz que supera los 3.000 euros, la ayuda que han recibido de la Junta. «Tampoco es que haya mucho más». Porque las bebidas se costean con la caja. Pago en efectivo, nada de tarjetas.
Cilleruelo de San Mamés también tiene internet. Su ayuntamiento cede el local a la Asociación Cultural San Mamés, organizadora de las fiestas del pueblo, y costea el agua. Es el epicentro desde que cerró la última taberna, hace más de 40 años. También alberga manualidades o gimnasia. «Lo llevamos entre todos, la confianza», resume su alcalde, César Mate, uno de los seis vecinos con llave. «Echas una partida, estás charlando y te tomas un vino o una cerveza. El día que menos nos juntamos 15 personas, la gente sale». En un padrón que llega por los pelos a los 30.
Más vida social que en pueblos que multiplican ese número, con cenas en viernes y sábado: el 1 de noviembre hubo 80 comensales porque se celebra Halloween, la Feria de Sevilla, pescadito frito mediante; una judiada en diciembre, matanza en febrero o se va en abril a por leña para calentar el local. Siempre hay patatas, chorizo o jamón. El regidor, albañil, se aficionó a la cocina y hace de chef, con guisos de cordero o patas de cerdo rellenas de setas o foie. Y no es el único. La comida se paga a escote: cinco euros el día que hay huevos fritos, a doce cuando el menú es más elaborado. Un éxito que se explica por vecinos involucrados, aunque no residan a diario. El café y la cerveza, a 1,20 euros. Y un servicio de limpieza externo una vez al mes. «Es la única forma de funcionar, no solo aquí sino en los pueblos de al lado. Esto no da para más».
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