Segovia

Ayllón se afana en recuperar la normalidad tras quedar sepultado por el barro

La tormenta que asoló Ayllón al cierre del fin de semana dejó un panorama desolador en la localidad. Cuando la luz regresó a las viviendas, los residentes empezaron a cuantificar los desperfectos. Por suerte, todos materiales. «No hubo que lamentar heridos», confirmó la alcaldesa de la villa, Rosalía Martín.

Las corrientes de agua habían arrasado todo lo que se encontraron a su paso: contenedores, vallas, macetas, rocas, árboles... Los huertos, cultivos y algunas explotaciones ganaderas se encuentran en una situación «catastrófica», lamentan multitud de propietarios. Algunos ni se han atrevido a visitar sus parcelas por temor a descubrir los daños. «Todo lo que pilló la nube está 'destrozaíto', en los árboles tan solo ha dejado la ramilla», subrayó un vecino que al mediodía apoyaba en las labores de limpieza de la plaza.

La tierra rojiza mojada, las montañas de granizo y las hojas caídas fueron protagonistas este lunes. «Para todo lo que pasó, hay calles que están muy bien: parece mentira que horas antes hayan sido atravesadas por auténticas cascadas», detalló la regidora. Los escombros arrastrados quedaron amontonados en lugares puntuales, como son las bolas de hielo a orillas del cauce del río Aguisejo, que atraviesa el pueblo.

Los habitantes, todavía con pánico en el cuerpo, se intercambiaban vídeos de los minutos más angustiosos de la tormenta. Algunas imágenes reflejaban pluviómetros que recogieron hasta 90 litros por metro cuadrado. «Y lo que queda...», pronunciaba desconsolado un ayllonense mientras observaba el radar de lluvia en su teléfono móvil. El embalse de Linares del Arroyo laminó una de las mayores avenidas registradas en el río Riaza al generarse un caudal de entrada superior a los 40 metros cúbicos por segundo, según la Confederación Hidrográfica del Duero (CHD).

El temporal hizo mella durante las labores de limpieza, para lo que se usó maquinaria, pistolas a presión, palas, cubos y escobas. «A las 10:00 horas empezó a tronar y asustaba un poquito, pensábamos: 'otra vez no, por favor'», recuerda Martín. Muchas calles que ya habían sido despejadas, con la lluvia, se volvieron a embarrar.

«Nunca se había vivido nada así», insiste, a la vez que se consuela de que no pasara por la noche. Al ser de día, todos los habitantes se unieron en las calles con palas para levantar arquetas. «El agua no solo no entraba en las alcantarillas, sino que salía de ellas», concreta.

El agua que se acumuló en la zona alta de Ayllón se unió a la que desfilaba por los barrancos y adarves. Llegó a la plaza y se metió en los soportales en el preciso momento en que la parte no canalizada del río se desbordaba hasta inundar el entorno conocido como La Dehesa, «donde está todo urbanizado». El granizo salía por los sumideros y retretes, como sucedió en la residencia de ancianos Sancti Spiritu, donde las trabajadoras achicaron con cubos el granizo que rezumaba de uno de los baños de la primera planta.

«Se pusieron muy nerviosos, las trabajadoras no sabían la envergadura que podía tener la tormenta», enumera la directora del centro residencial, Pilar Pérez. «La cúpula sonaba muchísimo, se empezó a filtrar mucha agua y pensé que se iba a caer», señala la recepcionista, Inma Pérez, quien cuenta cómo trasladaron a un lugar seguro a los allí presentes.

La calle de acceso «parecía el Amazonas y estuvimos sin luz tres horas, hasta las diez de la noche», señala la directora. Multitud de voluntarios acudieron a las dependencias para subir a los internos a las habitaciones por las escaleras, ya que no funcionaba el ascensor. «Nos apresuramos porque sabíamos que la luz de emergencia no iba a durar toda la noche y era imposible hacer el trabajo con linternas», explica.

Como si de una película se tratase, los ayllonenses no podían creer lo que veían sus ojos. El episodio desafortunado se diluyó según se recuperaba la normalidad. La actividad en el colegio e instituto no presentó incidentes más allá de charcos en algunos accesos. No corrieron la misma suerte algunos locales comerciales. «Cerrado por problemas técnicos», figuraba en una puerta, mientras que otros negocios continuaban achicando agua, como sucedió en el Hostal Vellosillo, donde su gerente Luis Olivares enseñó la marca que había dejado la marea de barro en una sala subterránea.

Su hijo usaba este espacio como almacén para guardar los productos que despachaba en su droguería. «Se ha perdido todo lo que tenía en la tienda y aquí, ya no vale nada... Son muchas pérdidas, de más de miles de euros», lamentó. «Hay paquetes de papel higiénico flotando», apostilló. Este local contaba con una bomba para evitar inundaciones procedentes de un pozo, pero dejó de funcionar cuando se fue la luz, como sucedió en el edificio de la Caixa, en garajes o en algunas viviendas. La valoración definitiva de los daños se realizará en los próximos días.