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«Si les avisamos del incendio cinco minutos más tarde se hubieran quedado ahí»«Si no es por los chavales, el hombre y su cuidadora no lo cuentan». La frase la aseguran con contundencia fuentes municipales del Ayuntamiento de Palazuelos de Eresma tras el incendio que la madrugada del miércoles afectó a una vivienda situada en la Calle Real del municipio palazolense. Destacan la intervención de cuatro jóvenes que, al ver el humo, decidieron intervenir y alertar del avance de las llamas. «Si nos llegamos a quedar mirando o esperando a los bomberos no sabemos qué habría pasado», relatan los cuatro chicos.
Ellos son Alberto Alonso, Carlos Useros, Álex Velasco y Antonio Hernández. Son vecinos de San Cristóbal de Segovia, localidad situada a un par de kilómetros de Palazuelos de Eresma. Los cuatro habían cenado en El Chorrillo, un restaurante situado en pleno centro del municipio del alfoz de Segovia. Sobre las 23:30 horas salieron del bar y se montaron en el coche de Alberto con la intención de regresar a San Cristóbal. Pero cuando apenas habían emprendido la marcha, a unos 150 metros del restaurante, observaron una intensa humareda que procedía de un callejón situado en plena Calle Real de Palazuelos de Eresma.
En la zona ya había un grupo de jóvenes. Sin bajarse del vehículo, preguntaron qué es lo que estaba ocurriendo. No obtuvieron respuestas tranquilizadoras. Tan solo que había un incendio y que ya se había dado aviso del mismo a los servicios de emergencia.
Los cuatro jóvenes de San Cristóbal de Segovia decidieron bajarse del coche. No sabían el punto exacto en el que se estaba produciendo el incendio ni si había personas que pudieran estar afectadas por las llamas. «Teníamos que hacer algo. Ahí es cuando nos metimos para dentro», explican a El Norte apenas unas horas después del suceso.
«Nos salió por instinto», recuerdan sobre su respuesta ante una situación que apenas dejaba tiempo para reaccionar. «Decidimos entrar en el callejón por si había alguien que no podía salir. No sabíamos si podía haber algún niño, algún señor mayor...». El escenario que tenían por delante no era ni mucho menos seguro. La humareda, de color blanco, les hacía pensar que era consecuencia de los primeros minutos del incendio, cuando las llamas empezaron a prender la casa. Pero la intensidad del humo era tal que no conseguían adivinar la longitud exacta de una calle en la que no habían estado nunca. Tampoco sabían el lugar exacto del incendio y si las llamas afectaban a una única casa o a más de una. «No sabíamos si la calle acaba ahí o 200 metros más adelante», explican.
Sin dudarlo, avanzaron varios metros hasta que llegaron a la altura de la casa incendiada. Alberto, que estudia para ser técnico de emergencias sanitarias, advertía a sus compañeros para que no tomasen más riesgos de los necesarios. «Era una situación peligrosa». La visibilidad seguía siendo muy reducida, por lo que optaron por subirse a la verja de la casa de enfrente para intentar ver mejor y observaron una gran llamarada en la parte superior de la vivienda.
Con los cuatro jóvenes ya inmersos en el callejón, comenzaron a dar voces y a silbar para tratar de alertar a los vecinos de la zona del incendio. Había personas en varias de las casas próximas a la afectada por el fuego que salieron rápidamente, pero seguían sin saber si en la vivienda donde veían llamas había gente en su interior.
Apenas habían pasado un par de minutos cuando escucharon una voz y el sonido de una puerta o una ventana que se abría. «Ahí es cuando supimos que había alguien». Se acercaron un poco más a la puerta y vieron a una chica que se asomaba desde la parte superior y preguntaba qué estaba pasando. «La dijimos que se estaba quemando su casa. No se había enterado», señalan.
Pasó un minuto hasta que vieron a la chica salir de la casa junto a un hombre de 94 años, cuyo dormitorio estaba en la parte de atrás de la casa. «Salió en pijama y tenía mucho frío. Estaba medio tiritando», cuentan. Le dejaron una de sus chaquetas para que entrase en calor y le metieron en el coche con la calefacción hasta la llegada de los servicios de emergencia. Primero llegó la Guardia Civil, luego la ambulancia y, unos diez minutos después, los bomberos. «Cuando llegaron ya estaban todos los vecinos fuera», comentan.
Antes de la llegada de los bomberos, Álex se encargó de cerrar la puerta de la vivienda, que se había quedado abierta tras la salida del hombre y su cuidadora. A los cinco minutos, vieron cómo se empezó a derrumbar el techo de la casa. El tejado se abría y se escuchaba perfectamente como las llamas calcinaban el techo y las tejas desprenderse. «Si les llegamos a avisar del incendio cinco minutos más tarde se habrían quedado ahí. Cuando hubieran quedado salir no hubieran podido».
Permanecieron en la zona alrededor de media hora. En ese tiempo, colaboraron con los bomberos y se tranquilizaron al ver que Antonio, el hombre de 94 años, estaba perfectamente y con su hijo, con quien pasó la noche sin la necesidad de pasar por el hospital. Pero el susto seguía en el cuerpo. «Yo estuve con el señor en el coche. Estuve a punto de llorar», recuerda Alberto. Antonio, por su parte, reconoce no haber sido capaz de pegar ojo en toda la noche.
La adrenalina y la tensión evitaron también que en las horas inmediatamente posteriores fueran conscientes de lo ocurrido. «Hasta por la mañana no hemos sido conscientes de verdad de lo que estuvo a punto de ocurrir», confiesan. Su intervención fue el tema de conservación, tanto en Palazuelos de Eresma como en San Cristóbal. «Nuestras familias no se lo creían», afirman en El Chorrillo, el restaurante al que volvieron para contar su experiencia. Allí recibieron las felicitaciones de numerosos vecinos, que se unieron a las muestras de agradecimiento del hijo y nieto de Antonio. «Nos dijo que si no llega a ser por nosotros se hubiera quedado dentro».
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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