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Lugar donde la familia rumana está pasando las noches. Antonio de Torre
Las aristas del libre derecho a dormir en la calle

Segovia

Las aristas del libre derecho a dormir en la calle

Una familia de indigentes se ha asentado en la plaza de Santa Eulalia y su negativa a aceptar ayuda pone en un brete al Ayuntamiento, sin razones para atender las quejas de los vecinos y desalojarles

Lunes, 27 de noviembre 2023, 08:30

Son las nueve y media de la noche cuando Maczum y su padre, Gorpe, agotan su día. Pero aquello no es la charla convencional de una familia junto a un sofá y un vaso de leche. Están sentados en la plaza de Santa Eulalia, con más capas de ropa que una cebolla y su cama a cuestas, una maleta y una bolsa llenas de mantas: una para el hijo, dos para el padre. Si aquella plazuela es su salón itinerante, unos metros más arriba, en los soportales de la antigua escuela de Ingeniería Informática de la Universidad de Valladolid, están sus cartones. Allí se acurrucarán un rato después a la espera de un nuevo amanecer. Porque cada día es una oportunidad para pedir dinero y enviárselo a su familia, que vive en una chabola de Bucarest. Este grupo –de cuatro miembros, aunque se ha unido alguno más ocasionalmente– representa una anomalía en una ciudad que tiene herramientas para que la gente no duerma al raso. Ellos las rechazan por su desconfianza en el sistema y plantean un dilema ciudadano. Porque los vecinos no quieren que estén allí –argumentan insalubridad e inseguridad– y el Ayuntamiento de Segovia subraya su atadura de manos ante alguien que ejerce su derecho a estar en la calle.

Gorpe, de 52 años, lleva cinco en la calle, desde que salió de Bucarest para sobrevivir y proveer. Un abuelo joven, porque Maczum, de 20, tiene a su mujer y a sus dos hijos –de tres meses y año y medio– pasando frío en una chabola precaria, con una lata que utilizan como chimenea, un recurso que no pueden utilizar en Segovia. El umbral de dormir en la calle crea una barrera entre ellos y el resto que es difícil cruzar: son protagonistas del barrio, pero nadie interactúa con ellos. Las circunstancias no dejan ver su humanidad, su tono de voz tímido, sus sonrisas irónicas cuando repasan su existencia, su pobre español, su frío.

«Estamos aquí pidiendo», resumen. Cuando tienen que dar una justificación, Gorpe le dice a su hijo que saque la mano izquierda del bolsillo, deformada porque se achicharró con la electricidad cuando tenía quince años. Son nómadas que han dormido en diferentes ciudades y desembarcaron en Segovia hace un mes, un lugar en el que han tenido menos problemas que en otros. «Aquí estamos mejor. Madrid no está para vivir, muy mal. Hay mucha gente para pedir». Por eso dejaron su último hogar sin techo, en Plaza Castilla.

Gorpe, de 52 años, lleva cinco en la calle, desde que salió de Bucarest para sobrevivir y proveer a la familia

Su día empieza a eso de las siete de la mañana para desmontar sus camastros y no interferir con las obras que están acondicionando un nuevo supermercado en esos soportales. Los trabajadores no han tenido ningún problema con ellos y han accedido a guardar sus cartones durante el día, a petición del trabajador social. Comparten las mañanas y en ocasiones su jefe ha ofrecido a los rumanos café, algo caliente que echarse al cuerpo. Mientras los obreros pican, ellos recorren el centro de Segovia poniendo la mano, su fuente de empleo. Quieren efectivo, claro, pero aceptan comida, como el trozo de pan que acaba de terminar Gorpe para cenar. Todavía quedan migas en la servilleta.

Pese al frío segoviano, a Maczum le gustaría ser uno más, trabajar. ¿En qué? «De lo que quiera el jefe», responde él. Su padre le corrige: «No puede por la mano». Es tan incrédulo hacia los derechos laborales de las personas con discapacidad como hacia el calendario para obtener la nacionalidad. «No puedo estar aquí tres años». Tiene una familia que atender y le cuesta entender los pormenores del proceso. Han rechazado las propuestas de Cáritas para visitar durante el día su nuevo punto de encuentro –el día es su jornada laboral y están aquí para pedir– y la oferta de los servicios sociales municipales para dormir en los alojamientos reservados para ello. No confían en el sistema, ven en sus promesas una amenaza para quitarles lo poco que han recaudado. Sí tienen intención de acudir el lunes a ducharse.

Son nómadas que han dormido en diferentes ciudades y desembarcaron en Segovia hace un mes

La Asociación de Vecinos de Santa Eulalia recibió sus primeras quejas a través de una mujer que vio cómo la peluquería aledaña echaba lejía por la mañana para adecentar el espacio. «Ese espacio de la plaza sirve para todo, también como cuarto de baño»; subraya su presidenta, Esther Santos. La misma vecina se alarmó al ver a «un indigente, con el carro, afeitándose y lavándose en la fuente». Tras varias semanas, pide que se les identifique y «el desalojo inmediato de toda esa gente, que los quiten de allí». Aunque sea a otra zona de Segovia. «Los llevas a Tejadilla y que duerman allí. Lo que no puede ser es que estén amedrentando a la gente con toda la porquería».

Las reservas de los vecinos empiezan a primera hora, el que sale a las 6:30 del garaje. «A él le imponen, pero a su mujer, que sale a las siete de la mañana, la dieron miedo. Seis personas ahí durmiendo generan cierta intranquilidad». Santos argumenta la preocupación de la gente mayor y la existencia de un colegio a escasos veinte metros. «El miedo de los vecinos es que, con este frío, aprovechen la salida de un vehículo para meterse y al final se lía la mundial».

Han rechazado la ayuda que el Ayuntamiento y Cáritas les ha ofrecido, por su desconfianza en el sistema

El Ayuntamiento tiene constancia de que cuatro hombres duermen allí desde el 17 de noviembre. La Concejalía de Servicios Sociales cuenta con al menos dos partes de intervención de Policía Local. «Cuando hay personas durmiendo a la intemperie, aunque no se haya producido ningún altercado, se acercan y les ofrecen ayuda», subraya la concejala, Azucena Suárez. Pero han rechazado un alojamiento provisional o comida –uno de ellos acudió una vez al comedor social de la Junta, pero no regresó–; la entrada al sistema son los CEAS y ellos rechazan la citación. «No se les puede obligar a que acudan a nuestros servicios sociales. Y como no hay problemas de orden público, es como si un ciudadano decide estar toda la noche en el banco de un parque. No puedes echarle. No podemos intervenir más allá».

La presidenta vecinal no acepta la inacción como respuesta: «Algo tendrán que hacer». Y pone el precedente, años tras, de un sin techo que se desnudaba y masturbaba. «No sé qué acuerdo tomarían, pero de ahí le quitaron». La pregunta es qué medidas tomar en un caso como el actual, sin desórdenes de orden público. «Pues nada, que sigan viniendo, no pasa nada. Se podían ir a la calle de los Bares, a San Lorenzo, donde vive algún concejal, o a Trescasas, que vive el alcalde. Pero qué casualidad, mandan toda la mierda al barrio de Santa Eulalia. ¿Cuál es la competencia del Ayuntamiento?». Habla del barrio sin ley, citando la casa okupa, en los aledaños de la plaza. «Va a llegar un momento en el que los vecinos van a tener que tomar las medidas que crean oportunas. Que yo ya les he dicho que ni se les ocurra. ¿Que no existe desorden público? A lo mejor por salubridad. Las chicas de la peluquería no tienen por qué limpiar su mierda».

«No podemos obligar a esas personas a que no estén ahí», señala la concejala de Servicios Sociales, Azucena Suárez

Pero en el negocio de Lourdes no se respira alarma. Una de sus peluqueras le quita peso al aviso de una vecina: «Un día te van a romper los cristales». Esta dominicana muestra su empatía con gente a la que ha intentado ayudar –les compró una empanada– mientras no contempla llamar a la policía. «Yo también soy extranjera, vete tú a sacar si me voy a ver en la misma situación». Con todo, no les exculpa. «Tienen todos los vicios, que si el tabaco, la litrona… Comida sí, pero dinero ya no les doy más». Con todo, hay quien pasa por allí y no sabe de su existencia. Por ejemplo, el vigilante de la zona azul. «Primera noticia que tengo».

La concejala admite que una situación así genere «desconfianza», pero subraya el alcance limitado de sus herramientas. «No podemos obligar a esas personas a que no estén ahí». La información que tiene el Ayuntamiento es que no han provocado incidentes en otras ciudades. «Están unos días y después se marchan a otro punto». Entre los recursos municipales está el piso de indomiciliados, con tres plazas que no suelen agotarse. Se trata de una vivienda que suele alojar a hombres de mediana edad que han atravesado situaciones complicadas, como la pérdida de empleo, adicciones o rupturas de pareja. «Tienen un seguimiento, hay unos requisitos mínimos que cumplir. No es entro aquí, me levanto cuando quiero y pongo la música. Hay pequeñas normas de convivencia y estas personas no quieren entrar en ellas». Suárez considera que otros alojamientos de emergencia en hostal complementan la red sin necesidad de un albergue. «Consideramos que ese recurso está en principio bien atendido».

«Qué casualidad; mandan toda la mierda al barrio de Santa Eulalia», replica la presidenta de los vecinos, Esther Santos

El Ayuntamiento tiene un convenio con Cáritas para la atención a las personas sin hogar. El técnico del programa, Álvaro Pérez, acude diariamente a hablar con la familia rumana, a ofrecerles ayuda. «Pasa más veces. Hay épocas del año en las que vienen familias de Europa del este pidiendo. Los vecinos se alertan y lo entiendo, pero no conciben que una persona rechace las ayudas. Si en su libertad quieren dormir en la calle, lo respeto. A mí hay veces que también me cuesta entenderlo, pero estoy para ayudar».

El porqué es variado. «Están quemados de recursos». Pérez describe el perfil de las personas sin hogar como un caso muy vulnerable. «Han perdido toda su red social, han caído en un punto muy bajo y a lo mejor llevan muchos años en este circuito. Se les ha prometido que se les va a cuidar, pero no ven la salida. Por muchas causas, consumo de drogas, salud mental, lo que sea». Eso les priva de la paciencia necesaria para que el sistema dé frutos. «Una vez que estás ahí, remontar es muy complicado. Búscate un trabajo viviendo en la calle, con falta de higiene, con cómo te afecta a nivel anímico…».

Padre e hijo suben las escaleras rumbo a los soportales, ya en busca de sus camastros. No entienden la palabra «miedo», pero sí captan el gesto porque el lenguaje no verbal es universal. Su respuesta ante esa sensación que generan entre los vecinos, con su escueto español, es la siguiente: «Perdón por estar en la calle».

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