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Playa de las Arenas, mediados los años sesenta, llena de gente. Archivo Municipal de Segovia
Aquellos veranos en la playa... de las Arenas

Aquellos veranos en la playa... de las Arenas

Bajaban en tropel con las sandías, los melones, las gaseosas y la tortilla. Junto al Eresma, las familias pasaban un día extraordinario

Carlos Álvaro

Segovia

Lunes, 5 de septiembre 2022, 00:16

La exuberante vegetación no deja ver lo que en su día fue una playa, la célebre playa de las Arenas, donde varias generaciones de segovianos disfrutaron de horas de solaz y diversión a remojo o tomando el sol cuando el calor del verano apretaba. Hace trece años, el Ayuntamiento de Segovia recuperó el paisaje natural de este tramo del Eresma que el abandono y la desidia habían empezado a arruinar. Hoy, apenas se ve a nadie por allí, y lejos quedan ya los años del bullicio de las familias, del griterío de los niños y de los chapuzones en los bodones de los Molinos y de las Señoritas, o en los Tres Chorros, aguas arriba, pasada la playa.

«No había fin de semana que no tiráramos de melones y sandías y fuéramos a pasar el día, toda la familia. Íbamos andando y cada uno tenía que cargar una cosa, los melones, las sandías, las botellas de gaseosa, la bota de vino... Era un ceremonial», recuerda Juan Pedro Velasco (Segovia, 1957), que aprendió a nadar en Las Arenas, como tantos segovianos de su edad.

Las familias acudían en tropel. Los primeros en llegar eran los padres y los niños, y después las madres, con las tortillas recién hechas en las fiambreras. «Los asiduos teníamos nuestro hueco, cada familia tenía el suyo. Sabíamos exactamente dónde debíamos ponernos. Se te podía adelantar uno, pero es raro que ocurriera», cuenta Velasco. «Bajaban algunos coches, pocos, porque el camino solía hacerse a pie. Aquello era una romería de gente con bolsas. Lo primero que hacías era poner las sandías y las botellas en el río, para que se mantuvieran fresquitas. No había neveras, aunque estaba la opción del merendero, que funcionaba a pleno rendimiento». Chiringuito, botiquín e incluso duchas: «Menos socorristas, había de todo. Era una playa».

A Las Arenas se baja por el camino de la Luz, que se abre entre la parte trasera del cementerio y las primeras casas de La Albuera. La senda está cortada al tráfico. El descenso traza un ligero zigzag y discurre entre zarzas, majuelos y rosales silvestres. Según se avanza, pueden verse los restos de las torretas que sostenían el tendido de la luz. Antes de acceder al paraje, se deja a un lado una pequeña central eléctrica, con su presa correspondiente, hoy cercada. «En este lugar entrenaban los piragüistas segovianos. Los nadadores más experimentados dieron en él buenas brazadas», rememora Velasco, experto conocedor de Segovia y sus paisajes naturales.

La caseta-bar que se construyó junto a la playa. Archivo Municipal de Segovia

Las Arenas ya era una zona muy frecuentada en los años cuarenta y cincuenta. La afluencia de bañistas empujó al Ayuntamiento a promover su acondicionamiento, mediada la década de 1960, para convertir el espacio en una playa de tipo popular. «Fue la consecuencia de una necesidad. Más allá de la presa de la Luz, el agua se remansaba y daba lugar a una zona con suficiente profundidad como para practicar la natación o, al menos, para poner el cuerpo a remojo… Yla gente no perdonaba un chapuzón», señala Velasco. Un acuerdo municipal de la época subraya la «extrema conveniencia» de ordenar la playa, «por ser lugar que viene siendo frecuentado por un numerosísimo sector de la población para expansiones de esta clase». Las obras, que concluyeron en julio de 1966, permitieron el arreglo de las márgenes del Eresma, la creación de bosquetes con arbustos de rápido crecimiento, la limpieza y reparación del camino de acceso desde el barrio del Peñascal (La Albuera no existía como tal), la excavación y explanación de las tierras de playa, y la construcción de un pabellón de vestuarios de sesenta y cuatro metros cuadrados, aseos y una caseta-bar provista de almacén e incluso cocina. También se colocaron bancos de piedra. El Estado financió la reforma, que costó casi seiscientas mil pesetas de entonces.

Los segovianos siguieron yendo a Las Arenas de manera masiva. Así fue durante los setenta, e incluso ochenta. Algún año organizó el Ayuntamiento el concurso infantil de pesca que solía convocar por San Pedro. La construcción de la piscina municipal, el cambio de usos y costumbres y el poco respeto por la naturaleza fueron acabando con aquellos veraneos en la entrañable playita familiar.

«El nombre del lugar, Las Arenas, tiene que ver con la extracción de arena para distintos usos. Recuerdo alguna fotografía, fechada en los primeros cincuenta, en la que se ven reatas de mulas cargadas con cajas llenas de arena recién extraída», explica Juan Pedro Velasco. «Había cuatro zonas: el bodón de los Molinos, más cercano a San Lorenzo, el bodón de las Señoritas, más pequeño, la presa de la Luz y la playa de las Arenas. Eresma arriba estaban los Tres Chorros, donde también nos bañábamos, aunque teníamos que andar un poco más», añade.

Las fotografías en blanco y negro son fiel testimonio de aquellos días estivales en Las Arenas, cuando la vida cotidiana –siempre dura– discurría más despacio y cualquier tipo de esparcimiento parecía un lujo al alcance de muy pocos.

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