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Entrar en carretera con un 2CV –deux chevaux, dos caballos en francés– supone atrapar todas las miradas. El club segoviano de amigos de este coche icónico se atreve a dar un porcentaje: el 90% del resto de conductores saludan amistosos. Desde cláxones ... a vivas o saludos más discretos. «Estamos acostumbrados porque los segovianos solemos ir saludando por la Calle Real», bromea el presidente del club, Gregorio Peinador. Aunque el cariño a veces se traduce en riesgo por parte de conductores que se ponen en paralelo a gritar o a sacar fotos. Y suelen ser los niños los que llaman la atención a sus padres del fenómeno. «Es el coche de la sonrisa. Si vas con tu coche normal eres un cualquiera, pero con el 2CV te miran todos. Y eso gusta», explica la secretaria, María José Alonso.
El club echó a andar hace 20 años con cuatro salidas propias, una por estación, y recorría los principales pueblos de la provincia. Partían en caravana en La Fuencisla, reservaban un restaurante y visitaban la iglesia o bodega que se terciara. El paseo Segundo Rincón, que rodea el santuario, es punto habitual de parada. Su álbum, con paradas permanentes desde el arco de salida a la subida a Zamarramala, tiene todas las perspectivas posibles del Alcázar. Así se constituyó como Asociación Cultural Amigos del 2CV de Segovia. El club organizaba una convocatoria cada dos años para sus compañeros por toda España y participaba en citas mundiales como Lisboa o París.
Con el 2CV, Citroën pretendía fabrican un coche popular y asequible. Fue pionero a la hora de comprender la importancia de la publicidad en el mundo del motor. Este modelo es la obra personal de Pierre Jules Boulanger (1885-1950), responsable del área Técnica y Productiva de la empresa, que puso en marcha el proyecto del 2CV en 1935 encargando una encuesta masiva a 10.000 personas durante cinco meses. Fue un estudio previo que rompió moldes y que hoy es una parte imprescindible en el funcionamiento de cualquier marca.
El modelo –debía ser un coche cien por cien francés, que llegara a todo el mundo y que fuera sencillo, robusto y económico– vivió una larga gestación durante la Segunda Guerra Mundial. La imagen de Boulanger como enemigo al colaboracionismo –su nombre aparece en la documentación de la Gestapo– durante la ocupación nazi de Francia perdura en el tiempo y se negó a intercambiar datos con Volskwagen. Así contuvo el interés alemán en el 2CV, llegando incluso a robar combustible a los camiones germanos para probar el vehículo. Tomando como base los reducidos motores de las motocicletas, creó un motor de dos cilindros opuestos, refrigerado por aire y una caja de cambios de cuatro velocidades. Tras una primera presentación con el capó sellado y sin motor, Boulanger lo presentó en 1948 en París y se impuso su etiqueta del 'patito feo'.
El 2CV, el quinto vehículo más vendido de la historia después del Volskwagen Escarabajo, el Ford T, el R-4 y el Fiat/Seat 600, dejó de fabricarse el 27 de julio de 1990, tras haber colocado 3,8 millones de ejemplares en el mercado. De ellas, 280.459 se fabricaron en Vigo; 143.132 para el mercado interior y 137.327 para exportaciones.
¿Por qué esa pasión? «Mucha gente lo siente así porque fue su primer coche o por recuerdos de la infancia», explica María José Alonso. Esta cántabra afincada en Segovia, recuerda los viajes con el 2CV rojo de su padre. En especial, uno que la familia hizo desde Santander a Santiago de Compostela a finales de los setenta con su madre embarazada y los siete hijos de la familia en el coche. La madre llevaba a un niño en las rodillas, a otro en un cesto a los pies y a otros cinco en la parte de atrás. Fue un viaje de dos días y paraban en cada playa: un baño, tortilla y de vuelta a la carretera. «Mi padre viajaba muchísimo, todos los fines de semana nos íbamos por ahí». Veterinaria de profesión, compró su primer 2CV para transportar a los perros y cuidar así el coche principal; enseguida cambiaron el estatus. Es el CV el mimado y el que duerme en garaje. Ahora tiene tres 2CV, incluida una furgoneta de 1969 con matrícula de Segovia.
El grupúsculo de los enamorados de su primer coche lo ilustra Gregorio, que tiene argumentos para dar a su 2CV categoría de familiar. Lleva 44 años con él y sirvió de vehículo oficial a las bodas de sus dos hijas. Le costó entonces 160.000 pesetas y lo estrenó con un viaje a Tarragona. Antes, se había comprado otro, «de segunda o de décima mano», con la apertura de puertas hacia delante y un embrague centrifugado que no se calaba nunca. Tenía un motor muy pequeño, de 400 centímetros cúbicos, y adquirió el nuevo a los pocos meses. «Era un coche muy apropiado para aquellas carreteras estrechas y sinuosas». Cuesta abajo y con el aire a favor cogía los 120 kilómetros por hora; en pendiente rara vez superaba los 80.
El club surgió por iniciativa de José Velasco y Pedro González, dos amigos que quedaron prendados de una concentración de vehículos clásicos en Madrid. Se pusieron en marcha en noviembre de 1998 y comenzaron a repartir publicidad en todos los 2CV que encontraban por Segovia para reunir a sus dueños y lanzar el club. Habría una reunión en Robledo con una paella para discutirlo. Su tesón fue tal que Gregorio Peinador no olvida cómo recibió el suyo. «Estaba parado en caravana y vi que venía un hombre corriendo. ¿Qué le pasará a ese hombre? ¿Viene a por mí? Y es que es un tipo corpulento. Me dio dos golpes en la ventanilla y me invitó al club». De aquella reunión quedaron 15 socios fundadores –aún siguen nueve– que constituyeron el club en mayo de 1999. Eran nostálgicos, algunos con otros coches clásicos en sus manos, como Escarabajos. «Industriales, comerciales o autónomos. Gente adinerada, los pudientes. ¡A ver si te crees que tiene un 2CV cualquiera!», sonríe Gregorio a la hora de hacer el perfil general de un grupo heterogéneo.
«Lo único que teníamos en común era el 2CV», recuerda María José, que pertenece a un grupo de Whastapp nacional llamado 'Cabreros sin fronteras', porque uno de los apelativos del vehículo es cabra. El colectivo, muy transversal, se ayuda con consejos mecánicos, procesos legales como la inspección de los vehículos y organiza convocatorias. «Hay absolutamente de todo; desde chavales de 18 años a señores de 80; autónomos o funcionarios; de izquierdas y de derechas; independistas o 'fachas'. Y lo que nos gusta es el 2CV». Cada pequeño club nacional se sirve de las tecnologías para mandar vídeos y pedir consejos a los compañeros. Segovia es uno de los dos clubes de la región –también lo tiene Zamora– en un país con una treintena. Entre los 76 socios del club segoviano, de los más antiguos –les precede el zamorano, el de San Sebastián y el de Barcelona– hay alcarreños, toledanos, madrileños, vallisoletanos o abulenses. También es de los más activos. «La gente se viene aquí porque funcionamos», afirman ambos.
María José recuerda su primera concentración lejana en Socuéllamos (Ciudad Real) con tres amigas. «Como no teníamos ni idea de cómo iba el coche, la concentración era a las siete de la tarde y salimos a las siete de la mañana. Como llegamos tan pronto, conocimos a mucha gente y empezamos a movernos muchísimo». Aquel grupo salía entonces una vez al mes y eran la excepción. «Cada vez menos, pero sigue siendo un mundo masculino, como el tema de los coches en general. Cuando ven a una mujer, aún te preguntan si vienes de acompañante o de piloto».
El gusto por lo nostálgico ha propiciado un gran auge de aficionados y la última convocatoria nacional celebrada en Segovia en 2017, contó con 101 vehículos, una cifra que esperan superar en la cita del próximo mes de septiembre. El club calcula que hay en torno a un centenar de 2CV en la provincia y algo más de una treintena en la capital. «En realidad las gente los tenía guardados y les ha empezado a sacar».
Prueba de ello es que el club segoviano llevará una decena de coches a la vigésimo tercera concentración mundial (del 30 de julio al 5 de agosto) en Croacia, cerca de Zagreb, a 2.500 kilómetros. «Queremos llegar en tres días, estar allí cuatro o cinco y volver en 12, haciendo turismo». Así coordinan una veintena de personas sus vacaciones. Será la cuarta para María José, que estuvo a las afueras de París –Francia es la potencia aunque hay otras nacionalidades exóticas como Japón o Sudáfrica– en la más numerosa, con 7.000 coches, hace ocho años. Se trata de una campa enorme donde cada grupo lleva su tienda de campaña, una zona de servicios para que cada país ofrezca sus productos, música en directo y concursos específicos como montar motores. Alonso formará parte de otra delegación del club que irá al Sáhara en otoño. «Ir por las dunas haciendo un poco el macarra será bonito». Cinco días de bajada hasta el Atlas y cinco de subida.
Ambos se gastaron entre 12.000 y 15.000 euros en restaurar sus 2CV. Gregorio lo trajo muy deteriorado de Canarias por el salitre; la carrocería y el chasis estaban muy oxidados. «Para la gente de fuera, gastarse eso en un dos caballos es de gilipollas», apunta María José. «Nos pasa a nosotros porque no tenemos ni idea de mecánica y pagamos las horas, pero la mayoría son aficionados a la mecánica y les sale mucho más barato». Ella tiene como coche utilitario un Hyundai de 18 años y Gregorio un Peugeot se unos seis años, pero el 2CV es el favorito, al que hace 15.000 kilómetros al año, el triple. Entre revisiones mecánicas o gasolina, el bebé de cuatro ruedas requiere unos 5.000 euros al año. «Hay que llevarle muy fino de motor para que cuando te vayas a la Conchinchina y no te deje tirado». El aceite, clave para la refrigeración, es fundamental.
El club augura un gran futuro a los nostálgicos porque los repuestos no dejan de fabricarse y Francia asegura suministros. El grupo sale ahora una vez al mes y calcula una veintena de viajes en 2018, con las rutas turísticas consiguientes. Peinador, que ya ha puesto tres motores a su 2CV, no ve motivos para que no siga reluciente en 2050. «Esto es infinito», añade María José. A la sonrisa sobre ruedas le quedan muchos kilómetros.
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