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Exdefensor del Pueblo, excomisario europeo de Derechos Humanos e hijo de José María Gil-Robles, el histórico líder de la CEDA, Álvaro Gil-Robles y Gil Delgado dirige desde 2008 el Centro de Estudios de la Fundación Valsaín (nacida para promover el conocimiento, la vivencia ... y la difusión de los valores democráticos), que acaba de ampliar el plazo de presentación de los trabajos correspondientes al II Premio Escolar sobre Valores Democráticos.
-Este año el premio está dedicado a la igualdad...
–Sí, es una cuestión que está ahí. Es fundamental, por ejemplo, destruir el machismo desde la propia escuela, que los escolares entiendan que niños y niñas son iguales, que el niño que tiene un color de piel diferente es igual, que el niño cuyos padres acuden a una mezquita a rezar también es igual... Son cosas elementales que permiten la convivencia, la base de la democracia.
–¿Cuándo concluye el plazo para que los escolares puedan presentar sus trabajos?
–Lo hemos prorrogado hasta el 30 de noviembre. Es un premio muy especial, al que los escolares pueden concurrir con un trabajo audiovisual, de no más de dos minutos, sobre la igualdad. Se trata de que nuestros jóvenes se expresen, a través de la imagen y la palabra, acerca de los valores que identifican la democracia en Europa y en España. El ámbito es regional. La Fundación Valsaín empezó circunscribiéndolo a Castilla y León por ir con prudencia. Castilla y León siempre ha destacado en materia educativa. La Junta de Castilla y León nos ha apoyado desde el principio, así como la Fundación Villalar, vinculada a las Cortes de Castilla y León. Si en el futuro vemos que la idea cuaja, no descartamos programar el premio a escala nacional, e incluso europeo, porque la Unión Europea lo valora y lo considera interesante.
–Habla de valores democráticos. ¿Cómo ve la situación que atraviesa la democracia española?
–Es un momento peculiar. Nos habíamos acostumbrado a la estabilidad política tras haber hecho un gran esfuerzo (y muchos sacrificios, unos y otros) por buscar un espacio común de entendimiento y convivencia. Claro, todo ha ido evolucionando con el paso del tiempo, porque el país cambia, las generaciones se suceden y nuestra lucha por la democracia no es algo que hayan vivido nuestros hijos, y menos nuestros nietos. Tal vez no nos hayamos dado cuenta de que todos estos cambios exigen un tratamiento sereno. La crisis económica fue durísima. Hubo mucha gente que perdió su trabajo, su estabilidad, sus esperanzas, y eso, irremediablemente, conduce a la radicalización de las posturas. Por otra parte, los partidos tradicionales han vivido muchos años de tranquilidad y no han sabido reaccionar a esa crisis social y económica. Es muy legítimo protestar en la calle, faltaría más, pero a la gente hay que decirle que las grandes bonanzas han pasado y que estamos en un momento de mayor inseguridad laboral y económica.
–En España las tensiones son fuertes. Ahí está la cuestión catalana...
–Nosotros tenemos un mal añadido: cuando las cosas no van bien, surgen todos los egoísmos periféricos, los nacionalismos reaccionarios, de campanario, y nos olvidamos de que somos un país solidario, en el que cabemos todos.
–El Gobierno de Pedro Sánchez apuesta por el diálogo, pero no parece que vaya a dar frutos.
–No lo sé. Lo que tengo claro es que el problema nunca lo hemos llevado bien. No hemos entendido que al no actuar, al sacar el Estado de Cataluña, dejábamos un espacio libre a los oportunistas, a los aventureros políticos y a los demagogos, que han construido sus discursos sobre la mentira. El Estado debe estar presente en las comunidades y en Cataluña también. Teniendo en cuenta que las comunidades autónomas poseen más competencia que los landers alemanes, es una broma pesada decir que el Estado oprime el autogobierno. El Estado no puede oprimir a Cataluña porque no está en ella y lo único que hace es corregir los excesos que se producen ante el Tribunal Constitucional, lo cual es actuar 'a posteriori'.
–¿Le preocupa que haya fuerzas políticas que pongan en duda la obra de la Transición?
–No. Debemos saber que, en momentos de crisis, siempre han surgido demagogos y populistas con la fórmula maravillosa de que lo van a arreglar todo. Los líderes de esas fuerzas hablan del «régimen del 78» porque no han vivido el régimen de Franco. El 78 inauguró una etapa de democracia y paz hasta entonces desconocida. Era la primera vez que se hacía una Constitución para todos y en la que participaron todos. Esto no quiere decir que quienes vivimos esa etapa seamos más listos que nadie. Simplemente se hizo lo que se podía hacer y se hizo bien. Fíjese si se hizo bien que hoy puede haber un partido que lo cuestione, cosa impensable en un régimen como el de Franco. En una democracia, estos señores pueden decir lo que quieran; a lo único que no tienen derecho es a mentir, porque la mentira es un mal camino. Con la mentira se puede engañar a un chico de dieciocho años, pero no a un país entero.
–¿Qué hubiera pensado su padre en un momento como este?
–Es un ejercicio de ficción. Sí tenía clara una cosa: el País Vasco no era el problema; el problema, el gran problema de fondo, era Cataluña. Tenemos poquísima memoria histórica. En 1934, la Generalidad de Cataluña declara la independencia y la República, esa República que los populistas consideran ejemplo de lo mejor, manda al Ejército, reprime con las armas, juzga a los cabecillas ante un tribunal militar y los condena a muerte. Esto, en la España democrática de hoy, sería impensable. La República les conmutó después la pena de muerte, es cierto, pero no dudó un segundo en utilizar toda su autoridad para reprimir un movimiento independentista que suponía todo un golpe de Estado. Que el Estado democrático utilice todos los elementos que tiene en su mano para controlar la situación no es antidemocrático, ni mucho menos. Debemos tener la historia muy presente.
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