

Alfredo González: «Llegué al hospital de Salamanca casi muerto»
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El popular peluquero de Segovia recuerda la pesadilla que ha vivido desde que dio positivo por covid a mediados del pasado eneroSecciones
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El popular peluquero de Segovia recuerda la pesadilla que ha vivido desde que dio positivo por covid a mediados del pasado enero«Por mi cabeza ha pasado toda mi vida: mis padres, mi infancia, mi mujer, mis hijos, mi trabajo, mi esfuerzo, las personas que he ... querido, las que me han querido, las que me han hecho daño, lo que he sido, todo... Una cosa así te marca para siempre y te hace ver que no hay nada con más valor que tener salud». Alfredo, el peluquero, como le conocen en toda Segovia, puede contarlo. Nos recibe en su casa, en La Granja de San Ildefonso, porque todavía no puede bajar a Segovia y no quiere que hablemos por teléfono.
Lo que tiene que contar no es cualquier cosa. Va poco a poco, recuperándose de las heridas que le ha dejado la maldita covid, no solo en el cuerpo, también en el alma. Estar, como estuvo, a un paso de la muerte no es algo fácil de digerir. Tampoco de contar. Pero hace un esfuerzo. No le importa aportar su testimonio si sirve para concienciar a quienes todavía siguen sin ver la gravedad del problema, precisamente ahora, cuando todo parece tan controlado como lo estaba el pasado verano.
«Cometí el error de llevar siempre una mascarilla de tela, inadecuada, y creo que eso facilitó el contagio. Te sientes bien, fuerte, con salud, y te confías. Pero estamos ante un problema muy grande y tenemos que seguir teniendo cuidado y ser conscientes de lo que puede ocurrir. Hay mucha gente que se ha quedado en el camino», advierte Alfredo González (Valsaín, 1952).
A su mujer, María del Carmen Garrido, y a sus hijos, Marta, Gonzalo, Ana y Sara, les dijo el médico que Alfredo, que acababa de ingresar en el Hospital Universitario de Salamanca, estaba muy grave, gravísimo. A Mari Carmen le horroriza recordar aquellos momentos tan aciagos. «Me trataron muy bien, pero me hablaron claro. Desde el principio fui consciente de que Alfredo podía morirse en cualquier momento», interviene la esposa.
«Soy hipertenso y diabético, además de alérgico a las arizónicas y a las cupresáceas. Pensé que aquel ahogo que notaba tenía que ver con la alergia –prosigue Alfredo–. Fui al centro de salud de La Granja y di positivo en la prueba. Inmediatamente me trasladaron, en una ambulancia del 112, al Hospital de Segovia. Era el 14 de enero. Perdí la consciencia y no recuerdo más. Después me han contado que a los cuatro o cinco días me llevaron a Salamanca. Llegué casi muerto, con 500 de azúcar, cuando el límite está en 120 o 130, e insuficiencia renal, hepática y cardiaca. Estuve dos días gravísimo, en la UCI por supuesto, con la vida pendiente de un hilo. Pasé cinco jornadas con un tratamiento y otras cinco o seis con otro. Y fui respondiendo, saliendo de la gravedad muy despacio».
Cuando recuperó la consciencia, estaba intubado, inmovilizado, aunque rodeado de cuidados, amabilidad y humanidad. «Se portaron de maravilla, los médicos, las enfermeras... Me explicaron que estaba en Salamanca, y que iba recuperándome, que todo saldría bien. Entendí, claro, que aquello era grave, y pensé en mi mujer, en mis hijos, en mi familia... Yo hacía gestos con la cara, con los dedos. Estaba agradecido de que aquellas personas trataran de sacarme adelante. No puedo evitar emocionarme cuando lo cuento», admite.
Fueron momentos difíciles, aunque los progresos iban produciéndose. Alfredo no olvidará el momento en que lo desintubaron: «Vino el médico, se colocó detrás, tiró del tubo suavemente y consiguió sacarlo, de manera limpia, del pulmón. Ni me enteré. Fue tan suave y tan sencillo que no noté nada. Me había salvado de la traqueostomía de milagro, pero el tratamiento iba haciendo su efecto y llegó el momento de salir de la UCI».
Le quedaba lo peor: «Me llevaron a una sala donde había mas pacientes. Y allí pasé varios días y varias noches. Me levantaban con una grúa y notaba que no tenía fuerza, que no tenía cuerpo. Tampoco podía dormir y cuando lo hacía, me asaltaban pesadillas horribles, que nunca antes había tenido. Los compañeros de habitación no me dejaban descansar. Uno montaba unos escándalos tremendos, otro se cayó de la cama en mitad de la noche porque le daban ataques epilépticos. En una videoconferencia con mi mujer y mis hijos les rogué que me sacaran de allí. No podía más, me negaba a seguir viviendo, veía que no me valía para nada, que iba a ser una carga para ellos, estaba destrozado, también psicológicamente».
No tardaron en cambiarlo de habitación, aunque el nuevo compañero que le tocó en suerte no era ejemplo de nada. «Él podía andar y yo no, pero nunca me ayudó, ni siquiera a levantarme un poco la cama. No lo entiendo. Por fortuna, con el último colega que tuve, Rubén, llegó la excepción. Todavía nos llamamos por teléfono», relata Alfredo. Una videollamada con su mujer y sus hijos de seis horas de duración le sirvió esta vez para ir saliendo del pozo en el que se encontraba. También los retos cotidianos. «La fisio me ayudó mucho. Y la psicóloga. Seguía enganchado al oxígeno y pedí que pusieran un tubo largo que me permitiera llegar al baño. Tenía una sonda, pero si conseguía caminar hasta el baño iba a sentirme mejor. Y así fue. Día a día un paso más, aunque necesité un andador para empezar e ir progresando. Los momentos de bajón volvían de cuando en cuando, porque me veía inútil, no me valía, y es muy duro pensar que puedes quedarte así toda la vida, por mucho que me dijeran que no, que saldría adelante», dice.
El 15 de febrero, justo un mes después de haber ingresado en el Hospital de Segovia, Alfredo dejó Salamanca y entró en su casa por su propio pie. Con la ayuda de su mujer y su hijo, pero por su propio pie. La vuelta tampoco ha sido sencilla. Afortunadamente, las cosas van mejor. De no ser así, no hubiera tenido ganas de conceder esta entrevista: «Acudo al fisio, hago los ejercicios diarios, tengo apetito, he vuelto a leer, a dar un paseo por la calle... Voy despacio, porque esto lleva su tiempo... Me fatigo mucho, eso sí. Le gente me ve, me pregunta, me dice que me ve muy bien... Bueno, estoy jubilado y no volveré a trabajar, pero sí me gustaría sentir que sigo siendo útil, y que incluso puedo manejarme para cortar el pelo. La peluquería, mi oficio, ha sido mi vida».
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