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Tati Ballesteros (Segovia, 1992) se emplea a fondo en el reparto de los lotes de alimentos imperecederos que primero prepara con sus compañeros. En Segovia y en la provincia, de un pueblo a otro. Día tras día, sin parar. «En realidad, soy voluntaria desde que empezó la emergencia por el Covid-19 porque mi trabajo no me ha permitido serlo antes, pero puedo decir que es una de las mejores cosas que he hecho en la vida. Hay gente con muchas necesidades y, como sociedad, nos sentimos muy impotentes. Poder aportar un granito de arena es muy gratificante», confiesa.
Aceite, galletas, harina... «Preparamos lotes con productos de primera necesidad que pueden servirles para varios días. Es lo que más agradecen. Te abren y te dan las gracias. Sus rostros reflejan el alivio de sentirse arropados, de no sentirse solos en un momento como este. Y eso es lo más bonito que los voluntarios podemos recibir».
La soledad. La visita de Cruz Roja ayuda a mitigarla. «Es que estar solos acrecienta el problema y la necesidad», añade.
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