Segovianos en la final de la Eurocopa
Los 600 euros más baratos para tres amigos del TuréganoGuille Duque, Luis Peromingo y David Cotrina apoyaron a la selección en la final: «Había diez ingleses para cada español, mínimo»
La plana mayor del Turégano tuvo en Berlín su pedazo de gloria en la cuarta Eurocopa. «Hemos visto historia de España», subrayan sus protagonistas: su presidente, Luis Peromingo, su entrenador, Guille Duque, y uno de sus referentes en el campo, David Cotrina. Los mismo que una tarde de piscina, antes de los cuartos, dijeron que, si se cuadraban los astros, asumirían la aventura de viajar a la final. Esos 600 euros por entrada que este lunes por la tarde, con el agotamiento feliz de tres días entre aeropuertos, trenes y patinetes, veían como una de las inversiones más rentables de su vida.
Cuando terminó la semifinal ante Francia, Peromingo empezó a mover los contactos que ha logrado el club tras dos años seguidos jugando la Copa del Rey. Pero el precio de las entradas a través de la Real Federación Española de Fútbol era prohibitivo, por encima de los mil euros. El destino les dio un atajo: el sistema de venta fideliza a los aficionados que acuden a algún partido y les da derecho preferente, así que encontraron a un amigo de amigo de Madrid que les compró las tres entradas. Las redes de un pueblo de apenas mil habitantes llegan lejos. Dieron el visto bueno el jueves al mediodía, pero aún quedaba cómo ir.
Duque, el experto en vuelos, pasó una noche entera sin dormir buscando una combinación asequible: cuatro dispositivos con cuatro familiares. «Para no sacar entradas baratas respecto a lo que nos ofrecían y vuelos carísimos». Los billetes de avión desde Madrid a Berlín, tanto el sábado como el domingo, no bajaban de los 1.500 euros. «Eso nos rompía por la mitad el viaje». El trabajo dio su fruto y encontró una combinación asumible: Madrid-Múnich en avión y desde allí a la capital alemana en tren. Salieron a las cuatro de la mañana del sábado de Turégano y aterrizaron a las seis de la tarde de ayer. En total, 340 euros por persona. El alojamiento fue tarea de David. «Cogimos la pensión más barata que vimos, que nos pillase más o menos cerca del estadio». Llegaron hasta allí en patinete, apenas un cuarto de hora desde la estación de tren.
Aprovecharon su breve paso por Múnich para conocer la ciudad –fueron al campeonato nacional de petanca y a un concierto de música clásica– y llegaron a Berlín el sábado a las ocho; lo justo para visitar a la selección española –coincidieron con Jesús Navas– tras los preparativos del encuentro y cenar en un lugar plagado de ingleses, el anticipo de lo que vendría el domingo. «El sábado había diez por cada español, mínimo. En el estadio había, tranquilamente, un 75% de ingleses. No teníamos ni un fondo entero, solo una esquina. Y tenían puntitos blancos por todos los lados. Nosotros teníamos cuatro o cinco delante». Algo que se explica en parte por poder adquisitivo. «Estaban dispuestos a pagar más, nos intentaron comprar la entrada por 1.500 euros». Porque la Fan Zone era un mercado de reventa sin tapujos, con compradores que llevaban el cartel en busca de un milagro de última hora, aunque fuese caro.
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Allí echaron el domingo –pusieron al DJ la bandera del Turégano, una gesta de marketing, y no pararon de cantar «Gibraltar español»– hasta que partieron al estadio acompañados por la policía. Llegaron a eso de las seis, pasaron tres controles de seguridad y pasaron la tarde entre salchichas y cerveza hasta que empezó el partido, en su asiento de la cuarta fila, en la esquina donde Nico Williams celebró el 1-0, una escena que aún recuerdan con la carne de gallina. «Todo el mundo animando a lo burro, como decimos en el pueblo». Y Duque diciendo en bucle: «Qué golazo, qué golazo».
Nada comparado con lo que significó el pitido final. «Ver a tu país ganar una final es una experiencia única, se tienen que dar muchas cosas para poder vivirla. Emoción, locura. Tienes que estar en el campo para poder sentirlo», resume el jugador. Vivieron en el epicentro del triunfo una unión total. «Como si te conocieras de toda la vida con todos». Y el foso que les separaba del césped quedó borrado por los jugadores, con Carvajal apartando en lo posible a la prensa y Le Normand cogiendo el móvil de Cotrina para hacer un selfie. «Estaba un poco cagado porque se me podía caer el móvil al foso». Un mal menor después de pagar 600 euros. O no. «Bueno, que es un iPhone 15», sonríe.
Y no salieron del estadio hasta la madrugada. «Cuando nos echaron, literal. Los jugadores estaban ya tranquilamente en el campo con sus familias». Llegaron a la pensión a las tres y el despertador sonó a las 5:30 para iniciar la vuelta. Así que cuando llegaron a Barajas y se plantearon ir a Cibeles a celebrarlo, contestaron al unísono: «No, no. Vámonos para Segovia».
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