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Carné de José Marinero, el único segoviano que logró huir, a su entrada en México.
Segovianos 'cazados' en la trágica fuga del Fuerte de San Cristóbal

Segovianos 'cazados' en la trágica fuga del Fuerte de San Cristóbal

El reciente hallazgo de una fosa con restos de huidos del penal próximo a Pamplona rescata la memoria de los 207 asesinados aquel 22 de mayo de 1938; 20 de ellos procedían de Segovia

enrique berzal

Domingo, 23 de abril 2017, 10:38

El reciente hallazgo en el concejo navarro de Burutain de una fosa común con restos de fugados del Fuerte de San Cristóbal, en las inmediaciones de Pamplona, tristes protagonistas de la mayor huida de presos durante el primer Franquismo, trae nuevamente a la memoria el esperpéntico cuadro de los 207 hombres cazados como conejos mientras huían por el monte, asesinados a tiros a las pocas horas de haber escapado. Veinte procedían de Segovia.

Aquel dramático episodio, uno de los más impactantes de la política represiva del régimen de Franco, regresa a la primera línea de la actualidad gracias a la localización de la fosa común de Burutain, efectuada en el marco del Programa de Exhumaciones del Gobierno de Navarra y de la que hasta el momento se han exhumado seis cuerpos. El hallazgo ha vuelto a encender el debate sobre el paradero de cerca de 190 asesinados en las inmediaciones del monte Ezkaba, cuyos restos siguen sin ser localizados.

La presencia segoviana en aquella terrible peripecia no puede pasar desapercibida. Según Santiago Vega Sombría, Félix Sierra Hoyos e Iñaki Alforja, autores de libros de cabecera sobre la represión franquista y el papel del Fuerte de San Cristóbal, ni más ni menos que 74 penados segovianos participaron aquel 22 de mayo de 1938 en una huida masiva que implicó a 795 presos y de la que solo tres lograron pasar a Francia, entre ellos, por cierto, el músico segoviano José Marinero Sanz. La cifra no nos debe extrañar si tenemos en cuenta, como ha documentado Vega Sombría, que ya en noviembre de 1937 habían sido enviados a San Cristóbal 294 reclusos de Segovia condenados a penas diversas por las autoridades franquistas desde el inicio de la Guerra Civil.

El mayor contingente de presos fue enviado tras la ofensiva republicana de La Granja, en mayo de 1937, cuando «los militares se dieron cuenta del peligro que acechaba a Segovia, al estar tan cerca del frente de batalla, y la posibilidad real de que en una acción rápida pudieran ser liberados los presos políticos», aclara Vega Sombría. Lo cierto es que ingresar en San Cristóbal era sinónimo de horror y padecimiento. Como relatan Sierra Hoyos y Alforja, los presos eran continuamente humillados por sus carceleros y estaban pésimamente alimentados, la falta de higiene los convertía en pasto de piojos y enfermedades como la tuberculosis, tan letal en esos momentos, carecían de muebles y de una atención sanitaria decente, dormían en el suelo, se les requisaba parte de la comida que sus familiares les enviaban, la correspondencia era sometida a una implacable censura y eran obligados, bajo amenaza de terribles castigos, a ir a misa, rezar y cantar el Cara al Sol. Los testimonios recopilados por ambos autores insisten en la penuria que acechaba a la población reclusa. No conviene olvidar, por otro lado, que el Fuerte de San Cristóbal, si bien había sido concebido por Alfonso XII como una construcción para hacer frente a la tercera ofensiva carlista, nunca obedeció a otro fin que el represivo. De hecho, aunque finalizado en 1919, se inauguró oficialmente en noviembre de 1934 para alojar a los detenidos en la revolución de octubre de 1934.

Las terribles condiciones de vida y la dureza de la represión franquista animaron a la fuga. El cerebro de la misma fue el dirigente comunista cántabro Leopoldo Picó Pérez, que también era militante de la UGT y sabía que aquel domingo, 22 de mayo de 1938, había menos funcionarios de servicio; concretamente, una decena vigilaba el interior del Penal y 92 militares lo hacían en el exterior. Entre los 26 reclusos que le acompañaban en la organización de la fuga figuraban dos segovianos de nacimiento, el jornalero Antonio Casas Mateo, natural de Bernardos, y el camarero Francisco Herrero Casado, de Segovia capital, así como Francisco Hervás Salomé, nacido en Luena (Santander) pero vecino de Segovia. A estos habría que sumar a Leopoldo Cámara, natural de Bernardos, que, según Fermín Ezkieta, también participó en los planes de evasión si bien posteriormente las autoridades no lograron identificarle.

Lo cierto es que Casas, Herrero y Hervás formaron parte del comando organizador de una huida masiva que implicó a 795 reclusos de los cerca de 2.500 que estaban en el Fuerte, y en cuyo desarrollo solo se cobró la vida de un centinela, abatido a martillazos por resistirse a gritos. Eran las ocho de la tarde del 22 de mayo de 1938 cuando los 795 hombres 74 de ellos segovianos salían corriendo de San Cristóbal y huían monte abajo en dirección a Francia; otros muchos, atenazados sin duda por el miedo, decidieron volver al penal después de merodear un rato por los alrededores.

Pero todo fue en vano. La caza y captura de los fugados no se hizo esperar. Militares, miembros del requeté y militantes falangistas los persiguieron a tiros por el monte como si fueran conejos. Muchos iban descalzos, escasa y torpemente vestidos, apenas tenían fuerzas para correr y caminaban desorientados, desconocedores del terreno que pisaban. Aquel tropel de desnutridos era presa fácil para sus perseguidores, que en apenas tres días mataron a 207 hombres. 20 de ellos procedían de Segovia. Entre los tres que lograron que escapar y llegar al país vecino se encontraba José Marinero Sanz, músico de profesión que terminaría sus días en México. De los 585 que fueron capturados y reintegrados al Fuerte, 568 resultaron condenados a 17 años más de cárcel. Para 14 de los 17 acusados de promover la fuga les estaba reservada la pena máxima: los fusilaron el 8 de septiembre de ese mismo año de 1938, a las siete y media de la mañana, a la Vuelta del Castillo.

Entre ellos estaban, por supuesto, los tres segovianos que colaboraron directamente con Leopoldo: Antonio Casas Mateo, alias el Pinche, socialista y miembro de la Casa del Pueblo que había sido condenado en Segovia a 30 años de reclusión por participar activamente contra la sublevación militar del 18 de julio de 1936; Francisco Herrero Casado, que entonces tenía 20 años, condenado a la misma pena; y Francisco Hervás Salomé, conocido entre sus amigos como el Barquillero, simpatizante del Frente Popular, casado y con 30 años, y que también cumplía una pena de 30 años de prisión. A ellos hay que sumar los 20 segovianos asesinados en la evasión y otros 21 que fallecieron en el Fuerte por causas diversas, casi siempre derivadas de las penosas condiciones de vida. En total, 44 víctimas segovianas de la represión franquista en San Cristóbal que se suman a los 153 fusilados tras Consejo de Guerra, los 215 asesinados extrajudicialmente y los 230 muertos en prisión durante la Guerra Civil y la postguerra.

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