Carlos Álvaro
Domingo, 2 de abril 2017, 11:07
Cuando la prensa empezó a hablar de él, Barral ya tenía a sus espaldas vivencias poco comunes en un joven de su edad. Nacido en la Sepúlveda de 1896, en una familia de canteros y de siete hermanos, con catoce años huyó de la casa paterna junto a un anarquista portugués llamado Couceiro que por aquel entonces trabajaba en la villa. Querían hacer la revolución social, como el propio Barral reconoció después en varias entrevistas, "pero en Ayamonte nos detuvieron y nos llevaron a la cárcel de Huelva". Reclamado por su padre, regresó a Sepúlveda.
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No tardó el inquieto "anarquista" en organizar una segunda escapada, esta vez con destino a París pasando antes por Valencia, Barcelona y Lyon, donde fue detenido porque viajaba indocumentado y sin billete. En París, Emiliano saboreó la bohemia después de haber trabajado como obrero cantero, empleo que le proporcionó el consulado español. "Y yo dirá Barral que quería ser artista a todo trance, pues deserté del taller [...] Hice lo que los otros. Me dejé crecer el pelo, me puse un sombrero grande, me até al cuello una chalina grasienta y empecé a gritar por los cafés que Rodin era un idiota y a no pagar a los camareros. A los ocho o seis meses de hacer esta vida tenía una anemia terrible [...], me asusté [...] y otra vez me refugié en Sepúlveda". Aún le quedaba al díscolo Emiliano pasar por el aro del servicio militar, trámite que cumplió en Madrid en torno a 1917, con veintiún años, y que le sirvió para apuntalar su futuro, pues en la mili conoció al escultor granadino José Cristóbal, con quien tuvo oportunidad de trabajar. De ahí partió su fulgurante carrera, esculpida a base de esfuerzo y tesón.
La actividad de Barral en el arranque de la tercera década del siglo es febril. De este periodo inicial son los bustos de los impulsores de un movimiento artístico, cultural e intelectual dinamizador de la vida de una ciudad, Segovia, que languidecía envuelta en los despojos de glorias pasadas: Ignacio Carral, Julián María Otero, Eugenio de la Torre, Rosendo Ruiz, Blas Zambrano, Antonio Machado, Mariano Grau o José Tudela, todos asiduos a las tertulias que se organizaban en el taller del ceramista Fernando Arranz, con cuya hermana, Elvira, acabó casándose el escultor sepulvedano. Fueron estos primeros veinte años de proyectos, inquietudes y anhelos, de exposiciones colectivas de artistas segovianos, de efervescencia cultural y periodística, de pujanza intelectual.
El año veinticuatro es clave en la trayectoria del escultor. El artista recibe el encargo de tallar en piedra el monumento a Daniel Zuloaga, fallecido años atrás, y participa en la Exposición Nacional de Bellas Artes, a la que envía una cabeza de Pablo Iglesias y el busto 'El arquitecto del Acueducto', inspirado en el rostro de Blas Zambrano. Después, la Diputación Provincial de Segovia le concede una beca para estudiar arquitectura en Italia.
Instalado ya en Madrid, el nombre de Emiliano Barral despegó de manera definitiva, y los elogios hacia su obra fueron unánimes en la prensa nacional, sobre todo tras el éxito obtenido en la primera exposición individual que celebró en 1929 en el Museo Español de Arte Moderno, integrada por veintisiete obras. El busto "Segoviana" se quedó en el museo, "Zoé" fue adquirida por el Duque de Alba y una "Maternidad" acabó en la clínica del doctor Vital Aza.
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Con el advenimiento de la II República se abría ante los ojos de los jóvenes artistas renovadores una etapa esperanzadora. Amigo de Antonio Machado y de Federico García Lorca, el sepulvedano participó de la riquísima vida artística y cultural del Madrid republicano. De estos años apasionados son el monumento a Núñez de Arce, en Valladolid, y los dedicados al abogado Lope de la Calle y al doctor García Tapia, en Segovia y Riaza, respectivamente.
Pero quizá su trabajo más esperado fue el Monumento a Pablo Iglesias, inaugurado en el Parque del Oeste de Madrid el 3 de mayo de 1936. Proyectado por el arquitecto Santiago Esteban de la Mora, el pintor Luis Quintanilla y el propio Emiliano, su elaboración duró tres años. Barral se entregó a la tarea en cuerpo y alma, quizá espoleado por la proximidad ideológica al personaje esculpido.
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Pero la guerra estaba a la vuelta de la esquina. El rebelde no se quedó quieto y pronto se vio convertido en comisario de las Milicias Antifascistas Segovianas, fundadas por un grupo de paisanos residentes en Madrid, entre ellos Emiliano y sus hermanos, también escultores, que decidieron empuñar las armas tras el Alzamiento. Los milicianos segovianos se batieron el cobre en las trincheras de la Universitaria y de la Casa de Campo durante el primer asedio a Madrid, pero el 21 de noviembre de 1936, en el frente de Usera, un proyectil estalló junto a Emiliano y un trozo de metralla lo hirió de muerte.
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