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Miguel Ángel López
Domingo, 19 de marzo 2017, 17:59
Ha sido una de las constructoras de la paz en su país, Liberia. Y su trabajo es el germen de un modo de acabar con las guerras en África, un continente que, está convencida, «va a ser el próximo mejor lugar del mundo». Leymah Gbowee comparte el Premio Nobel de la Paz de 2011 con la presidenta de su país, Ellen Johnson, y Tawakkul Karman (periodista yemení defensora de los derechos humanos), y quiere seguir trabajando mucho tiempo por la reconciliación, la justicia y la educación de las mujeres.
Unos días antes de que la Academia sueca anunciara el Premio Nobel de la Paz 2011, Leymah Gbowee estaba en San Francisco para presentar su libro 'Un sueño de paz' con el director ejecutivo de Facebook. Él le dijo que estaba«esperando el momento de que te lo den», pero no le dio mucho crédito. «No quería ni pensarlo». Se enteró en el vuelo de regreso a Ghana, cuando el avión aterrizó porque viajó dormida: al despertar y encender el teléfono vio que tenía los buzones de mensajes de voz y de texto llenos. Los vió y abrazó al pasajero de al lado, que le miró incrédulo.
A Leymah Gbowee le concedieron el Nobel por su trabajo pacífico en favor de la paz en Liberia, por aquella sentada con varios centenares de mujeres frente al edificio de Ghana donde los generales liberianos negociaban hacía tres meses; su grupo, Acción Masiva para la Paz de las Mujeres de Liberia, lo logró. Y comenzó su labor para destituir al presidente Charles Taylor y, a la postre, hacer posible que Ellen Johnson fuera la primera presidenta elegida en África.
Gbowee fue la invitada este domingo de la sesión matinal del Encuentro de Mujeres que Transforman el Mundo, que se desarrolla en La Cárcel_Centro de Creación de Segovia. Ante un auditorio repleto, su diálogo con la periodista Pilar Requena, aportó las claves para entender cómo la unión de las mujeres, la religión (musulmana y cristiana, a la vez) y el sexo (o su ausencia en las relaciones entre mujeres y hombres) transformaron Liberia, una nación en guerra desde que ella tenía 17 años. Hoy, con 45, quiere seguir trabajando otros veinte por lo menos en lo que hace, la educación de las mujeres, y solo después, cuando tenga 65, entrará en política.«Si entrara ahora en política sería mi muerte intelectual, porque no podría hacer las cosas que hago ahora», afirma.
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