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Carlos Álvaro
Domingo, 19 de febrero 2017, 11:46
El monumento que adorna la plaza del Alcázar honra la memoria del 2 de mayo de 1808, pero también la suya. Los capitanes Daoiz y Velarde, caídos en la defensa del Parque de Artillería de Monteleón, permanecerán siempre unidos a Segovia, aunque solo sea porque en ella forjaron su espíritu militar y adquirieron la formación que, como artilleros, habían de tener. Cuando murieron todavía eran jóvenes, pero la Historia les tenía reservado un lugar preferente en la galería de héroes por su bizarra actitud en la defensa de la independencia del pueblo español ante la invasión napoleónica, durante aquella trepidante jornada que ese día se vivió en el corazón de Madrid.
Luis Daoiz y Torres nació en Sevilla, el 10 de febrero de 1767. De familia noble, cuando cumplió los quince ingresó como cadete en el Real Colegio de Artillería de Segovia, donde permaneció cinco años. Formado en los jesuitas de Sevilla, Daoiz fue siempre muy buen estudiante, aunque en su etapa segoviana también tuvo oportunidad de demostrar su destreza en el manejo de la espada y el sable, durante las clases de esgrima. En 1790, con el grado de subteniente, acudió como voluntario a la defensa de la ciudad de Ceuta, pasando posteriormente a la de Orán. Allí, en 1792, fue ascendido al grado de teniente de Artillería como premio a sus méritos. Dos años después, participó en la Guerra del Rosellón, contra la Francia revolucionaria, pero fue capturado y permaneció como prisionero hasta el final de la contienda, en 1795. Daoiz era un militar ilustrado dominaba las matemáticas y hablaba varios idiomas y durante su cautiverio recibió la propuesta de pasarse al bando revolucionario francés, aunque su único deseo era regresar a España para prestar servicios en su defensa. En 1797, durante el sitio de Cádiz por los ingleses, dirigió una de las lanchas que atacaban a los navíos de Nelson y los españoles salieron airosos. Posteriormente se incorporó al navío San Ildefonso y viajó a América en dos ocasiones, lo que sin duda le valió el grado de capitán. En el Regimiento de Artillería de Sevilla tuvo Luis la oportunidad de demostrar su capacidad científica sin duda, adquirida en Segovia durante el desarrollo de unas piezas ligeras de artillería. En el mes de enero de 1808, fue destinado a Madrid, donde planeó, junto a Pedro Velarde, un alzamiento general, a la vista del cariz que la presencia de los franceses en España estaba adquiriendo, pero el pronunciamiento fracasó porque no contó con el apoyo del Gobierno.
Velarde era más joven que Daoiz. Cántabro de Muriedas, había nacido el 19 de octubre de 1779, por lo que no coincidieron en las aulas del Real Colegio de Artillería. Pedro Velarde y Santillán ingresó en el centro el 16 de octubre de 1793, cuando Daoiz ya ostentaba el grado de teniente. También fue un magnífico estudiante; de hecho, terminó sus estudios como número 2 de su promoción y el 11 de enero de 1799 obtuvo el grado de subteniente. A Segovia regresó en 1804, ya como capitán, para impartir clases en el propio Colegio de Artillería Velarde era un auténtico experto en la medición de la velocidad de los proyectiles, aunque solo estuvo dos años, porque en el verano de 1806 fue nombrado secretario de la junta superior económica del Cuerpo de Artillería y tuvo que trasladarse a Madrid. Murat intentó ganarse al artillero para la causa napoleónica, pero no lo consiguió. Velarde le dijo que no podía separarse del servicio de España sin la voluntad expresa del rey, del cuerpo de Artillería y de sus padres.
Durante la jornada del 2 de mayo de 1808, cuando se produjeron las primeras embestidas de los soldados franceses contra el pueblo madrileño, Daoiz, que no estaba orgánicamente al mando del Parque de Artillería de Monteleón pero hacía valer su autoridad moral, su veteranía y su clase, permitió que el pueblo entrara a coger armas. La defensa del parque fue heroica. Los franceses eran muy superiores y las municiones empezaban a escasear. Un disparo alcanzó a Velarde en el corazón, matándolo en el acto. Daoiz, que estaba a su lado, reaccionó con fiereza y acometió con su sable al general francés Lagrange, pero este paró el golpe y permitió que cinco o seis de sus subordinados asaetearan a estocadas y bayonetazos al artillero, que cayó malherido al pie de uno de los cañones con los que había defendido el parque, según la historiadora María Dolores Herrero. Ambos fueron enterrados en la madrileña iglesia de San Martín.
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