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Carlos Álvaro
Domingo, 4 de diciembre 2016, 12:42
La erección de su estatua, en la plaza de las Sirenas, causó estupor entre el elemento intelectual, contrario a que el monumento de Marinas destrozara la belleza de uno de los rincones más hermosos de España. Pero la veneración que los liberales del XIX sintieron por Juan Bravo culminó con la colocación de la primera piedra, en presencia del rey Alfonso XIII, el 24 de abril de 1921, justo cuatrocientos años después de que las cabezas de Bravo, Padilla y Maldonado rodaran por el suelo de Villalar. Hoy, los segovianos contemplan con indisimulado orgullo la efigie del bizarro comunero, mitificado por la tradición liberal española como símbolo de la lucha por la libertad contra el despotismo. Pero, ¿quién fue realmente Bravo? ¿Sabemos algo de él? ¿Sabemos, por ejemplo, que no era segoviano? ¿Que se casó en dos ocasiones? ¿Que en Muñoveros tenía su señorío?
Juan Bravo nació en Atienza, en la actual provincia de Guadalajara, hacia 1483. Era hijo de Gonzalo Bravo de Lagunas, alcaide de la fortaleza de Atienza, y de María de Mendoza. En 1499 fue designado contino (hombre de armas) por la reina Isabel, función que lo vinculaba con las Cortes del Reino, y en 1504 se casó con Catalina, hija del converso Diego del Río, lo que le permitió pasar a formar parte del patriciado urbano de la ciudad de Segovia, donde residirá a partir de ese momento. El matrimonio tuvo una hija, María de Mendoza, pero Bravo enviudó y en 1510 contrajo de nuevo matrimonio, en esta ocasión con María Coronel, hija del regidor segoviano Íñigo López Coronel, a su vez hijo del también converso Fernando López Coronel (Abraham Seneor en la aljama judía, tesorero mayor de los Reyes Católicos). Con María Coronel, Bravo tuvo otros dos hijos, Andrea y Juan.
Las cargas fiscales, la gobernación en manos extranjeras el rey Carlos había nacido en Gante, una coyuntura económica muy adversa y el deseo de contar con unas Cortes más representativas, capaces de limitar el poder real, precipitaron en varias ciudades castellanas la rebelión social más importante de la España moderna, la revuelta comunera. Juan Bravo, que en ese momento era el jefe de la milicias de Segovia, encabezó el levantamiento en la ciudad, donde los recaudadores tributarios, reunidos en la iglesia del Corpus en la primavera de 1520, habían criticado abiertamente los nuevos impuestos aprobados en las Cortes de La Coruña, así como la postura de los procuradores y representantes del poder real. La ira popular se cebó en el procurador Rodrigo de Tordesillas, ahorcado tras intentar justificar su voto favorable al nuevo sistema impositivo. Para sofocar el conato de revuelta, el Consejo de Regencia el rey estaba en tierras germanas envió a Segovia al alcalde Ronquillo, pero lo que parecía un motín de poco alcance acabó convirtiéndose en una rebelión en toda regla a la que Juan Bravo se sumó sin contemplaciones, dirigiendo las operaciones para impedir el acceso de las tropas realistas de Ronquillo. El caudillo segoviano obligó a retirarse al ejército del cruel y despiadado alcalde, entró con Juan de Padilla y el resto de jefes comuneros en Tordesillas y ocupó, ya en febrero de 1521, los pueblos de Zaratán y Simancas.
Sin embargo, la revuelta de las Comunidades terminó estrangulada por las tropas del rey; primero en Villalar, el 23 de abril de 1521, y después en Toledo, el 3 de febrero del año siguiente. En Villalar, el ejército comunero encabezado por Juan Bravo, Juan de Padilla y Francisco Maldonado mordió el polvo en un lugar conocido como Puente de Fierro, sobre el arroyo de los Molinos. Al día siguiente, 24 de abril, los tres cabecillas fueron decapitados. «En dos picotas agudas levantan las dos cabezas, para servir de escarmiento han de dejarlas expuestas. Al caer del mismo día se añadirá una tercera».
Cuando los restos mortales de Juan Bravo fueron trasladados a Segovia, las autoridades reales tuvieron que sofocar un tumulto popular surgido de la indignación. Al parecer, a Juan Bravo lo enterraron en el convento de Santa Cruz la Real, aunque, para impedir su profanación, trasladaron el cuerpo a Muñoveros, de donde era su primera esposa, Catalina del Río, y donde el guerrero tenía algunas posesiones. No está probado que los despojos de Juan Bravo estén en Muñoveros, pero el pueblo prefiere creer que sí, que el «heroico capitán comunero, ejemplo de dignidad y libertad», duerme en su regazo el sueño eterno.
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