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M. A. López
Martes, 15 de noviembre 2016, 13:55
Alimentos no perecederos, productos de aseo personal e higiene, ayuda para hacer pozos de agua, material médico... El mapa de la República de Benín cada año tiene más puntos rojos que marcan dónde llega el proyecto humanitario de la parroquia de San Eutropio de El Espinar. Están situados en las regiones del interior, en Atakora, Parakou, Tanguieta o Zañanadou, o en la costa, en Cotonou o Porto Novo, de este país africano situado en el golfo de Guinea, entre Togo y Nigeria. La ayuda volverá a ser enviada en febrero, un contenedor de 23 toneladas que se encargan de preparar los voluntarios de El Espinar con todo lo que se recoja en esta campaña, en la que el párroco Valentín Bravo cuenta de nuevo con la colaboración de la Agrupación de Comerciantes Segovianos (ACS) para que todas las tiendas sen puntos de recogida.
El presidente de la ACS, Manuel Muñoz, y Valentín Bravo han firmado este martes el convenio por el que los comercios hacen de vehículos de recogida de los productos. «Ya son muchos años de apoyo de la ACS», ha resaltado el párroco de San Eutropio, quien lleva veinte años trabajando, «haciendo posible la vida de otros, y la propia, porque con este proyecto se llena de ilusión el corazón» y cada año los puntos rojos se extienden un poco más en el mapa de Benín porque «detrás de cada uno de esos pueblos hay mucha gente trabajando».
La ayuda a Benín será recogida fundamentalmente en las semanas unidas a las fiestas navideñas. La idea es preparar un nuevo contenedor, que será el número 12 desde 2006, para enviarlo a finales de febrero. La parroquia de San Eutropio y las segovianas del Cristo del Mercado, San Frutos (La Albuera) y la Resurrección (Nueva Segovia), los comercios asociados a la ACS, la propia sede de la agrupación y muchos pueblos de la provincia serán puntos de recogida de alimentos no perecederos (pasta, arroz, aceite, conservas de pescado y verduras, colacao, tomate, etcétera), artículos de aseo e higiene personal y algo de material escolar.
Valentín Bravo puso en marcha este programa de ayuda a Benín, que también incluye la realización de pozos de agua potable y el envío de material médico (como monitores fetales), en 2005, tras contactar con la ONG Mensajeros de la Paz, que se instaló allí en 2003. Las relaciones de esta organización con el gobierno local son fluidas, y la ayuda humanitaria llega sin problemas, ha recalcado Bravo.
Ocurre así porque Benín es un país pequeño, de no más de 9 millones de habitantes, uno de los más pobres del mundo, pues está el cuarto o el quinto por la cola en la lista de Naciones Unidas. «La situación política es estable, hay elecciones democráticas 'sui generis', pero no hay problemas de seguridad, la democracia está bastante asentada y son buena gente, sin conflictos tribales», ha comentado el sacerdote.
Es posible que la ausencia de conflictos se deba a que, a diferencia del vecino Nigeria (rico en petroleo), en Benín no hay recursos naturales que puedan ser explotados, ha apuntado Bravo. Quizá también a que, «como dice un responsable del trabajo que hacemos allí, en Benín cada día todo es un problema, aunque no se lo crean».
Pero la población «mejora lentamente, de 2006 a 2015 se nota el cambio en estructuras, en carreteras... la mejora es lenta, pero constante», ha indicado el párroco de El Espinar. De allí saldrán en febrero las furgonetas prestadas con los productos recogidos en esta campaña, para llenar otro contenedor que viajará en un flete marítimo al país africano, desde el puerto de valencia al de Cotonou.
Veinte años solidarios
El trabajo solidario de Valentín Bravo comenzó hace más de veinte años en El Espinar, en la década de 1990. En esa época la ayuda consistía en lo que sacaban los voluntarios del muncipio de las ventas de una tienda de artesanía y fue para Cuba, Mozambique y Perú. En 1998 entraron en contacto con Bielorrusia para traer niños del país báltico en verano y que pasaran las vacaciones con familias segovianas, y aquella iniciativa se extendió con ayudas alimentarias a los orfanatos y duró diez años, hasta que el gobierno bielorruso comenzó a poner pegas.
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