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elena rubio
Lunes, 31 de octubre 2016, 19:21
Son las 5.30 de la madrugada del 28 de agosto. En el Parque de Bomberos de Segovia suena el teléfono. Una llamada del 112 alerta de que algo pasa en la calle Coca. Recibe la comunicación el sargento Octavio Viejo y se dirige al equipo que en ese momento está de turno. Con una actitud tranquila les explica que se ha producido un siniestro en el barrio de San Lorenzo y que «debe de haber una muy gorda»; así lo recuerdan los bomberos.
Lejos de ponerse nerviosos, la serenidad de su superior les tranquiliza y les pone en situación en apenas unos segundos. Rápidamente se ponen en marcha y unos minutos después llega a la calle Coca un equipo de cinco personas.
Lo que allí se encuentran es aterrador. La explosión de una bombona de gas había volado parte del edificio situado en el número 5.
El bloque estaba envuelto en llamas, con personas atrapadas en su interior esperando a ser rescatadas. Era el peor de los escenarios posibles. Lo ocurrido «no era una gorda, era lo siguiente», recuerda el bombero Juan Otero. No se detuvieron a pensar, sabían lo que tenían que hacer. La prioridad absoluta era entrar en lo que quedaba del edificio para rescatar personas. Todo era una bola de fuego. «La primera imagen que tengo es la de las llamas que salían por todos los huecos de la explosión», afirma Otero.
El inmueble era la puerta a algo parecido al mismo infierno. El edificio llegó a alcanzar los 1.000 grados de temperatura en su pico más alto, aunque los profesionales cuando entraron estaban a unos 400 grados de temperatura.
Llevaban sus equipos especiales, pero el calor era insoportable. El humo, la escasa visibilidad, los escombros de las viviendas y un gran agujero, porque se había caído parte del forjado del primer piso a un taller situado en la planta baja, hacían de este lugar «un escenario complicadísimo».
Todo eso daba igual. Su mente en ese momento sólo seguía teniendo un único pensamiento: salvar vidas. Y lo hicieron.
Muchos vecinos del edificio, la mayoría de edad avanzada, fueron tranquilizados y evacuados a través de las escalas que pusieron en las paredes, por las que les ayudaron a bajar. Pero el fuego seguía en el inmueble y había que revisar todas las plantas, con la estructura dañada que «no sabíamos si se podía caer», como recuerdan estos profesionales.
Rescate entre escombros
El bombero José Luis Benito, con una experiencia de casi 30 años de servicio, recuerda su vivencia en el interior. Sus ojos veían un forjado, pero «estaba cortado y era como un puente» porque el resto se había desplomado. En esa planta escuchó a una persona pidiendo auxilio. Estaba debajo de los escombros.
En muy poco tiempo sacó al hombre, aunque «se me hizo larguísimo»; le condujo hacía la zona donde no había fuego, pero el infortunio hizo que se cayera y se rompiera las fibras de una pierna. Sin poderse mover y con el herido que había sacado, fue rescatado por una ventana con la ayuda de dos vecinos y de dos policías locales, Raúl Torres y Óscar Martín. Estaban al lado contrario de por donde había entrado, un patio interior que había entre los dos edificios.
Otro de los bomberos al que también le tocó reconocer plantas fue el joven Héctor Useros, que está opositando. Fue en uno de esos rastreos en medio de los destrozos más absolutos cuando encontraron a las personas afectadas por el monóxido de carbono, el matrimonio que posteriormente fallecería por las consecuencias de esta catástrofe. «Las evacuamos y seguimos», detalla. Como sus compañeros, Useros siguió dentro intentando ayudar en todo lo posible porque, «aunque te impacta, estamos para ayudar y haces lo que sea», comenta.
Agotamiento extremo
El parte médico del bombero Jesús Mariano Martín pone que sufrió «un agotamiento extremo por deshidratación». Estuvo 40 minutos en el interior que le dejaron exhausto, haciendo de todo para luchar contra las llamas. Su equipo autónomo, el que le permite respirar con bombonas de oxígeno, se le acabó. «Baje a reponelo y pedir que me ayudaran porque no me hacía con ello. Pero mis compañeros bastante tenían». Volvió con otro equipo y allí siguió enfrentándose al fuego. En total, 40 largos minutos que le dejaron al límite. No le dejaron volver a entrar. Le llevaron al hospital, con una bolsa de suero ya en la ambulancia, y le dieron el alta a las ocho de la mañana.
Los mandos también tuvieron lo suyo. La perfecta coordinación hizo que todos los bomberos, los que llegaron primero y los que fueron acudiendo después, dieran lo mejor de sí mismos, a pesar de que no fue fácil porque el fuego seguía muy virulento. «Mi obsesión era que la gente dejara de trabajar en las ascuas», detalla el sargento Leonardo Rojo. Él coordinó la situación por lo que le iban contando: «Mis ojos eran las personas que estaban dentro».
Reubicar para que alguien estuviera extinguiendo el fuego, tener un equipo de búsqueda de personas y otros en sus puestos para actuar fueron las piezas del puzzle que tuvo que encajar. Porque «el rescate de las víctimas fue abrumador», recuerda Rojo. La rápida intervención de los bomberos y su profesionalidad les permitió, según los datos de Policía Local, evacuar a 18 personas del edificio afectado por la explosión y el fuego.
En total, el día del siniestro participaron 20 bomberos que dieron lo mejor de sí mismos para salvar vidas y ayudar a controlar ese incendio, aunque recibirán la Medalla de Oro al Mérito de la Protección Ciudadana de Castilla y León siete de ellos por «su valerosa actuación poniendo en riesgo su vida durante las labores llevadas a cabo como consecuencia de la explosión». El acto se celebrará el 22 de noviembre en Miranda de Ebro (Burgos).
Aunque los bomberos condecorados hacen extensivo este reconocimiento y el mérito a todos los compañeros del parque porque, como dicen, «el cuerpo de bomberos somos todos».
Aprender
Dos meses después de aquel fatídico día, los bomberos siguen asegurando con total naturalidad que la actuación fue una más. Porque «estamos para eso» y, sobre todo, recalcan, porque «somos personas normales». Su trabajo y pasión por ser bombero no ha cambiado, pero sí reconocen que «todos los siniestros te cambian algo y profesionalmente aprendes muchas cosas», como destaca Jesús Mariano Martín.
Lo que tienen claro es que para ser bombero y vivir catástrofes en primera persona, ya sean accidentes de tráfico, rescates o incendios, se debe de tener «un equilibrio». «Porque si no, no se puede soportar», apunta Juan Otero.
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