Elena Rubio
Domingo, 2 de octubre 2016, 11:33
Tiene un valor incalculable. Son más de un centenar de piezas que se han ido atesorando a lo largo de los siglos. Custodias, cuadros, tapices, cruces procesionales... forman parte de los fondos que exhibe el Museo de la Catedral de Segovia en sus dos salas, aunque se busca darles más protagonismo. Por este motivo, los responsables del templo trabajan en ampliar el espacio con dos salas. Una, la situada encima de la Sala Capitular, que era la antigua librería que está vacía; otra en la parte de abajo, conocida como el bodegón.
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Debido a la cercanía de Madrid, la Dama de las Catedrales es uno de los monumentos más visitados de la ciudad. Por eso, en la Catedral y en su museo es frecuente ver turistas japoneses, alemanes, ingleses, americanos o franceses, por lo que «el turismo que tenemos es constante», apuntan desde el Cabildo catedralicio.
Turistas de distintos puntos de la geografía nacional también acuden son frecuencia al templo. Poco a poco se van animando a conocer esta parte de la Catedral los segovianos, Durante años ha sido un gran desconocido para ellos porque «al tenerlo cerca, lo van dejando», indican. La posibilidad de subir ahora a la torre, pagando 5 euros, está haciendo que muchos segovianos se acerquen al templo y «redescubran» el museo y el Claustro.
A excepción de la torre, el acceso al resto de las dependencias de la Catedral es gratutio para los segovianos , por lo que pueden visitar cualquier estancia del templo. Desde enero hasta finales de agosto han entrado en la Catedral 237.615 visitantes, de los que 72.874 lo hicieron entre los meses de julio y agosto.
El Cabildo de la Catedral considera que el museo necesita poner «cada cosa en su lugar». Mejor colocadas «se podrá apreciar todo el arte existente» en estas salas, incluso trasladar obras que ahora están repartidas por las diferentes capillas del templo. Piezas tan destacadas como el Tríptico del Descendimiento, del pintor flamenco Ambrosio Benson de 1532, la Cruz Procesional de plata sobredorada y cristal de roca del platero segoviano Oquendo de 1519, el terno del obispo Juan Arias Dávila del siglo XV, así como el facsímil del Sinodal de Aguilafuente, el primer libro impreso en España en 1472 por Juan Párix, podrían encontrar su hueco en esta ampliación. Hasta que ese hecho se produzca, para el que todavía no existe fecha, el centenar de piezas se encuentra repartidas en las dos salas actuales, la Capilla de santa Catalina y la Sala Capitular.
En la primera existe una gran variedad de obras de distinto calibre. En las vitrinas hay piezas tan destacadas como una una cruz de oro coral de un taller siciliano del siglo XVII, una cruz procesional de plata sobredorada y cristal de roca del siglo XV sobre una peana procesional barroca de 1656, y una sacra de la consagración, de 1575, obra concebida como un retablo de tres calles; de tres cuerpos más el ático, donde se representa toda la pasión de Cristo en miniatura, y se le atribuye a Benvenuto Cellini, uno de los orfebres más importantes del Renacimiento.
Obras de Rafael González, de José Ignacio Alvárez Arintero, floreros de filigrana cordobesa del siglo XVII, una importante colección de crucifijos, atriles de Baltasar de Zalazar ,y ánforas de cobre del siglo XVIII, también destacan en las vitrinas.
En esta primera estancia hay mucho más que descubrir. En esta sala se ofició misa hasta el siglo XIX, por eso cuenta con un altar y un pantocrator del siglo XIII de la Catedral antigua, así como la tumba del Infante Don Pedro, hijo de Enrique II de Castilla, que según la tradición segoviana falleció al caerse desde una ventana del Alcázar, al que le asomaba su cuidadora que le tenía en brazos.
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Tapices
En las paredes también cuelgan seis tapices con escenas de jardines franceses que fueron realizados en los talleres flamencos en el siglo XVIII y numerosos cuadros, como La Misa de San Gregorio de Pedro Berruguete, La duda de Santo Tomás, de Alonso Sánchez Coello, un retablo de la Escuela Castellana del siglo XVI, procedente de Frumales o el cuadro de la Santísima Trinidad del pintor segoviano conocido como El Maestro de los Claveles, procedente de la ermita de Rodelgas, en Mozoncillo.
Las piezas del Museo son de incalculable valor y muchas se siguen utilizando para celebraciones especiales de la liturgia, como ánforas para los óleos de la misa crismal y el farol del Santísimo. Otra de las que se siguen utilizando en la actualidad es la enorme custodia que sale en procesión el día del Corpus Christi, justo a la entrada de la segunda sala del museo. Es una de las que más llama la atención. De gran envergadura, fue elaborada por Rafael González entre 1654 y 1656 y se encuentra colocada encima de la carroza, obra de Pedro de Riezgo de 1740 que tiene delante los símbolos de los cuatro evangelistas: el toro de San Lucas, el león de San Marcos, el águila de San Juan y el ángel de San Mateo.
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La majestuosidad de estas piezas impacta al visitante, que puede acceder después a la Sala Capitular, donde se reunían el obispo y los canónigos de la Catedral, que puede considerarse «uno de los interiores más bonitos de Segovia», apuntan desde el Cabildo. Los turistas que la visitan salen encantados porque «es una sala muy elegante y está sin restaurar». El suelo, los bancos recubiertos de terciopelo rojo o una tarima para apoyar los pies siguen siendo las mismas de hace siglos. Sin duda, quien entra se maravilla con el artesonado renacentista de la sala, elaborado en el siglo XVI y lacado en blanco y oro en el siglo XVIII.
La sala está presidida por un Cristo de la Escuela Castellana del siglo XVI, la Virgen Inmaculada del siglo XVIII de José Esteve y una colección «magnífica» de siete tapices, que cuentan la historia de la reina Siria, Cenobia de Palmira. Fueron realizados en tejidos de lana y seda en Bruselas, en el siglo XVII. En ambas salas está expresamente prohibido realizar cualquier fotografía o grabar vídeo, aunque «hay de todo», confirma la guía del museo, Raquel Bermejo. Sirvan estas líneas de agradecimiento al Cabildo por permitir fotografiarlas para este reportaje.
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De la antigua catedral
Junto a las salas del museo, se encuentra otro de los grandes espacios de la Catedral, el Claustro, procedente de la antigua catedral románica situada junto al Alcázar, que fue trasladado piedra a piedra en el siglo XVI por Juan Campero en apenas cuatro años, una «proeza admirable para la época».
Su importancia radica en dos aspectos básicos, que es una obra del arquitecto Juan Guas, el preferido de los Reyes Católicos, y sobre todo, que fue trasladado junto con la portada de acceso. Es patente por su belleza, con una tracería que fusiona las formas mudéjares con las corrientes del gótico flamígero, de raíz flamenco, y da lugar al hispano flamenco. Y junto al espléndido patio porticado, donde hay plantados cinco ejemplares de boj, también se pueden admirar pinzas y tenazas originales utilizadas en la construcción de la Catedral o la pintura que representa el milagro obrado por la Virgen de la Fuencisla con la judía Esther, que tras ser arrojada por las Peñas Grajeras se convirtió al cristianismo con el nombre de María del Salto.
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