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nacho barrio
Lunes, 16 de noviembre 2015, 11:31
En el bar de Gurriato, como cada tarde, los parroquianos habituales echan la partida. Hombres de grandes manos y caras curtidas por el tiempo reparten naipes y amarracos. Hace mucho tiempo que ya no se trilla en el campo, pero el recuerdo de la dura tarea queda escrito en sus rasgos y en las palabras que salen de sus gargantas. Un as de oros patrocinado por la extinta Caja Segovia se desliza en el tapete junto a expresiones cuanto menos curiosas. «Mira que te pules gazo», comenta uno. ¿Qué atervan los manes?, cuestiona otro. Entre los que juegan se encuentra el que fuera engrullón del vilorio hasta las pasadas elecciones municipales, José Antonio Sanz. En la tele, una tertulia a la que nadie presta atención hace de ruido de fondo. Horas antes, los niños corrían entre puestos de bragas y quincalla, escondiéndose tras los vericuetos que dejan los tenderetes. Es viernes. Día de mercado. El forastero interrumpe a Gurriato, que lava un vaso tras la barra: «¿En qué habla esta gente?», pregunta. Garlean gacería, majo.
Palabras como pitoche, vilorio o chiflo conviven en el hablar común de los cantalejanos, que las toman como si fueran vocablos normales del castellano. Pero no. La gacería, una jerga surgida del comercio del trillo, utiliza palabras de diversos orígenes con un fin fundamental: que aquel con el que se hacía negocio no entendiera lo que hablaban los trilleros. Pura picaresca de la que nace del hambre que, como se sabe de forma empírica, pone a trabajar el cerebro a velocidades inusitadas. Y los briqueros, como se denomina en gacería a los trilleros y por ende a los cantalejanos, terminaron haciendo suya aquella jerga gremial.
Francisco Fuentenebro Zamarro recibe con un apretón de manos sincero en el despacho de su casa madrileña. Una vida de sabia curiosidad entre archivos parroquiales y legajos antiguos le hace ser una de las voces más autorizadas sobre la historia de Cantalejo y, como no podía ser de otra forma, es el indicado para hablar sobre la gacería. Francisco se remonta atrás en el tiempo pare recordar el papel de Julián Grimau de Burssa, médico de Cantalejo a finales del XIX que llegó a ser alcalde de 1899 a 1902. Allí levantó el Sanatorio Villa Enriqueta, un auténtico milagro en un mundo rural que vivía en el atraso endémico. Una de las iniciativas filántropas del médico fue la de crear El Tío Camándulas, un periódico satírico en el que, por vez primera, se encuentran las primeras muestras de gacería. Era el año 1903.
Una ola de ilustración entre las clases altas de la zona animó a prohombres como Desiderio Martín, también médico, a escribir varios artículos sobre esta rareza idiomática en 1909. También lo haría, precisamente en El Norte de Castilla, Conrado Gutiérrez, ya en 1928.
Aquellas primeras referencias, pese a lo valiente de la causa, no estaban documentadas en exceso. Éstas apuntan al origen francés de la variante idiomática, fijando su nacimiento en el puerto de Marsella. La teoría argumenta que la llegada de franceses a la península como consecuencia del fin de la monarquía gala trajo consigo la introducción en la ciudad briquera de las palabras que componen la gacería.
Según Francisco Fuentenebro, estos postulados «han sido progresivamente descartados, principalmente porque raros son los casos de franceses registrados en la localidad». De hecho, asegura que «prácticamente no hay vocabulario francés, a excepción de palabras como chien (perro) y mer (alcalde), este último apenas utilizado».
¿Cómo surge entonces la gacería? «Cuando llega la repoblación del sur del Duero, entre los siglos X y XII, muchos burgaleses, sorianos y navarros que llegan a Cantalejo son vascoparlantes», afirma Francisco Fuentenebro, asentando esta teoría en la rica toponímia que fueron dejando estos pobladores. Los primeros vocablos de la gacería son vascos e incluso árabes, fruto de la permanencia de éstos en la península.
Ese vocabulario, que empezó a perderse, fue aprovechado por trilleros y criberos como germen de la gacería. En sus viajes, utilizan la curiosa jerga para entenderse entre ellos en sus tratos. No es de extrañar por tanto que la gacería beba también del caló, la lengua de los gitanos, con los que los éstos solían negociar. Zamarro llega a la siguiente conclusión: «Un puñado de vecinos de un lugar minúsculo, analfabetos casi todos, supieron hacerse su propio idioma, su mejor herramienta de trabajo y, sin duda, la pieza más curiosa del patrimonio cultural de Cantalejo. Un verdadero tesoro que solo valoramos cuando nos vemos obligados a utilizarlo. ¡Qué siertería garlear sin que aterven los manes!, o lo que es lo mismo, qué gozada hablar sin que te entiendan aquellos con los que estás haciendo negocio. Su función, con el fin del comercio trillero, parece desaparecida. No obstante, muchos defienden la necesidad de ponerlo en valor y darlo a conocer: «Estudiamos la historia universal y no sabemos nada de lo que ha pasado aquí», comenta un pesaroso Francisco Fuentenebro.
El que fuera engrullón del vilorio, el exalcalde José Antonio Sanz, ríe a carcajada limpia tras un órdago ganador y le refocila el tanto a la pareja contraria. Gurriato les mira tras la barra y se dice para sus adentros: «Son como pitoches».
La gacería, un patrimonio oral de Cantalejo que vive entre dos tiempos
Continuos son los esfuerzos de los profesores briqueros en mantener el patrimonio oral de la gacería por medio de actividades escolares. Asimismo, el Ayuntamiento de la localidad acostumbra a editar parte del programa de fiestas en esta variedad dialectal.
Pero la gacería ya ha dado un pequeño gran paso hacia la modernidad. Carlos Lobo decidió crear una aplicación para smartphones, un pequeño diccionario muy completo, disponible para Android. El cantalejano, informático de profesión, confiesa que «en un principio lo hice para mí, pero pensé en difundirlo y vi que a la gente le gustaba».
Un trillo es precisamente el logo de la aplicación, que cuenta con más de 500 descargas.
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