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el norte
Martes, 10 de noviembre 2015, 11:35
La comedia es un género que, por paradójico que parezca, no se presta a tonterías: uno o triunfa con ella o fracasa con ella. No hay grises; porque lo primero significa que el volumen de los decibelios ha aumentado debido a las risas, y lo segundo se traduce en un silencio sobre las líneas presuntamente graciosas. Es cierto que el éxito o el fracaso podría variar de un público a otro, pero por norma general, o se triunfa o se fracasa. Y analizado así, lo del domingo del Taller Cultural de Fuentepelayo en el teatro Juan Bravo de la Diputación, fue un auténtico éxito.
Fueron dos horas en las que el intervalo máximo de silencio entre una carcajada y otra se contó en dos segundos. A ello ayudó en gran medida la actuación soberbia de Juan Cruz Serrano, director y autor de la obra, y principal protagonista de un guión que juega con el despiste de su personaje como se juega al pinball; de forma totalmente atolondrada, pero siempre con sentido.
El profesor Justo Mateos Ruiz se convirtió en ese anciano al que todos conocemos, y quien a todos desespera y divierte a partes iguales. Su noche en un hotel más Risa que Ritz entretuvo a los espectadores de todas las edades que se dieron cita en el teatro, pero de manera más especial a las señoras a partir de cincuenta, que quizás vieron en el protagonista a sus maridos, o quizás se felicitaron por no tener a su lado a un hombre incapaz de pillar cada indirecta cargada de deseo amoroso o sexual. Lo cierto es que más de uno lloró a causa de las carcajadas y que más de dos aplaudieron hasta cuando el protocolo no lo dictaba.
Las mujeres que no dejaban vivir -o dormir- al profesor Mateos Ruiz y que no le permitieron en toda la noche repasar su conferencia sobre la fiebre amarilla también tuvieron su gran ración de aplausos; y es que detrás de un gran hombre, siempre hay una gran mujer. El guión cargado de juegos con palabras habría sido imposible sin los apuntes de la secretaria del sabio, los rulos puestos a las situaciones por la huésped Domitila, o la inocente indecencia de las inesperadas amantes del sabio profesor.
Todo ello, unido a un recepcionista interesado, un fontanero inútil, un pintor con exceso de musas y un padre empeñado en encontrar un yerno, contribuyeron a que los espectadores presenciasen una noche de hotel sin descanso tampoco entre carcajadas que dejó demostrado que la fiebre, amarilla o no, por el teatro que existe en Fuentepelayo es tan contagiosa, que hace tiempo que la palabra aficionado se vio superada por la escena.
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