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Una pareja pasea por la plaza, que cuenta con espacios verdes en los que destaca un cedro de Líbano y una sófora. Antonio de Torre
El primer jardín público de Segovia

El primer jardín público de Segovia

La plaza de la Merced debe su nombre a un convento de los mercedarios, derribado a principios del siglo

PPLL

Lunes, 2 de noviembre 2015, 11:39

La Plaza de la Merced está situada entre las calles del Marqués del Arco, de la Judería Nueva, de la Almuzara y de Daoíz. El espacio, tal y como lo conocemos ahora, empezó a realizarse en 1843, convirtiéndose en el primer jardín público realizado por el Ayuntamiento de Segovia dentro del recinto amurallado. En la actualidad, es un lugar de descanso perfecto para los que realizan andando el trayecto que separa la Plaza Mayor del Alcázar de Segovia, ya que el espacio cuenta con bancos de piedra, una zona infantil y varias zonas verdes, donde destaca un cedro del Líbano y una sófora péndula. En 1973 también se colocó un busto dedicado a Rubén Darío, obra del escultor Santiago de Santiago. A lo largo de los años la plaza ha tenido diferentes denominaciones oficiales según la época, como del Recreo de Isabel II o de Alfonso XII. Sin embargo, estas denominaciones no han podido desplazar al nombre popular de La Merced, que procede de un antiguo convento de mercedarios que hubo allí anteriormente, y cuyos restos fueron derribados a principios del siglo XX. Estaban situados en el lugar que hoy ocupa la fuente ubicada en esta plaza.

En el libro Las calles de Segovia de 1918, su autor, Mariano Sáez y Romero, cuenta que el convento «fue derribado para ensanche de aquel sitioen el centro de esta plazuela existe ahora un bonito jardín que hermosea aquellos tranquilos lugares». Un convento que, según este autor, fue «fundado en Guadalajara y trasladado en 1367 a Segovia». Al parecer, lo dotó con su hacienda Elvira Martínez, quien fuera madre de fray Pedro Fernández Pecha, fundador de la Orden de San Jerónimo y de Alonso Fernández Pecha, quien fue obispo de Jaen.

El convento tuvo muchos años de esplendor, ya que en 1787 había 30 religiosos mercedarios calzados, que administraban un buen número de tierras y una huerta. Sin embargo, con el paso de los años y en plena desamortización, el número de monjes fue bajando de forma notable hasta que solo quedaron 10 en 1835.

Según recoge Saéz y Romero, el templo contaba con «arquitectura gótica y en su capilla mayor, costeada por don Diego Arias, estaban enterrados los condes de Puñonrostro». Precisamente, en esta plaza estaba la mansión señorial de este conde, «magnate que desempeñó altos cargos en la política y el ejército y descendiente de la antigua estirpe de los Arias Dávila». La casa, hace un siglo, contaba con una capilla dedicada a San Antonio y antes de ser una mansión estaba allí el Hospital de Peregrinos, fundado el 10 de noviembre de 1461.

Precisamente sobre el convento y el conde gira la leyenda de la creación de Montón de Trigo y Paja. Al parecer, este hombre contaba con extensas y ricas propiedades en Torredondo. Era extremadamente tacaño y codicioso, y las personas que trabajan para él estaban de sol a sol por escaso dinero. Un año en cuestión, la cosecha fue muy buena y el número de personas que iban a pedir limosna era mayor que en otras ocasiones.

Día tras día la cosecha era transformada y acumulada, celosamente, en dos grandes montones de trigo y de paja. Un buen día, un pobre vagabundo, viejo y miserable, le pidió que aliviara sus penurias, a lo que el avaro hombre contesto: «prefería que los montones de su cosecha se convirtieran en tierra». Continuó el pobre su penoso camino, apesadumbrado por el repudio recibido cuando, pasos más adelante, todo el cielo se tornó de súbito en penumbra con gran aparatosidad de truenos, tormentas e inclemencias. En medio de todo ello volvió su vista atrás observando aterrado, con desazón y pánico, como los colosales montones de trigo y de paja se habían transformado en cerros de piedra y pesada arcilla. El Conde reconoció su grave pecado de soberbia y avaricia, por el que el mismísimo Cristo, en la persona del mendigo, le había castigado. Hizo votos por repararlo, repartiendo sus abundancias y con la promesa de fundar el convento y viendo desde su casa, en la plaza de la Merced, como se terminaba el convento.

Sinagoga Vieja

Lo que sí es cierto es que donde estuvo esta casa siglos antes, en plena Edad Media, se ubicó la Sinagoga Vieja de los judíos. En 1412 pasó a manos del convento de Santa María de la Merced ya que la judería se situó en unos terrenos pertenecientes al convento mercedario. A los monjes no les gustó la decisión y por eso, reclamaron a la corona la sinagoga a cambio para establecer un hospital en el que se acogieran a los pobres. «Los tutores de Juan II especificaron que los monjes debían establecer en el edificio de la antigua sinagoga un hospital en que se acojan los pobres pero no existe constancia alguna de que se llevara a cabo», recoge la web de la Red de Juderías. En la actualidad, este espacio alberga los servicios de Industria, Cultura y Turismo de la Junta de Castilla y León. En su pared hay una placa dedicada al escritor Ramón Gómez de la Serna, por sus largas temporadas en Segovia. «Amó a Segovia y a ella dedicó alguna de sus más bellas páginas», reza la placa.

La que sigue perdurando con el paso de los años es la iglesia de San Andrés, que conserva un gran ábside semicircular articulado como en San Millán, es decir con dos columnas que crean tres paños con un ventanal cada uno en el centro. Una imposta corrida a la altura de los cimacios divide el ábside en sentido horizontal. Esta capilla está desviada con respecto al eje de la nave, hecho que se interpreta como símbolo de la inclinación de la cabeza de Cristo en la cruz

Pero San Andrés, además, posee una espléndida y altísima torre de ladrillo en su costado meridional, de cuatro cuerpos. Según la web arteguías, el más bajo, de sustentación, es de mampostería con hileras de ladrillo; los cuerpos segundo y tercero poseen dos ventanales de arcos doblados de medio punto. El último, para aligerar el peso de la estructura, abre tres vanos, siendo el del centro más estrecho.

La torre, que se construyó de forma más tardía, se le adosó un ábside de calicanto de perímetro poligonal con tres ventanales de medio punto. Tras las reformas barrocas, el interior poco o nada deja traslucir de su origen románico, pero sí alberga varias tallas, que son atribuidas a Gregorio Fernández. En el exterior, de la iglesia hay una cruz de granito fechada en 1678.

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