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Ricardo Hernández, con dos ejemplares de su libro, ayer en Segovia.

Diario de guerra de un soldado

El profesor de la UVA Ricardo Hernández publica ‘¡Maldita guerra!’ a partir de un diario que escribió su abuelo en el frente de Teruel entre 1937 y 1938

Carlos Álvaro

Jueves, 22 de octubre 2015, 10:50

Ricardo Hernández García es profesor de Historia e Instituciones Económicas de la Universidad de Valladolid (UVA) en el campus María Zambrano de Segovia. Esta tarde, en el salón de grados de la Facultad de Derecho de Valladolid, presenta ¡Maldita guerra! Diario de un soldado en el frente de Teruel (1937-1938), libro que ha elaborado a partir del diario que su abuelo paterno, Jeremías Hernández Carchena, escribió cuando estuvo en el frente de Teruel. El autor ha realizado un excelente trabajo de investigación histórica con el testimonio de su propio abuelo. «Para mí no es un libro más sobre la Guerra Civil española; para empezar, porque lo escribió mi abuelo, pero también porque es el diario de una persona normal y corriente, ajena a la vida militar y a la política del momento, a quien le tocó ir al frente», explica Hernández.

Jeremías Hernández Carchena (Fuentelapeña, Zamora, 1911-Medina del Campo, Valladolid, 1963) fue movilizado al comienzo de la guerra, como tantos muchachos de su tiempo. Como la provincia de Zamora, tras el 18 de julio de 1936, había quedado encuadrada en la zona nacional, Jeremías pasó a formar parte del Ejército sublevado. Antes de llegar a Teruel, en diciembre de 1937, el zamorano estuvo en Guernica tras el bombardeo y conoció de primera mano la toma de Bilbao. También visitó el desolado frente de Brunete durante el verano de aquel año.

«Mi abuelo explica Ricardo Hernández nunca tuvo una vinculación política clara, aunque estaba ideológicamente más cerca de los republicanos. Eso se refleja en el diario, pues no hace ninguna mención política ni despectiva hacia el bando contrario. Sí se refiere alguna vez a la sinrazón que le ha llevado a estar ahí. El título del libro, ¡Maldita guerra!, está sacado de una de las anotaciones del diario. Al final estaba ya muy harto de todo aquello que estaba viviendo. Y es que él no era militar, sino jornalero, un hombre que se había dedicado al trabajo de la tierra como jornalero eventual. Había hecho el servicio militar en el cuarto Regimiento de Artillería de Zamora, y como artillero estuvo toda la guerra».

Llama la atención que, siendo un hombre ajeno a un trabajo intelectual, Jeremías se preocupara de ir anotando, día a día y durante casi un año el diario abarca del 15 de diciembre de 1937 al 19 de noviembre de 1938 las vicisitudes que le tocaba vivir en el histórico frente. «Eso me lo pregunté mucho al principio. ¿Cómo un jornalero de la Castilla profunda, que apenas sabría leer y escribir, tuvo la inquietud de hacer aquel diario? Bueno, para empezar diré que estos casos fueron más frecuentes de lo que pensamos. En los frentes se escribía mucho. Era la manera de expresar lo que estaban viviendo y, por supuesto, la manera de evadirse, porque no podían estar continuamente con la guerra en la cabeza. Los días de las ofensivas eran escasos y había muchas jornadas anodinas, aburridas, en las que no pasaba nada. Por otra parte, Jeremías sí sabía leer y escribir. Al morir mi abuela, mi padre me dio el diario y una biblia ¡protestante!, la de Cipriano de Valera. ¿Qué hacía esto en casa de mis abuelos? me pregunté. Bueno, indagando descubrí una tarjetita que acreditaba la pertenencia de mi abuelo a la Unión Bíblica; es decir, no era católico, sino anglicano. Él había aprendido a leer y escribir en las escuelas gratuitas que los anglicanos tenían en Fuentelapeña y en el cercano pueblo de Villaescusa, que eran los centros más importantes de la religión anglicana en España desde el siglo XIX. En el diario hacía muchas menciones a la religión, a Dios. De esto, por supuesto, en mi casa no se sabía nada».

El diario es delicioso. Jeremías se refería unas veces a las acciones bélicas en las que tomaba parte o se desarrollaban a su alrededor en estos pasajes, desde su visión de artillero ayudante relata la crudeza de la guerra, pero otras prefería centrarse en cuestiones más humanas, como la relación de amistad entre los distintos compañeros o el recuerdo de los días festivos de su pueblo natal. Por supuesto, a medida que pasaban los meses, se intensifican las menciones a su esposa y a su hijo, de apenas un año. «Son las vivencias y sentimientos de un hombre trabajador, respetuoso y religioso que incluso cuenta con extrema crudeza cómo estuvo a punto de ser fusilado por los suyos por mantener sus ideales religiosos».

Un tesoro

Para un historiador como el autor, recibir un legado así de su propia familia es una gran suerte: «Yo no conocí a mi abuelo, porque falleció doce años antes de que naciese yo. Por tanto, tenía muy pocas nociones de él; y de estos temas nunca se hablaba en casa. Cuando me dieron el diario empecé a interesarme, pero yo era un estudiante de Historia y todavía no me sentía preparado para enfrentarme a ello. Al principio, mi idea era hacer una cosa pequeña, para el ámbito familiar, transcribir el diario y nada más, pero el hecho de ser historiador me empujó a elaborar un trabajo más completo», explica el autor, que está muy satisfecho con el resultado: «Creo que he conseguido despegarme un poco de mi abuelo y tratarlo como si hubiera sido otra persona a la que le tocó vivir ese momento. Traté de dejar a un lado la parte sentimental y afrontar la tarea desde un punto de vista académico y profesional. Es lo que, al final, te permite entender sus textos».

¡Maldita guerra! no es, pues, la transcripción escueta de un diario. Ricardo Hernández explica en el libro en qué condiciones se escribió ese diario, cómo se estructura, dónde se escribió, y lo contextualiza con anotaciones a pie de página en las que aporta una información muy valiosa para entenderlo. También incluye una biografía de su abuelo y un cuadernillo central de fotografías, muchas de ellas procedentes del álbum familiar. De momento, el libro puede adquirirse en las librerías A pie de página y Margen de Valladolid.

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