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el norte
Martes, 27 de enero 2015, 11:59
Una vez más, y ya van nueve años consecutivos, se ha desarrollado en la localidad de Casla la tradicional ceremonia de la matanza de un cerdo, oficiada por un grupo de 15 amigos, ayudados por varias mujeres. De esta manera se recupera una costumbre ancestral, prácticamente perdida desde hace mucho tiempo, pero que hasta ya pasada la mitad del siglo XX servía como principal fuente de alimentación para cada familia rural durante casi todo el año.
Esta matanza a la antigua usanza, cuyas labores principales han ocupado dos días, ha servido para traer a la memoria de los matanceros muchos recuerdos de su niñez y juventud, cuando era normal la realización del rito en la mayor parte de las casas del pueblo, con el fin de garantizar la subsistencia de sus habitantes.
210 kilos
El primer día, el sábado, después de haber sacrificado el cochino, cuyo peso era de 210 kilos, el grupo de hombres se encargó de quemarle el pelo prendiendo helechos y bálago de centeno, para después rasparlo hasta dejar la piel lisa y limpia. Luego se comenzó a despiezar al animal para dejarlo colgado del techo, ya vacío de vísceras. Tras la preceptiva consulta al veterinario para comprobar el buen estado de salud del animal, llegó el momento de comentar las anécdotas de la mañana durante la comida celebrada en el restaurante Las Eras, compuesta por judiones guisados con oreja y otros tropezones. A continuación, se mezclaron la cebolla, el arroz, la sangre y los condimentos necesarios para elaborar las sabrosas morcillas, que se cocieron en un caldero de cobre al calor de un fuego de leña, dejando un jugoso caldo o calducho.
Al día siguiente, domingo, se terminó de destazar el cerdo, de manera que quedaron separadas las distintas partes de su cuerpo, para ser utilizadas en la preparación de cada uno de los ricos productos resultantes: lomo y costillares adobados, chorizo, torreznos, panceta o tocino. La fiesta de la matanza concluyó en buena armonía, en el mismo restaurante, con el deleite gastronómico que supone saborear el calducho, el somarro, la careta o la morcilla.
Además, a lo largo de varias semanas, las personas que han intervenido de alguna manera en este rito ancestral tendrán la oportunidad de participar en sucesivas comidas, en las que se irá dando buena cuenta de las restantes partes y de los productos derivados de este generoso animal, del cual, como bien se sabe, todo se aprovecha.
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