Carlos Álvaro
Domingo, 30 de noviembre 2014, 12:12
Cuando hablamos de patrimonio histórico pensamos en los grandes monumentos, catedrales, iglesias... pero hay otro patrimonio histórico que ha permanecido abandonado a su suerte durante años y que ahora, gracias a la labor intensa de quienes se han interesado por ello y han dado a la voz de alarma para su conservación, comenzamos a apreciar. Es el patrimonio industrial, ligado a la actividad económica del hombre, tan antigua como el hombre mismo.
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Hace unos días, la Diputación Provincial acogía la presentación de un librito que emerge como referencia y guía del patrimonio industrial de la provincia, que extenso, variado y poco conocido. Su autor es el ingeniero Jorge Soler Valencia, que incluso propone una ruta entre Navafría y Valsaín siguiendo las huellas o vestigios que la pujanza económica e industrial que Segovia tuvo en el pasado dejó en numerosos puntos de la provincia. «Cuando hablamos de patrimonio industrial nos estamos refiriendo a los restos materiales e inmateriales de la industria pasada que han llegado a nuestros días: construcciones, edificios, máquinas, documentación, registros... Todo ello relacionado con los sistemas de extracción, obtención, transporte, almacenamiento, transformación y producción industrial. La parte inmaterial vendría dada por las formas de trabajo y organización, el léxico propio, las costumbres derivadas de los oficios, los sonidos, los ambientes», afirma el autor. Segovia, como el resto de Castilla, no tuvo una revolución industrial fuerte, pero sí hay en su territorio un patrimonio industrial anterior a esa época. Este patrimonio es el que estudia y presenta Soler, también como llamada de atención para conseguir su total conservación, pues hay restos, como el del esquileo de Santillana, situado a los pies del cerro Matabueyes, que acabarán perdiéndose si antes nadie lo remedia. «Son muy pocas las construcciones que están declaradas Bien de Interés Cultural (BIC) y contadas las que se ha conseguido recuperar por completo la Casa de la Moneda es el mejor ejemplo; pero abundan las que pasan desapercibidas, arruinadas y abandonadas. A mí me gustaría que se interviniera en sitios tan hermosos como el esquileo de Santillana, solamente para impermeabilizar y mantener las ruinas y evitar que el deterioro avance. No requiere de mantenimiento y pueden habilitarse senderos para facilitar las visitas. Me da rabia porque aquí, cuando hay algo que conservar, se entra a saco y se hace todo de nuevo. Y conservar no es eso», afirma Jorge Soler.
Jorge soler, autor del libro
Editado por la Real Academia de Historia y Arte de San Quirce y la Diputación Provincial de Segovia, el libro Patrimonio Industrial en Segovia viene a llenar un pequeño hueco en la materia, pero también sirve de llamada de atención. «Hemos progresado mucho, pero todavía queda camino por recorrer en cuanto a sensibilización», señala Jorge Soler. Y es que muchos de estos vestigios del pasado ni siquiera gozan de la categoría de monumento. «Hay ayuntamientos que sí valoran lo que tienen y se preocupan por conservarlo; incluso los propios vecinos, que están orgullosos de ello. Sin embargo, otros no hacen mucho caso, y, claro, en el camino se han perdido muchos elementos», afirma el autor. En el caso del martinete de Navafría, los propietarios están en conversaciones con las administraciones para conseguir una restauración puntual muy necesaria.
El ingeniero desgrana en su libro las pequeñas industrias de la tecnología popular, tan abundantes en la provincia, muchas de las cuales hunden sus raíces en la Edad Media. Ahí están los molinos harineros movidos por la energía hidráulica, o los molinos de viento, que hay tres: dos en Villacastín y uno en Cuéllar; o los hornos de las caleras, yeseras y tejeras; o las pegueras de la Tierra de Pinares; o las fraguas y los lagares. Después se adentra Soler en la Mesta y la industria de la lana, tan próspera en la Segovia del pasado, que dejó ranchos, lavaderos y esquileos. «Los esquileos eran grandes complejos, con edificios distribuidos en función del proceso de esquilado y otras labores que se realizaban en ellos», apunta el autor. Las tres cañadas que la cruzan hacían de Segovia un enclave privilegiado para la instalación de esquileos y lavaderos. ¿Ejemplos? El esquileo de Alfaro, el de Cabanillas, el de Santillana, el de El Espinar...
Luego están las reales fábricas: el Real Ingenio de la Moneda, la Real Fábrica de Cristales de La Granja y el Real Aserrío Mecánico de los Montes de Valsaín (la primera, construida a finales del siglo XVI, dejó de funcionar en 1868, y las otras dos han llegado a nuestros días con actividad), y por último, la huella que dejó la Revolución Industrial, que puede palparse en las fábricas de luz, en la harinera de Carretero (en el barrio de San Lorenzo), en la Resinera Segoviana, fundada en 1862, o en las fábricas de achicoria de Cuéllar, Lastras de Cuéllar y Mozoncillo.
De Navafría a La Pradera
Soler propone en su libro una ruta muy interesante que cualquier persona interesada puede explorar. Se trata de un recorrido entre Navafría y La Pradera de Navalhorno que sigue las huellas del patrimonio industrial segoviano más característico. «Empezaríamos visitando el martinete de Navafría, que el río Cega mueve un kilómetro aguas arriba del pueblo. Somos unos privilegiados por contar en Segovia con este ingenio singular único que, en contra de todo sentido práctico, ha estado en uso hasta la década de los 90 del siglo pasado. En el martinete de Navafría no hay disposiciones museológicas ni recreación alguna. Lo que allí puede verse es auténtico y ese es uno de sus principales atractivos», afirma Soler.
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El itinerario se adentra después en el lavadero de lanas de Alfaro, en la ruta de la N-110, siguiendo la Cañada Real. La chimenea se mantiene en pie, a pesar del abandono y el paso implacable del tiempo. Allí se lavaba la lana recién esquilada, operación que contaba con tres pasos: apaleado y mondadura, desensuardado y lavado y secado. Imposible es avanzar sin visitar la casa o ranchos de esquileo de Cabanillas del Monte, ejemplo de buena conservación (en su interior se han celebrado bodas y banquetes) y la Máquina de Raspamento de la fábrica del vidrio, ya en las puertas de San Ildefonso, donde es obligada la visita a la Real Fábrica de Cristales la que Soler denomina como fábrica del Rey y el Real Aserrío Mecánico de Valsaín.
«He pretendido hacer una pequeña guía, no muy extensa, con el fin de posibilitar la divulgación y el conocimiento del público en general de estos enclaves. Por supuesto, la clasificación es muy personal y se han quedado fuera, por razones de espacio, elementos que hubieran merecido estar», afirma Soler.
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