Segovia

Las 103 donaciones de Ángel Román, el «martillo pilón» de la sangre

Cuatro décadas de satisfacción. «No es que seas un súper héroe, pero ayudas a salvar una vida». La hermandad segoviana nació en 1974, un sistema que puso fin a la venta irregular de sangre, un método altruista por el que los sanitarios pagaban pequeñas cantidades que luego repercutían al paciente, anestesistas que la necesitaban para las operaciones. «Los estudiantes universitarios lo hacían en algunos momentos para sufragarse sus pequeño gastos». Román ha sido testigo de la regulación, liderada por los servicios de hematología de cada provincia. Una optimización del recurso y de las formas, la separación física entre pacientes y donantes. «En ocasiones se ha hecho la donación brazo a brazo en la misma habitación». De esas transfusiones directas a extraer de cada unidad de sangre cuatro derivados diferentes. Y el carácter anónimo. «Sin menospreciar los orígenes, yo creo que lo hace más hermoso».

Y la labor pedagógica. La constitución de las hermandades de sangre y la invitación permanente a pasarse por el autobús. «Los donantes se buscan y, perdón por la expresión, con el martillo pilón. Insistiendo, insistiendo, insistiendo». Relata un proceso de fidelización, explicando la labor, recordando la necesidad. El punto fijo de Segovia fue en un principio la Residencia Licinio de la Fuente (actual Residencia Mixta), luego, el Hospital General, Policlínico, una sede provisionalmente en Teodosio el Grande y el local actual en Nueva Segovia, desde 2009.

Unas décadas en las que ha cambiado la forma de comunicar, pero hay principios que no perecen. «La red boca-oído ha sido importantísima. También la cartelería, que hoy mismo se sigue usando. En todo momento lo hemos intentado con nuestros medios, escasos pero suficientes para que la gente no olvide». Segovia se mantiene regularmente en una media por encima de los 43 donantes por cada mil habitantes, un dato que Román califica como «muy bueno» porque supera la barrera de 40 fijada por la Organización Mundial de la Salud. «Ahí estamos, es una lucha permanente. Es algo que no se puede adquirir en un supermercado».

Con esa insistencia palían el envejecimiento demográfico: cada vez hay más población mayor de 65 años que deja de ser donante potencial. «El objetivo es que el enfermo no espera a la sangre, que sea la sangre la que espere al enfermo». Lo que empezó con una unidad móvil –una furgoneta que se trasladaba a lugares muy puntuales de la provincia– a contar hoy con seis para Castilla y León que definen su itinerario en base a la población y a la red de delegados locales. «Son nuestros ojos en la provincia». Por eso la donación de plasma, uno de los legados en auge de tiempos recientes, está cada vez más extendida en los pueblos.

Una responsabilidad que asume en primera persona. Un donante puede serlo desde los 18 a los 65 años. Deberá tener buena salud y pesar más de 50 kilos. El proceso de donación dura en torno a la media hora en función de la afluencia de donantes; unos 15 minutos para rellenar un formulario y una entrevista con el médico donde se revisan hábitos o detalles como si ha habido tatuajes o pírsines recientes. La normativa europea permite cuatro donaciones anuales por hombre y tres por mujer, por los efectos de la menstruación. Él es una excepción: su sangre sigue siendo útil. «Puede extenderse si tu salud es totalmente correcta. Si salvas los parámetros de tensión arterial o el volumen de glóbulos rojos puedes donar hasta los 70 años».

Y esgrime con orgullo el correo electrónico del Centro de Hemoterapia de Castilla y León que acredita su buena salud, le da las gracias por tantos años de donaciones y le invita a seguir haciéndolas. Así que tiene otra excusa para seguir cuidándose porque su salud tiene una ganancia doble: su propia autoestima y la ayuda anónima que proporciona. Porque para él donar es algo tan natural como respirar. «Ha habido momentos muy bonitos. La primera vez que amigos o familiares míos han donado sangre. Que un hijo te diga que le apetece… Porque yo con la familia no he sido ni martillo pilón ni conde Drácula».

Más de media vida ofreciendo el brazo y una lista de 103 donaciones que continuará en otoño. Igual que la función de martillo pilón, que le acompañará hasta el final de sus días. «En una provincia como la nuestra, que nos conocemos todos, soy más el de la sangre que mi propia persona». La que empezó a trabajar en la gaseosa La Casera para después hacerlo en el Insalud y ser concejal de Cultura en el Ayuntamiento desde 2000 a 2002 o profesor asociado en la Universidad de Valladolid. Pero quizás su gran logro es convertirse en un recordatorio viviente de la donación, la mejor publicidad posible al acto que ha definido su vida. Porque cada vez que pasea por la calle lleva el martillo pilón en el cinturón, aunque no lo utilice, aunque no sea Drácula.