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Antigua Casa de Socorro en Salamanca, para la asistencia sanitaria en primera instancia a la gente más humilde. VENANCIO GOMBAU

Un siglo de machismo

Hay letras de sangre, de tragedia y desconsuelo –malos tratos, sometimientos, abusos, violaciones, asesinatos–, en aquella España negra, con atraso y derechos restringidos

paula hdez. alejandro

Domingo, 24 de noviembre 2019, 17:17

Hay letras de sangre, de tragedia y desconsuelo -malos tratos, sometimientos, abusos, violaciones, asesinatos-, en aquella España negra del primer cuarto del siglo XX, con atraso y derechos restringidos. En aquella Salamanca, con universidad y altas tasas de analfabetismo. Cuando la violencia de género no ... tenía nombre ni día, pero sí víctimas. ¿Qué rostro ofrecía aquella agresión física, tantas veces fiera y ciega? El rescate de algunos hechos y testimonios documentales ayudan a perfilarlo. La provincia salmantina contabilizó más de una docena de importantes casos en ese periodo. Hace un siglo. De las otras formas de violencia, como es la psicológica, se tiene constancia, pero apenas figura en los registros. Quedaba para la intimidad: la casa, la alcoba. (El abuso sexual de la mujer en tiempos de guerra es otra historia). He aquí algunos nombres y algunos relatos -dormidos en la memoria de las hemerotecas y de los archivos-. En distintos escenarios: la capital, Castellanos de Villiquera, Nava de Béjar, La Peña, Galinduste, Villarmayor, Aldeatejada, Navasfrías y Fuenterroble de Salvatierra.

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Terminaba la primavera de 1912, que había sido templada. Y el 13 de junio, san Antonio de Padua, se produjo un crimen pasional en Castellanos de Villiquera. Una joven de 20 años, Rosaura Ávila, fue asesinada por su novio, Luciano Fraile. Los medios locales realizaron un gran 'seguimiento' del suceso. 'Una muchacha, asesinada en su propia casa', informó El Adelanto a cinco columnas en portada. Como antetítulo, 'Los crímenes del amor'. El pueblo, que contaba con 80 vecinos, se estremeció. El periodista, 'El Timbalero' (José Sánchez Gómez), recabó información de los 'labriegos' y de 'la familia doliente'. Las gentes «estaban a las puertas de sus casas» y tenían ganas de platicar. «La interfecta -se referían a la joven asesinada, hija de un labrador que, además, ejercía como secretario municipal- habló más de un año con el hijo de la tabernera de Aldeaseca». Se llamaba Juan Iglesias Moriñigo. «Según todos los rumores», explicaban los informantes, la chica «rompió sus amores con Juan hace más de un año». No hubo reconciliación. ¿Por la oposición paterna? «No lo sabemos a punto fijo». Y, así, «admitió relaciones de otro mozo»: Luciano Fraile, labrador y representante de máquinas agrícolas. Los vecinos ofrecían sus impresiones. Al primero (Juan) se le calificaba como «bueno, trabajador, honrado, modesto, discreto». El segundo (Luciano) aparecía definido de esta manera: «un poco levantado de cascos». Y celoso.

Relato de los hechos

La crónica también destacaba cómo se había iniciado todo: baile en una era, a media tarde. Suelto y 'agarrao'. La pareja participó en la danza. Por la noche, Luciano acudió a la ventana del cuarto de Rosaura. Aquella tenía «poco más de medio metro cuadrado, reja de fuertes y gruesos barrotes y tela metálica, cuyos dibujos forman hexágonos». Como enseres: una silla, una máquina de coser, no mucho más. Hablaron, discutieron. Y la chica recibió dos tiros en el pecho. La casa, humilde de traza, aunque con fachada de piedra, estaba situada en la calle del Medio. El periodista recabó información del padre de la víctima: desautorizaba 'los amores' de su hija porque «era muy joven para contraer matrimonio». Y ofrecía una interpretación del hecho: el autor, «caso de ser Luciano… Me figuro que debieron reñir agriamente, y como él es de un carácter fuerte, violento, comido por los celos y, creyendo o pensando que de no ser suya, tampoco lo sería para algún otro, disparó su pistola». La descarga procedía, se descubrió pronto, de un arma del calibre 12. «Una de las balas se incrustó en el pecho izquierda» de la joven.

Hospital de la Santísima Trinidad donde se atendió a muchas mujeres que sufrieron agresiones. WORD

El reportero, buen observador de los detalles, describió el aspecto del cadáver, expuesto al público en la Casa Consistorial. «Su rostro, no muy descompuesto, conserva las facciones de mujer bella, fino cutis, aguileña nariz, grandes y negras pestañas, pequeña boca, medio entreabierta, con los labios amoratados». Aparecía vestida con una «falda verde, con volantes, blusa de color con encajes, pañuelo atado a la cabeza, al estilo de molinera, y botas altas, de botones».

Fraile e Iglesias, detenidos, ingresaron en la cárcel. El último fue puesto en libertad. El otro aparecía como principal sospechoso. Sánchez Gómez habló con Iglesias en el café Novelty. Poco después lo hizo con Fraile en la prisión. «Comenzamos a disputar. Yo estaba rabiando por los celos, y hablamos agriamente sobre los 'agarraos' que ella había bailado», relataba. La disputa adquirió «tan grandes proporciones, que me obcequé y me acaloré de tal manera que saqué la pistola y disparé contra mi novia, pero sin intención, ni mucho menos, de matarla». ¿Cuántos tiros?, preguntó el informador. «Uno solo. Como era de dos caños, se conoce que, azorado y acalorado, apreté a los dos gatillos y salieron las dos balas». El hombre creyó, eso confesaba, que «no la había matado». Como tampoco escuchó quejidos o lamentos, pensó que la joven «se había acostado llena de miedo». Se fue tranquilo para su casa, como si no hubiese ocurrido nada, aunque antes estuvo «tirando (de los) pantalones», pura necesidad, y arrojó el arma a la laguna. (Las informaciones de 'El Salmantino' y 'Heraldo de Zamora' trataron el suceso con mayor sobriedad). Su temprana muerte, en el verano de 1913, añadió dramatismo a la historia.

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Devolución al hogar conyugal

Hay que hacer memoria, asimismo, de otros actos de violencia contra las mujeres, ejercida en esas dos primeras décadas del pasado siglo en la capital y en la provincia salmantinas. No se trata de espigar disputas matrimoniales o malas avenencias conyugales, sino de presentar una dura realidad, frecuente en aquel periodo. Así, ofrecen una dolorosa singularidad dos acciones. La primera ocurrió el 2 de enero de 1902, y es recogida por El Lábaro y El Adelanto en iguales, y degradantes, términos: «Ayer fue devuelta al domicilio conyugal, por los guardias municipales, una mujer a quien su marido había arrojado de su casa, calle de la Cárcel Nueva. La mencionada mujer dio a luz a los pocos momentos de entrar».

La segunda: violación en manada, sí. Octubre de 1904, pueblo de La Peña, en la comarca de Vitigudino. Fueron tres hombres (la sentencia, dictada el 31 de mayo de 1905, condenó a 17 años y 4 meses de reclusión «a cada uno de ellos», Facundo, Juan Antonio e Isidoro). El jurado no lo dudó. Poco antes, en junio y en Fuenterroble de Salvatierra, un mozo entró a medianoche en la casa de su ex novia, «provisto de dos navajas». Mató a la madre de la joven y dejó malherida a la antigua prometida. Pena impuesta: 14 años y 8 meses por el homicidio y 2 meses y un día por las lesiones ocasionadas a la chica.

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El infortunio acompañó, también, a Marceliana Martín, de Nava de Béjar, el 8 de marzo de 1924. Se hallaba en el campo, con su marido, afanada en las labores agrarias. El esposo (Juan González) le «ordenó que dejara el trabajo y regresase a la casa». La mujer, sin embargo, continuó a lo suyo, «sin concederle gran importancia» al mandato, relataba 'La Voz de Castilla'. De manera bronca e inesperada, y «enfurecido», el hombre se abalanzó sobre su esposa con una navaja, con la que acometió «de un modo rapidísimo, seccionándole la tráquea», añade el periódico 'defensor de los intereses agro-pecuarios'. El agresor, dominado por «una terrible excitación», abandonó «el cadáver de la víctima» y regresó al pueblo. Comunicó lo sucedido a uno de sus criados, y lo mandó que fuera a recoger el cuerpo sin vida. Sin tardar mucho, el atacante se precipitó en una laguna existente en las proximidades del municipio. De allí fue rescatado «por las autoridades, que le condujeron a la cárcel».

Las letras de gran tamaño ya avisaban: 'El crimen de un loco'. Porque también se informaba que «el rico propietario padecía, hace ya tiempo, ataques de enajenación mental». Y, tal vez por eso, se contaba un caso: «Una noche recorrió las calles del pueblo indecorosamente vestido, lo que atrajo sobre él el escándalo de los convecinos». No obstante, «parecía que últimamente» se hallaba en sus cabales. Otra fuente informativa apuntaba que el parricidio ocurrió a las tres de la tarde, en un prado, y se atribuía la acción de González Martín, de 62 años, a «algún acceso de perturbación mental, porque nadie pudo sospechar que hiciera lo que ha hecho, por llevarse bien con su esposa e hijos».

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Más borbotones de sangre o de humillación. La quinta acción de violencia: nada más pasar la Navidad de 1919: 'Un ex guardia municipal da a su amante 11 puñaladas', según el titular de El Adelanto. Escenario: la casa señalada con el número 14 de la calle Rabanal. Hora: 9 de la noche del día 26. Víctima: «una mujer de 34 años, viuda, con una hija de 14». Agresor: el expolicía. El periodista vio que «todo el pavimento de la cocina, lo mismo que el de la sala, se hallaba regado de sangre». Origen del suceso: desacuerdo sobre la asistencia, o no, al teatro. Desarrollo: el hombre abandonó la casa, pero regresó pronto. Se reanudó la disputa sobre el mismo asunto. «Le manifestó su desagrado de que fuera al teatro. Ella insistió y, entonces, el desgraciado principió a apuñalarla con la navaja de 16 centímetros, de forma cabritera». El médico diagnosticó que la mujer presentaba 11 puñaladas, «7 situadas en el cuello y las restantes en los brazos y en los muslos».

Más y más agresiones

Casos. Sucesos. Lances. En plan sumarial. La sexta acción: cuando comenzaba septiembre de 1907. Es despachada por el redactor, ni corto ni perezoso, en cuatro palabras de aquel lenguaje: «En la calle del Palomo propinó a una joven unos regulares estacazos, que le produjeron algunas contusiones, un individuo que con ella tenía relaciones amorosas». La séptima, en Aldeatejada, el 8 de diciembre de 1909. El marido, desempleado, discutió con su mujer, que amamantaba a un niño de corta edad. El hombre había empeñado pertenencias de ella -unos pendientes y un pañuelo-. Se alteraron los ánimos, y el esposo efectuó tres disparos con su arma de fuego, que causaron heridas en la cabeza y en un brazo de la mujer. La condena, emanada del juicio celebrado el 14 de junio del año siguiente, estableció una pena de un año, diez meses y dos días.

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Más y más agresiones, aunque la prensa local realizó el balance del -año judicial- de 1911 y aportó un curioso matiz: el «descenso en la criminalidad». El octavo suceso: pues en la Casa de Socorro de la capital, a mediados de julio de 1913, «fue curada una mujer, la cual presentaba numerosas heridas en la cara y en los brazos y en otras partes del cuerpo». ¿Cómo lo justificó delante de los sanitarios? «Según manifestó, le fueron producidos por su marido en un momento de expansión conyugal». Siempre la disculpa.

Manifestación por la igualdad del pasado mes de marzo. LAYA

El noveno: el juicio oral, señalado para el 13 de octubre del mismo año, por un delito de violación, que «no puede tener efecto por haber perdonado la ofendida al procesado, con lo cual queda extinguida la acción». ¿Perdón por posibles presiones? El décimo: en Galinduste, agosto de 1914: un joven de 19 años cometió un delito de abusos deshonestos. Lo sufrió una niña de 11 -pena: 3 años, 6 meses y 21 días de prisión-. El undécimo: el tabernero de Villarmayor, de 50 y casado «maltrató bárbaramente», en septiembre de 1915, «a la doméstica en la noche del 20 al 21, durante toda ella».

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Pena de vida. El recuento llega al duodécimo caso: 'Domingo Ferreira es condenado a muerte', titulaba la prensa salmantina. El hecho había ocurrido la noche del 27 de febrero de 1917, en el caserío de Puerto Viejo, próximo a Navasfrías, y se constituía como el más mediático en el plano nacional ('La Correspondencia de España') y regional ('El Diario Palentino' y otros). El veredicto, «la verdad oficial», estableció que era el culpable del asesinato consumado de la suegra y de las graves lesiones causadas a su sobrina, una niña de siete años. Además, también se le condenaba por el homicidio consumado del suegro. Así, a la pena capital se le sumaban 37,5 años de reclusión. Apeló, y se le otorgó la 'Regia gracia del indulto' en octubre de 1918. La temible ejecución fue conmutada por cadena perpetua. Sin embargo, abandonó la cárcel en 1925. Y poco después emigró a Argentina.

Violación con engaño

El decimotercero: ¿estupro? El Juzgado de Vitigudino instruyó una causa sobre abuso o violación con engaño. La Audiencia Provincial conoció el asunto en la sesión celebrada el 13 de noviembre de 1922. El acusado negó la autoría del delito imputado. Y el 18 de enero del año siguiente, juicio oral. Y esto: «Por haber presentado escrito la parte ofendida, desistiendo de la acción, se suspendió el juicio oral de la causa, sobre estupro, contra…». ¿Por presión a la menor de edad, por arreglo extrajudicial?

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Y el decimocuarto: violación de una menor en 1923. La Audiencia Provincial juzgaba y condenaba el 6 de marzo de 1924 a un individuo, apodado 'Pataquina', por la comisión de ese delito -el tribunal dictó sentencia: 14 años y 8 meses de reclusión e indemnización de 3.000 pesetas-... El dolor no prescribe, pero cuentan que eso es cosa de los médicos, de los psicólogos.

Y con esas mujeres visibles, por la notoriedad pública de sus desdichas (de ahí la importancia de las fuentes hemerográficas), el humilde ejército de criadas y sirvientas, muchas llegadas con desvalimiento desde la pobreza de los pueblos, que sufrieron en silencio abusos y violaciones por parte de 'los amos' o de 'los señoritos'. Más duro, tal vez, pues aquellos actuaban desde la prepotencia del poder económico o social.

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Igualdad, larga espera

Por entonces, las dos primeras décadas del XX, hace un siglo, no se hablaba de igualdad. Tardaría en llegar, e instalarse, ese concepto. Y raramente se denunciaban las situaciones de los malos tratos, aunque estuviesen a la vista. Solo hay que echar un vistazo a los registros de visitas, y las causas, a la Casa de Socorro salmantina en aquel periodo. Nadie asesoraba a la mujer sobre la violencia, doméstica o no. Algunos sectores de la sociedad se alarmaban, pero no se concienciaban de la gravedad de los hechos. Era patente la falta de sensibilidad sobre esa cuestión. Existían factores socioculturales (y estructurales) que potenciaban aquel machismo hirsuto que tal vez buscaba la perpetuación de la domesticidad: la mujer, en el hogar, a sus labores (si podía echar una mano en otro campo, no se despreciaba), aunque sus derechos demandaban una legislación. Se la quería dependiente. La autoridad, o dominación, masculina no solía discutirse. Y los heroísmos...

¿Qué diferenciaba aquella violencia contra la mujer de la actual? Las víctimas siempre dejan un reguero de sangre o marcan un sendero de dolor. En Salamanca tiene nombres desde muy antiguo. Los medios de comunicación locales comenzaron a ser receptivos a ese problema y lo recogieron en sus páginas. Ya era una manera de expresar su preocupación. La sociedad caminaba unos pasos más atrás.

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