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BARQUERITO / COLPISA
SALAMANCA
Lunes, 17 de septiembre 2018, 08:49
Corrida. 5ª de feria. No hay billetes. 10.000 almas. Bochorno. Dos horas y media de función. Toros: Seis toros de Justo Hernández. Todos, con el hierro de Garcigrande, salvo el cuarto, con el de Domingo Hernández. El tercero, Capitán, 520 kilos, premiado con vuelta ... en el arrastre. Toreros: Ponce, oreja y aplausos tras aviso. El Juli, silencio y ovación tras un aviso. Roca Rey, dos orejas tras un aviso y dos orejas.
La corrida de Garcigrande, la enésima del año, fue de dispar remate. Un quinto de cuna apaisada, playero, y un sexto mucho más serio que los cinco previos fueron los de aire más ofensivo. El tercero, un dije, de los de la colección infalible de peluches de sangre Juan Pedro Domecq, se tronchó un pitón, el derecho, al pelear en el caballo. Pelearían por toro tan lindo en el sorteo. Aunque se tuviera que enlotar con el quinto o con el sexto, que, culata formidable, fue el de más seria expresión.
El reparto de toros no se haría por pintas -tres negros y tres colorados- pero por pintas acabaron abiertos en lotes distintos. Ese tercero de tan ricas hechuras fue el primero en asomar de los tres colorados. Y entonces cambio de color la corrida. Casi una hora de festejo, un calor sofocante, la plaza hasta la bandera. Una oreja regalosa para Ponce, pero no había pasado casi nada.
Negros los dos primeros. Los dos acusaron la querencia al portón de corrales propia de los desenjaulados en el ruedo. El uno se acabó quedando en un terreno entre rayas y tablas de sol, que es el terreno predilecto de los que en La Glorieta mansean. El otro, sujetado enseguida por El Juli, cabeceó en protesta. Quiso irse y no pudo. Ninguna de las dos primeras faenas tuvo mayor relevancia. Después de arduo y largo empeño por tapar al toro para que no se le soltara por sistema, Ponce acabó la faena donde y como debiera haberla empezado: doblándose y donde el toro se empleó tan a última hora sin duelo. La faena de El Juli fue, a pesar de los pesares, de las de un solo terreno y, por tanto, poderosa. Cuando el toro escarbó y metió la cara entre las manos, cobró una tanda con la zurda de alto voltaje y cara resolución. A los méritos técnicos se sumó ese detalle. Ponce mató de estocada tendida; Julián, de entera caída y dos descabellos. Para los dos primeros toros, pitos en el arrastre.
La chispa viva del tercero se dejó sentir enseguida. No solo la manera de galopar. Sobre todo, la prontitud y la fijeza, que fueron dos de sus señas de identidad. Un puyazo duro y trasero, a tercio cambiado Roca Rey quitó en los medios por sedicentes chicuelinas, tres, dejando al toro llegar de largo, y dos más aparte cosidas con una tafallera, y el remate de revolera y larga a suerte cargada. El quite, ligero, se celebró de verdad.
Bravo en banderillas, parecía que el toro estaba por comerse el mundo. No paró de atacar, responder y repetir, y de hacerlo con una elasticidad particular. Con tal son que hasta se olvidó todo el mundo del pitón tronchado, que, por milagro, no le colgaba, sino que pendía como una horquilla. Roca abrió por estatuarios antes de enredarse acelerado con la diestra. Hasta que en una tercera tanda dejó de perder pasos y se templó. Los remates de pecho fueron espléndidos.
Tocaba ver la pelea con la izquierda y se quedó sin ver. Las embestidas del toro no fueron tan transparentes, sino tumultuosas. Y tras solo una tanda, Roca volvió al toreo en redondo, rehilado, enroscado, ahora despacioso, vertical, de llamativa soltura. Las pausas entre tanda, excesivamente parsimoniosas e impostadas, acabaron costando un aviso antes de la igualada Antes de ella, un desarme en un intento frustrado por la izquierda y una inquietante tanda de bernadinas de eléctrico efecto. Y una estocada de las que crujen al toro que sea. Para el toro se estuvo reclamando el indulto. Y Roca coqueteó con la idea. La vuelta al ruedo en el arrastre -los mulilleros, destocados- fue clamorosa. Y la de Roca Rey, todavía más. Mucho más.
Los otros dos toros colorados no tuvieron nada que ver con el premiado. A Ponce se le atragantó el cuarto desde el principio -estuvo pensando en pegarle un segundo puyazo- y anduvo sin fe en trasteo de recorrer mucha plaza sin causa. El Juli hizo el gasto con el quinto, que punteó y solo a última hora vino a entregarse. Contra costumbre, una faena larguísima, laboriosa, castigada por una desafinada interferencia de los músicos, que no han parado de dar la tabarra en toda la semana. Una estocada enhebrada y desdichada, y una segunda que no limpió el borrón.
A Ponce y a El Juli les pesaba la presencia tan fresca de Roca Rey. Y, encima. Roca repitió con el sexto en un trabajito de apertura temeraria -de largo el cambiado por la espalda y su coda de siempre- pero de notable sentido del toreo. Acoplado sin pruebas, firme de verdad las dos veces que el toro se le acostó y estuvo a punto de cogerlo, ajustado y templado, muy dueño del toro, una confianza absoluta y, ahora sin teatro del malo, dueño también de la escena. Clamorosa suficiencia. Y otro sopapo para que el toro, tan bien toreado, rodara sin remedio.
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