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Redacción / word
Salamanca
Miércoles, 12 de enero 2022, 19:29
Esta mañana, sobre las 12:00 horas más de 500 personas se reunían frente a la iglesia de Paradinas de San Juan para brindar un triste y emotivo adiós a Iván Díaz Bustillo.
El caso a estremecido a todo el mundo, incluido al nuevo obispo ... de las diocesis de Salamanca y Ciudad Rodrigo. Mons. José Luis Retana ha querido dedicar unas palabras a sus familiares y amigos:
Queridos Leonor y Alberto, querida Celia, abuela Chelo, tíos, primos, familia, y amigos
todos de Iván: hace tres días que he tomado posesión como obispo de Ciudad Rodrigo y
Salamanca. En estos momentos estoy en Ciudad Rodrigo entrevistándome con los
sacerdotes de esta Diócesis. Me llega la noticia de la muerte de vuestro hijo Iván, un
joven querido y apreciado por todo el pueblo de Paradinas, trabajador y buen amigo. Me
es difícil, como obispo vuestro expresar mis sentimientos en estos momentos de dolor
profundo por la muerte incomprensible de vuestro hijo. Soy consciente de vuestro dolor,
sé que lo estáis pasando mal y quiero que sintáis la cercanía del obispo que quiere estar
cercano a su pueblo.
La muerte es un enigma para nosotros, queridos Leonor y Alberto. Nunca es fácil tener
que decir una palabra en una situación semejante a la que estáis viviendo y estamos
viviendo todos con vosotros. El obispo, como padre y pastor de toda la Diócesis,
también está profundamente conmovido, como lo están los sacerdotes que están
celebrando la Eucaristía, todos vuestros paisanos y amigos, y toda la Diócesis que se
une a la consternación que nos ha producido la trágica y prematura muerte de Iván, aún
por causas no del todo esclarecidas.
Todos compartimos vuestro lógico dolor ante esta muerte. La muerte de Iván nos duele
hasta el fondo del alma, nos arranca la sonrisa y momentáneamente nos llena de
confusión y nos deja sin palabras. Entiendo que el sufrimiento humano es tierra sagrada
que hay que tratar con total respeto.
Seguro que cada uno de nosotros entra en este sufrimiento con una protesta típicamente
humana y con la pregunta del «por qué». Hoy nos preguntamos una vez más por el
sentido del sufrimiento y buscamos una respuesta a esta pregunta a nivel humano.
Ciertamente ponemos muchas veces esta pregunta también a Dios, que comprende
nuestra lógica REBELDÍA… Jesús se compadece de nuestro dolor. Y quiere
respondernos desde la cruz, desde el centro de su propio sufrimiento. Sin embargo, a
veces se requiere mucho tiempo, para que esta respuesta comience a ser interiormente
perceptible… El hombre percibe su respuesta salvífica sólo y en la medida que él
mismo se convierte en partícipe de los sufrimientos de Cristo.
La respuesta sólo puede llegarnos en el encuentro interior con el Maestro. Porque Cristo
no explica abstractamente las razones del sufrimiento, sino que ante todo nos dice:
«Sígueme», «Seguidme», tomad parte con vuestro sufrimiento en la obra de salvación
del mundo, que se realiza a través de mi sufrimiento. Por medio de mi cruz.
La muerte del Señor siempre será para nosotros una lección suprema y paradójica.
Porque en esa muerte se nos da la vida, en su negra oscuridad se enciende la luz, y en su
aparente vacío se nos entrega la más dulce y eterna compañía.
Porque la muerte de Cristo no termina ahí ni así. Es el último paso humano antes de
traspasar la puerta eterna de la resurrección. Entre ambos pasos está la espera. Los
cristianos lloramos la separación que nos impone esa espera. Nos duele profundamente
la muerte. Nuestra fe no es una anestesia, ni un atajo. Es natural que suframos por la
muerte de las personas queridas. Pero sufrimos con esperanza, no desesperados.
En la desolación y en la impotencia en que nos colocan hechos como esta muerte, debe
reafirmarse nuestra convicción de creyentes. Como dice el Salmo 22: no estamos
dejados de la misericordia de Dios, porque Él nos acompaña siempre, en la dicha y en el
dolor; y si el creyente en Dios mantiene la fe incluso en las situaciones límite como la
que estamos viviendo, podrá decir con el salmista: «habitaré en la casa del Señor por
años sin término».
Del misterio pascual de la muerte y resurrección del Señor nace la luz que ilumina el
sentido de la vida humana y nos descubre que nuestra muerte no nos deja caer en el
vacío de la nada. Este consuelo se funda sobre los hechos históricos de la pasión del
Señor, cuyo contenido es el misterio pascual: la muerte y la gloriosa victoria sobre la
muerte de Cristo resucitado. El joven Iván ha emprendido el camino que le lleva al
encuentro con Jesús glorificado, el camino definitivo a la casa del Padre para habitar en
ella por días sin término y allí conocer y participar del amor definitivo y la felicidad que
no acaba.
Miremos esta muerte que nos llenan de dolor con ojos de fe. El Señor es el único Señor.
El Señor de la historia y de nuestra propia y personal historia. Él es el creador y
nosotros somos criaturas. Nos llama amorosamente a la vida y nos la pide. Oramos: «Te
entregamos, Señor, la vida de Iván en tus manos de Padre. Tú vas a ser desde hoy su
única compañía. Confiamos en la ternura de tu amor, que lo habrá abrazado
amorosamente. Lo entregamos a tus divinas manos, con dolor pero también con paz,
con lágrimas, pero con esperanza».
Como obispo vuestro quiero deciros que sé que lo estáis pasando mal y que lo estoy
pasando mal con vosotros. Que me uno a vuestro dolor y se une también la Diócesis
entera. Esta mañana he aplicado la Eucaristía y he pedido en mi oración por Iván y por
vosotros para que el Señor os dé la gracia de vivir estos momentos con la paz que sólo
Él puede proporcionar. Y he pedido a la Virgen, (que en Paradinas veneráis bajo la
secular advocación del Hinojal) que lo reciba y lo abrace cómo sólo una madre sabe
hacer.
Que la oración de tantos amigos os alcance la aceptación humilde de esta muerte aún sin
entender su sentido. Que guardemos en el corazón, como María, las cosas que no
entendemos. Pidamos al Señor que fortalezca nuestra fe. Descanse en paz este buen
amigo Iván que ha encontrado definitivamente el abrazo del Padre al que todos
caminamos. El Señor os bendiga.
Con el afecto y la bendición de vuestro obispo.
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