Los salmanitnos seguían con gran interés los juicios más 'mediaticos'. WORD

La 'Manada' de Salamanca

SUCESO ·

Un caso de violación grupal sucedió en 1904, en La Peña, un pueblo situado en el noroeste de la provincia, en la Ramajería, con una población que apenas llegaba a los 400 vecinos

Paula Hernández Alejandro

SALAMANCA

Miércoles, 24 de noviembre 2021, 18:06

Salamanca, en octubre de 1904, cuando los labradores se afanaban en la sementera y una nueva crisis municipal daba asunto para hablar y criticar en la ciudad, conoció un caso de violación grupal o múltiple. Ocurrió en La Peña, pueblo situado en el noroeste provincial, ... en la Ramajería, perteneciente a la comarca de Vitigudino, con un censo de población que apenas superaba los 400 vecinos en aquellos días. Tres individuos violaron a una joven de 15 años. La historia de esa 'Manada', que conmocionó a los habitantes de la zona, duerme en el olvido.

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Todos se conocían en el caserío peñato. (Miñano hablaba de tres ermitas en 1827 y Madoz mencionaba tres fuentes en 1849). Todos sabían de qué pie cojeaba el otro: quién era trigo limpio y quién era pura cizaña, quién daba muestras de vivo entendimiento y quién resultaba duro de mollera. O templados y de sangre caliente, o piadosos y descreídos. La vida comunitaria se desarrollaba con rutina y costumbrismo, aunque no estaba exenta de intereses particularistas y pequeños encontronazos (como rotura de linderos o intrusión de ganado en sembrados).

El juicio se celebró el 30 de mayo del año siguiente en la Audiencia Provincial, que presidía Guillermo Marín y Villaverde, a puerta cerrada, y sentó en el banquillo a los tres acusados: Facundo Gómez Sánchez, Juan Antonio Miguel Sánchez e Isidoro Barrueco Vicente, quienes fueron defendidos por el letrado Nicasio Sánchez Mata (carlista, catedrático de Derecho Natural en la Universidad salmantina y director de El Salmantino). La víctima, María Francisca C. M., vivió (porque revivía las dramáticas escenas del suceso) con angustia esos momentos. Los informadores optaron por la parvedad… o por el escueto anuncio de la celebración del juicio y, posteriormente, por ocultar el desarrollo de las sesiones y la resolución.

El veredicto de culpabilidad llevó a esta sentencia: pena de 17 años, 4 meses y 1 día de reclusión temporal. La sentencia impuso el abono de las costas judiciales a los declarados como culpables. Cada uno de ellos, además, hubo de satisfacer, «por vía de dote, la cantidad de 2.000 pesetas», cifra elevada para aquel tiempo. El cronista del periódico 'El Adelanto' apostillaba, después de hablar del «pecado (grande y repugnante) cometido por estos tres desgraciados», que «no es menos grande la pena que por el mismo van a extinguir por vía de castigo». El hecho superaba, sin embargo, el concepto religioso de transgresión. Todo apunta a que los agresores pertenecían a una humilde extracción social.

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La pena y la cadena

El antiguo presidio provincial se hallaba situada en un viejo convento de monjas, edificado en el siglo XIII, adyacente a la iglesia de Sancti Spíritus, que acogía a las Caballeras de la Orden de Santiago, y fue destinado para ese uso, tras las medidas desamortizadoras, a mediados del XIX. ¿Cómo era la Cárcel Vieja de Salamanca, donde los reclusos redimían sus penas? Los testimonios documentales son escasos. Resulta valiosa una gacetilla de 'El Lábaro' (3 de junio de 1905), pues retrata la situación: «F. B. G., preso de la 'cárcel correccional', dirige una instancia al presidente de la Junta local de Prisiones de Salamanca», donde pide «la implantación de una escuela, como medio de fomentar la educación, haciéndose él cargo de los gastos que origine el material». La población carcelaria constituía un pequeño mundo. Así, ingresaban en el Correccional tipos acusados de cometer asesinatos, violaciones y abusos, parricidios, hurtos, estafas, falsificaciones…, incluso blasfemos (estos cumplían arresto por una quincena).

«El patio es toda la cárcel de Salamanca. Un patio frío y endemoniado, en cuyo centro no hay quien pare estos días de frío. Bajo las arcadas pasean a grandes zancadas algunos presos que querían entrar en calor. En la galería de enfrente, que está encristalada, estaban la mayoría de los penados reunidos en grupos», escribe 'Sir-Ve' (uno de los seudónimos utilizados por Fernando Felipe Martín), redactor de 'El Adelanto', además de abogado y profesor de francés, a finales de 1913. Un nevero. Había que abrigarse. Como vestimenta, se fija en ella, «algunos (los del Correccional) llevan el traje de paño pardo, que hasta visto en la calle parece tener algo de ignominioso. Allí, en aquella galería, tiene mucho de tétrico, de siniestro». Además, observa esto: «Un serrano con el típico traje de la tierra, un joven de americana cruzada y un labriego con albarcas son los que llaman la atención». Una muestra de atuendos y, tal vez, de psicologías.

El patio… Fue el terrorífico escenario, aquel 26 de septiembre de 1900, del ajusticiamiento por garrote vil de Juliana Martín. Era, guardesa del apeadero de Las Torres, la autora del crimen de Arapiles. La petición de indulto no obtuvo acogida. En ese caso, y en otros, los presos fueron espectadores de la muerte institucionalizada.

Por sus especiales características (respeto a la intimidad de las mujeres agredidas, en primer lugar), los juicios por abusos deshonestos, violaciones o estupros se celebraban con ausencia de público. Tampoco se permitía la entrada a los medios. El impedimento dificultaba mucho la labor informativa, que tenía muy complicado el acceso a las fuentes. Fuese por tal causa o por otras, lo cierto es que 'El Castellano', dirigido por Cándido R. Pinilla, y 'El Lábaro' no recogieron el veredicto judicial sobre lo ocurrido un día de otoño en La Peña. No se sabe si a esos obstáculos se sumaban la desgana profesional o el pudor. No eran los únicos en desdeñar el «seguimiento» de la noticia. Algunos periódicos de la región despachaban la crónica de tribunales sobre forzamientos y agresiones sexuales con extrema sobriedad: «El juicio oral señalado para ayer se celebró a puerta cerrada, a causa de la índole del delito que se perseguía». Y ahí acababa todo.

Vidas rotas

Dictada la culpabilidad, ¿existió el posterior arrepentimiento? ¿Existió petición expresa de perdón a la víctima, por parte de los autores de la violación grupal, como acto moralmente reparador? Solo caben las hipótesis, pero todo induce a pensar que no se produjeron tales hechos de desagravio.

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La violación es un hecho que va más allá de quebrantar una ley o infringir un precepto. La acción, traumática para la víctima (se fuerza una voluntad sin miramientos), comporta un grave daño, que deja importantes consecuencias psicológicas (sentimientos de vergüenza y culpa, apuntan los expertos). La mujer agredida sufre un fuerte impacto, por su indefensión y su vulnerabilidad, ante el ataque a su sexualidad y su dignidad. Eso marca, en algunos casos para siempre, su estado emocional. No sabemos cómo afectó a María Francisca. En un medio cerrado (población rural de escaso vecindario, proximidad en la convivencia, grupos vinculados por lazos de sangre, tradicionalismo enraizado), ¿se acentuaba esa «presión»? Además de la disminución o pérdida de la autoestima, ¿dejó otras secuelas en las relaciones sociales, en la salud emocional?... Sabemos que la víctima rehizo su vida, y se casó un día de noviembre de 1916 con un joven «natural y domiciliado» en La Peña, según recoge el acta matrimonial. Contaba 27 años. Habían transcurrido doce desde aquella vejación, en los que no faltó el dolor ante la humillación grupal.

Pérdida de documentación

La documentación judicial (sumario) de la Audiencia salmantina acerca del caso de La Peña padeció el infortunio y la dejadez administrativa, pues el caserón sufrió inundaciones, lo que conllevó pérdidas de legajos y otros papeles, y eso impidió recuperar aquella en su totalidad. Afectó a los expedientes de este suceso. Así, los sumarios más antiguos, conservados en el Archivo Histórico Provincial de Salamanca, comienzan en 1915.

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La falta de documentación se extiende, en este aspecto, a los libros de relaciones de presos de la antigua cárcel (en el Archivo Municipal solo se guarda el correspondiente a 1906), lo que impide conocer el momento exacto de ingreso y de baja de los tres penados en el presidio. Tales circunstancias, que restan información oficial sobre el caso, dan más valor al relato periodístico. Porque la memoria oral ha desaparecido.

Perfil de los reclusos

La rutina conformaba las existencias de los presos. El perfil socio-cultural del recluso salmantino de aquellos días lo dibujó Ricardo Mur en las páginas de 'El Adelanto', en la edición del 1 de enero de 1906: alto «estado de analfabetismo». Dos tercios de los penados carecían «de instrucción». Con ella figuraban muchos «que apenas deletrean y mal saben poner su nombre». En cuanto a los delitos «contra la honestidad», cometidos en 1905, representaron el 3,16% del total (1.111). Una treintena de casos. Mur Grande especifica después que «la edad característica para la comisión es la de las pasiones, la de la irreflexión, la de mayor desarrollo de los apetitos: la edad de los 20 a los 30 años». Una de sus conclusiones es ésta: «Que el delito aumenta, que la miseria y el abandono acrecientan el contingente carcelario, que la reincidencia sube como la espuma, que los sentimientos morales y religiosos brillan por su ausencia; que las tradiciones de barbarie, los excesos, los desórdenes, el uso constante de armas prohibidas, las propagandas corruptoras, la falta de respeto a la autoridad y el vicioso régimen penal van haciendo necesario el ensanchamiento de nuestros presidios y cárceles en una proporción altamente desconsoladora». La población reclusa ascendía, en mayo de 1904, a 74 penados (64 hombres y 7 mujeres), según 'El Diario'.

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La vida carcelaria era dura por la privación de libertad y por las precarias condiciones del Penal. No resultaba infrecuente que ciudadanos ofreciesen donativos económicos a los reclusos, sobre todo en las fiestas navideñas. En la Nochebuena, «de conformidad con lo previsto en la ley», el personal de la Audiencia efectuaba una «una visita general a la cárcel», informaba la prensa local. Los paseos por el patio consumían el tiempo detenido. Por aquellos días coincidieron en el establecimiento penitenciario los tres condenados de 'la Manada' salmantina (Facundo, Juan Antonio e Isidoro) con el periodista José María Blázquez, bejarano y anarquista, preso por un «delito de imprenta», el popular Charfas, de Valdefuentes, y 'El Carabinero' (Pablo Gómez Hernández), «famoso criminal» y experto en fugas.

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