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paula hdez. alejandro
Domingo, 14 de marzo 2021, 17:29
El humor en los tiempos de epidemias tal vez es más doloroso, pero resulta más sanador de ánimo. Los medios salmantinos recibieron la epidemia de gripe de 1918 (los contadores no se ponen de acuerdo en el número de muertos) con algunas ingeniosidades y ocurrencias. En algunos casos, quizá con frivolidad, se llamasen 'Entremeses', 'Quisicosas', coplas o gracietas, a veces universitarias. Pero no se metieron en otros dibujos.
El humor gráfico, que ya había dado señales de vida a finales del XIX ('La Clave', con sede en la calle de Los Leones, ofrecía historietas), no apareció en los periódicos locales durante la pandemia. Optaron por la lírica, por la chispa de palabra. 'El Eco Escolar', semanario que tenía su redacción en la calle Doctrinos, puso por escrito su ironía crítica. En octubre, su ingenio fresco y gamberro ofrecía apuntes de este tipo: «Copiamos el telegrama que el señor Gobernador envía a la autoridad. 'Imposible extinguir gripe. Jubilado profesor Higiene, aconsejó a atacados Higiene Barata doctor Beato».
Como la Universidad cerró sus puertas, los bedeles se aburrían mucho con tanto silencio y normalidad. El «único entretenimiento de estos modestos funcionarios ha sido y sigue siendo el acto de regar los suelos y desinfectar las clases con Su Majestad el Zotal», que se anunciaba como «el mejor desinfectante». De paso, se hacían preguntas, y respondían como aplicados alumnos. «¿Ha traído la gripe ventajas a alguna persona?», se interrogaba. «A los profesores que acostumbran a cobrar sin ir a clase, porque ahora lo hacen legalmente». Una lección.
En otro campo, 'El Sembrador' esparcía a voleo: «Continúa haciendo estragos, / por aquí y por acullá, / esa incógnita epidemia, / esa rara enfermedad». Nadie quedaba libre: viejos, jóvenes, viudas… «y muchachas hay que acaso, /en daño de la moral /y sin reparo ninguno, / con él lléganse a acostar». Y 'Avante', mirobrigense, ya reivindicaba en el Primero de Mayo «la conveniencia de no respirar el aire de atmósferas confinadas en cafés, tabernas, espectáculos, casinos y otros sitios de aglomeración». Ambientes enrarecidos, por lo visto, cuando la sanidad pública competía al Ministerio de la Gobernación (Interior). Y con Miguel Íscar Peyra (diciembre 1917 - noviembre 1918) y, después, Ángel Vázquez de Parga (noviembre 1918 - agosto de 1919) como regidores en la poltrona municipal. (En ese clima, o marco, con procesiones y rogativas en la calle, el Teatro Moderno –estaba ubicado en la Cuesta del Carmen– anunció a primeros de octubre la proyección de 'Charlot vagabundo', mediometraje con guion y dirección de Chaplin, y de una película del cómico francés Max Linder. El valenciano Rambal, a lo suyo, en el Liceo). No hay sociedades asintomáticas, sino despreocupadas.
Era, por lo general, un humor blanco, para todos los públicos, que no se confinaba en el miedo o la ansiedad. Estaba ahí. Por la situación, delicada –sanitaria y psicológicamente–, la frivolidad no alcanzaba cotas de caricatura. Abría ventanas para desinfectar el ambiente de temores, de susto y encogimiento, de provincianismo encerrado. Aireaba los pensamientos derrotistas. Solo buscaba la evasión: algo así como echar unas (son)risas. No hacía bromas del dolor, sino de las situaciones y de las actuaciones de las autoridades.
Existían, sin embargo, otras variantes en aquel tiempo, donde Salamanca competía con Zamora en eso de ser 'ciudad levítica'. Negro: «los médicos que asisten los pueblos se están poniendo las botas» ('El Salmantino'). Ideológico-sanitario: «Aquí no hay más enfermedad que el caciquismo ni más agente infecto-contagioso que el cacique» ('El Porvenir', de Béjar). Involuntario: «Fallecimientos de conocidas personas, muy sensibles, han venido a alarmar más al vecindario» ('El Adelanto'). Este último se resarcía, pocos días más tarde, con una coplilla: «Sin duda por no alarmar / al prudente vecindario, / no nos dejan publicar / los que fallecen a diario». ¿Por qué? «Porque piensan, y es peor, / que aquí todo es R.I.P, / y por suerte, no, lector».
Y la publicidad también aportaba su chispa humorística. Sí, incluía ese producto inglés tan ambivalente. «La epidemia reinante se evita desinfectando con Zotal». O esto: «Con su uso se evitan las enfermedades contagiosas». La promoción, cuando los salmantinos luchaban por la salud y contra «la carestía de la vida», también insertaba anuncios de este tipo: un «café restaurant» disponía de «un maestro cocinero-repostero de verdad, que ha dado de comer varias veces a S. M. el rey Alfonso XIII». La mendicidad infantil, entretanto, alargaba la mano a la puerta del establecimiento. Otra epidemia, por lo visto, que regía sin protocolos.
Para la buena gestión se formulaban 'recomendaciones' ante el «estado sanitario». Sugerencias, pero de necesaria observación. En algunos casos hacen sonreír, hoy, y en otros se prefiguran como antecesoras de normas y medidas adoptadas con la presencia del Coronavirus. Véase: «las personas sanas cuidarán de no fumar por la calle y de respirar únicamente por la nariz», al tiempo que se establecía la supresión de «las muestras sociales de afecto, representadas por besos y saludos por contacto directo de las manos», advertía El Adelanto. Había que evitar, asimismo, la asistencia a «lugares donde el ambiente encuéntrese confinado, cafés, teatros y hasta las iglesias», y se reiteraba que «debe respirarse con la boca cerrada». Amén.
Ambiente confinado. Con los templos se topaba. Para ellos se daban unas «precauciones» de tono catequístico. Se mandaba la «ventilación de los mismos después de celebrados los cultos diarios, abriendo puertas y ventanas por espacio de dos horas». Así, se ordenaba la «limpieza de los pisos diariamente, previo riego, y procurando, al barrer, levantar la menor cantidad posible de polvo» (1º), la «renovación a diario del agua de las pilas, y mejor prescindir de su uso, mientras dure la epidemia, o colocar un depósito superior por donde salga el agua gota a gota, o mediante una llave» (2º), la «conveniencia de restregar bien los pies al entrar en los templos en raspadores humedecidos con substancias antisépticas y aconsejar que se abstengan los fieles de tocar con los labios reliquias, objetos de culto y el piso» (3º), la «limitación, cuanto sea posible con la eficacia del culto, de la celebración de fiestas religiosas en las que se conglomere gran número de personas» (4º)… Y sin pérdida de recogimiento.
Los paralelismos de aquello y esto son notables. También se hablaba en los inicios, ya con síntomas preocupantes, del carácter leve de la enfermedad. Un siglo más tarde podría decirse, asimismo, algo similar a lo que el dibujante de 'El Fígaro'–a finales de septiembre de 1918– ponía, aunque hiperbólico, en boca de la muerte cuando leía el periódico: «Sigue presentándose con carácter benigno. Faltan cementerios». Pero no sobran páginas Covid.
La prensa nacional –o «llegada de Madrid», según el argot de la época– reparó en el drama de la epidemia, que tuvo héroes anónimos, a través del humor gráfico. El diario 'La Acción' fue el primero en llamar la atención sobre la gravedad de la situación ocasionada por «la enfermedad de moda», según el eufemismo de la época, y la responsabilidad ciudadana en el cumplimiento de las medidas sanitarias. 'El Sol', a través del barcelonés Bagaría, también reflejó la dura realidad. El citado 'El Fígaro', con trazos de Aguirre, no se quedó atrás. Fueron dos formas de interpretar el dolor y representar la muerte que se llegaba callando, que llamaba a muchas puertas. 'Heraldo de Madrid', por su parte, abrió su portada, más de una vez, con viñetas alusivas a la pandemia. Y 'El Imparcial' creó el personaje de 'El microbio fanfarrón'. Un poco más allá, 'Caras y caretas', revista semanal editada en Buenos Aires (Argentina), no escatimó ironía y gracia. Sus dibujos marcan una estética, al tiempo que atrapan una realidad presente en estos días.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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