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EVA CAÑAS / WORD
SALAMANCA
Lunes, 9 de octubre 2017, 12:30
Nada mejor para conocer la pobreza y la marginación que vivir junto a ella. Y así lo hizo María Antonia Moreno, una Hija de la Caridad, durante cerca de 20 años en el barrio Chino, cuando nada tiene que ver con lo que ahora conocemos.
Ella llegó a la zona más abandonada de Salamanca, a la que todos daban la espalda, en el año 1971, junto a otras dos hermanas que se instalaron en el epicentro del barrio, en la calle de la Palma número 4. Para hacernos una día, se levantaba donde ahora se encuentra la estatua de Rafael Farina, «nuestra vecina era su madre», y donde pagaban de alquiler unas 1.000 pesetas.
«Esa experiencia me enseñó a ver y vivir la vida de otra manera, a no juzgar, a que se puede vivir con poco y ser feliz», apunta en la actualidad esta religiosa salmantina que vive en Madrid.
Una gran labor en el barrio de forma paralela a las Hijas de la Caridad fue la de los párrocos de La Purísima, Fructuoso Mangas y José Manuel Hernández, que han dedicado tres cuartas partes de su vida en ese barrio, y como definen, en un paseo por lo que es ahora, «los grandes esfuerzos, disgustos y tiempo eran dedicados a ese barrio, es como nuestra casa». De hecho, de las pocas casas de la época que permanecen levantadas recuerdan el nombre de sus inquilinos, como Alegría, una vecina la Sierpe, entre otras.
Cabe recordar que el barrio Chino tiene un extensa historia que puede llenar cientos de páginas. En otro tiempo, en la zona se levantaban más de 20 conventos, colegios mayores, residencias y edificios nobles en las dos laderas así como en la Vaguada. En aquel momento se denominaba barrio de los Milagros, por el nombre del arroyo que por allí atravesaba. Después llegó la Guerra de la Independencia y los sucesivos ataques de franceses e ingleses que dejaron toda la zona en ruinas. De Los Milagros pasó a llamarse el barrio de los Caídos, hasta que familias humildes de curtidores, pescadores o lavanderas comenzaron a construir allí sus casas, utilizando piedras de los restos, y con adobes, organizando el barrio de forma desordenada y al azar. Y fue a finales del sigo XIX cuando se instalan algunos bares con mujeres dedicadas a la prostitución, que se mantuvieron hasta los años 80 con éxito, que atraían clientes no solo de Salamanca sino que también de otras provincias de Castilla y León e incluso de fuera de ella. Como apunta Fructuoso Mangas, llegó a haber más de 12 bares de alterne, entre los que destacaba el denominado ‘Cinco Estrellas’ que regentaba ‘La Margot’.
Estos sacerdotes describen lo que un día fue el barrio Chino, antes de su transformación urbanística actual:«Callejuelas desordenadas atravesadas por una calle larga que era la Palma, y otra más corta, la Empedrada, era oprimente, y producto de una construcción un poco anárquica sobre una zona que solo había ruinas, y se fueron levantando una casa junto a otra, en las laderas, que dificultan la urbanización porque en llano es fácil, pero en una ladera eres prisionero de ella», argumentan mientras caminaban junto a la actual Vaguada de la Palma. Y de la gente que allí vivía, Mangas y Hernández consideran que era gente muy humilde, sencilla, y quizás, «poco religiosa», como también admiten, «aquí no estábamos tanto como curas, que no hicimos gran cosa, sino como acompañantes de la vida y de lo que hiciera falta».
Una de las primeras tareas que impulsaron en el barrio desde la parroquia fue la creación de un colegio para los niños, en especial del colectivo gitano, que fue posible gracias a la donación de una panera por parte de la familia Hierro. «Era capilla y escuela al mismo tiempo, porque los domingos dábamos allí misa», recuerdan. En esa panera tenían dos aulas, una para los mayores y otra de guardería, con baños «con dos huellas de pie y un agujero para hacer las necesidades», describe la Hija de la Caridad que allí realizaba su labor junto a los más pequeños.
De hecho, antes de ir a la panera, las Hijas de la Caridad tuvieron otra guardería donde ahora se levanta la iglesia de los Capuchinos, con hasta 30 niños de entre 3 y 5 años. Cuando estas religiosas llegaron al barrio vieron que no tenían ni escuelas, ni centro de salud ni nada, «hicimos una campaña de vacunas entre los niños, o incluso, muchos de ellos ni siquiera estaban registrados oficialmente», relata María Antonia Moreno.
Después de la panera, lograron tener un colegio en un prefabricado a través del Ministerio de Educación, con el que lograron mantener tanto el aula de mayores como la guardería. La escuela era conocida como la de Doña Lola, que fue la profesora durante muchos años. Fructuoso y José Manuel cuentan como en ocasiones, cuando algunos de los niños no querían ir a clase, llenaban la cerradura de silicona,«y teníamos que ir nosotros con una escalera, entrar por una ventana de los servicios y bajar por la taza boca abajo, para abrir la puerta».
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