Las ferias de mozas
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Se cumplen 130 años de la instalación del «tradicional» mercado en la capital salmantinaPaula Hernández alejandro
SALAMANCA
Domingo, 28 de junio 2020, 12:23
Venían, humildes, de muchos pueblos y tierras de la provincia. A la capital de altas torres. Venían, con la ropa limpia o de gala, a 'la feria de mozos y mozas' (24 y 29 de junio, así como 2 de julio). Para ajustarse, como mercancía humana, por escaso jornal: soldada pobre y manutención más pobre, por temporada o anualmente. Y horarios largos. Tratos, con regateos, en el Paseo de las Carmelitas, la puerta de Villamayor, el Arrabal del Puente, la lonja de la Cárcel. La urbe salmantina acogía, desde 1890 –a principios del pasado siglo ya se hablaba de «la tradicional» feria–, el encuentro de los jornaleros y agricultores, a quienes después llamarían 'amos'. No existía igualdad en las cotizaciones. Los mozos percibían una cantidad superior. Hace un siglo, en 1920, las mujeres eran tasadas así, en función de su labor: «Mozas de temporada» (de inicios de julio a finales de agosto) «para toda clase de faenas agrícolas propias de su sexo, de 125 a 200 pesetas». Y aquellas que «no salían al campo» se ajustaron por una cantidad que oscilaba entre 50 y 75 pesetas. La prensa de Madrid fue muy crítica, en el cambio de siglo, con esta feria.
La situación de la mujer se agravaba –aunque estaba acostumbrada a la ausencia de equidad en la vida comunitaria, quizá porque no se sabía lo que era la igualdad en ningún ámbito–, en aquellas dos primeras décadas del XX, por la escasísima conciencia social en cuanto a la paridad de derechos y la falta de asociacionismo obrero. Se carecía de un movimiento que defendiera los intereses de los trabajadores del campo. De ellos y, sobre todo, de ellas, pues los derechos (políticos y sociales) no eran iguales para unos y otras. El precio abonado a las mujeres solo superaba, en algunos casos, al pagado al trillique (generalmente, un niño de corta edad). Y los reveceros también recibían mejor consideración. El problema de los jornaleros, los mozos, las mozas, los criados y las criadas también era una parte del 'problema agrario'. Estaba ahí. No había redención para su miseria, para su vida depauperada. La explotación no era una rareza.
La economía salmantina, como provincia rural y atrasada, tenía una gran dependencia de la agricultura y la ganadería. Las fuentes informativas son diversas y, en algunos aspectos, contrapuestas en sus observaciones. En 1904, 'El Castellano' lo percibía así: «Para un pintor, el cuadro resultaba animado y brillante; para un sociólogo, desconsolador y triste». La estampa estaba captada en el paseo de las Carmelitas. En el Arrabal del Puente, el ajuste de las mozas «para las faenas de la recolección». El periódico dirigido por Cándido R. Pinilla dedicó la 'Copla' del día 3 de julio de 1906 al mismo asunto: «También de muchachas ayer hubo feria. No falta quien dice que la hay todo el año, y yo ni lo dudo ni lo encuentro extraño, pues sé que en el mundo hay vicio y miseria». Los datos de la feria de San Juan, pocos días antes, plasman un duro retrato de aquellas mujeres. Se habla, en otro medio de la prensa local, de «mozas forzudas, de amplias caderas, seno abultado y cara terrosa». Rostros jóvenes quemados por el sol ardiente y el aire seco, con el machismo al acecho. Fernando Felipe, en El Adelanto, asevera que esa feria 'sanjuanista', cuando «se contratan las mozas que han de hacer las faenas de la recolección», se celebró en la puerta de San Bernardo, «en las últimas horas de la mañana». El reportero ofrece el «cuadro» del ambiente, que es «de una variedad extraordinaria». Así, desfilan los segadores gallegos («con el aspecto de resignación y de mansedumbre que parece hereditario en los pobres de Galicia»), los charros («visten pantalón de pana, blusa de tela» y portan «enormes garrotas»), los serranos («desarrapados», que lucen «forzudos miembros y con algo de bohemios»), los gitanos (estampa de «pañuelos de puntas al cuello y vara en la mano»), los muchachos (observan a los amos contratadores con el propósito de «averiguar por la facha si serán peores que aquellos a quienes llaman padres») y, para rematar el retrato sociológico, las mozas fornidas, con pechos grandes.
Ahí, en ese microcosmos de pobreza asalariada, los disputados tratos y chalaneos, aunque sin prisas: un poco más, un poco menos. Tanteos. Eso: ¿cuánto pides?, ¿cuánto ofreces? Los dos se quejaban de que el otro no se ponía en razón. Al fin, «chócala». El acuerdo. Los contratos, siempre verbales, estipulaban algunas condiciones. Por ejemplo, que los amos «debían dar de comer» a los criados. La manutención. Algunas negociaciones «duraban eternidades», porque «es necesario atar todos los cabos, y fijar, después del salario, que es lo principal, algo respecto a si la comida ha de ser así y así, a los días a los que se les ha de dejar de fiesta y a otra porción de cosas», refiere Juan de Salamanca en el diario de Núñez Izquierdo. Escenas y más escenas.
Las referencias explícitas a la contratación de mozas aparecen, también, en los años 1908 (se menciona a «un grupo de muchachas de Tejeda») y 1910 (ya habían llegado las cuadrillas de gallegos, y en la feria de San Juan «se comprometieron mozas de labor», que se hallaban en la zona del convento de Carmelitas). Presentaban «las caras tostadas, como si ya hubieran hecho la siega». Y en el mercado de San Pedro, en la Puerta de Villamayor, se consigna de nuevo la presencia «de mozas, de las que vienen a venderse». Sería porque ponían precio (aunque bajo) a su duro esfuerzo.
«La Feria de mozas» de 1911 –ya se titulaba así–, celebrada el día de Santa Isabel, aportó vistosidad al ambiente anodino de la capital. El cronista de 'El Adelanto' describe la atmósfera: «Desde las primeras horas de la mañana, y ataviadas con sus mejores galas, comenzaron a llegar al Arrabal las mozas de los pueblos de la provincia que, siguiendo la tradicional costumbre, vienen en busca de casa donde prestar sus servicios, por temporada unas y por año, otras». Después de la comida, baile de tamboril: cuatro horas de danzas. Si hubo suerte (fueron ajustadas), en camino a la casa de los amos; de lo contrario, vuelta al hogar. Lo mismo resultó, en cuanto a lo lucido o llamativo, la de 1912. Es calificada, por alguno, como «uno de los cuadros más animados y pintorescos de la vida local». Acudían al Arrabal «las mozas que han de servir en las casas de labor durante la temporada».
Por esos años (1910-12) el pintor Sorolla recorrió las tierras de Salamanca. Otros (Zuloaga, Regoyos, Beruete o Zubiarre) continuaron la senda. Fueron días en los que esos destacados artistas buscaban recoger el alma del pueblo llano, con un propósito etnográfico, además de pictórico.
Una feria de mozos y mozas (inicialmente, 'de criados') se celebraba en Aldeatejada. El Arrabal del Puente lo acogió por primera vez el 2 de julio de 1890. Así lo recogen el semanario 'La liga de contribuyentes de Salamanca' y 'El Adelanto'. El primero refiere que «esta clase de jornaleros se exhibe en público en demanda de trabajo para las faenas de la recolección». Por aquello de lo novedoso, «viose sumamente concurrido por los vecinos de la ciudad, ansiosos de presenciar las transacciones». El anónimo redactor destaca que allí estaban «desde el fornido y arrogante mozo de labor hasta la débil e ignorante rolla» (niñera de corta edad), «que falta de recursos y en la miseria acudía ya en la edad infantil en busca de patrón que le proporcionara siquiera el sustento para la vida». En cuanto a los disputados precios… «Mozas para el servicio de la casa de labor: temporeras, 50 reales al mes; por año, de 25 a 27, también mensuales; las rollas, a 12 y 14». Para los hortelanos: «en criadas, los mismos salarios que para aquellas de las casas de labor». Mantenidas. El segundo, en sus 'Quisicosas', recogía impresiones costumbristas, con un humor no lejano al machismo urbano.
En algunos casos eran 'las amas' quienes «dejaban al marido en la era» y se personaban «a ajustar las criadas». Tenían buen ojo para la elección. Si, a primera vista, no parecían de muy buen ver, tampoco pasaba nada. Y regateaban con mayor ahínco que ellos. Demoledora descripción del plumilla: «como protagonistas de la escena una porción de muchachas jóvenes, vestidas con sus pobres galas domingueras y esperando en fila a que llegue el comprador, como llega el novio a sacarlas a bailar». Y el ajuste, con el regateo:
El mercado, pues tal era, de San Juan de 1916 agavilló muchos contratos. La recolección de trigos, cebadas y algarrobas apremiaba. La ciudad dormitaba de espaldas al campo. El vecindario, «se ve sorprendido por la llegada de mozos que vienen de todos los pueblos. ¿A dónde van? Van a venderse: a comprometerse a hacer esos duros trabajos de la recolección, en el que no hay hora de descanso>. Así, la prensa local criticaba que El relato de la escena comenzaba así: «¿Cuánto quieres ganar tú?». Respuesta: «¿Cuánto me va usted a dar?». Y sucedía esto: «Enseguida se descompone la fila y se forma corro alrededor de ambos. El amo quiere ajustar por días y ofrece a seis reales. La criada pide a 9 y sobre esta base comienza el regateo, largo, pesado, interminable». Intervenían otras mujeres en su apoyo: «una moza habla de la mantención, otra pregunta cuántos segadores hay, otra si hay que atar. La interesada va reuniendo las contestaciones y, prescindiendo del amo, conversa con las compañeras». Al fin, cierre del trato: 7 reales diarios. Colofón: «Es asombroso el efecto que producen estas muchachas», de las que muchas trabajaban en el servicio doméstico en la capital, «que dejan la casa para ir al campo a ganar unos cuartos pasando horrores». Hervía Salamanca aquel día de San Pedro de 1917, y los periodistas locales se ponían líricos al hablar de los labriegos, los «anhelos en granación» y otras hierbas. «Llegaron en bandadas los obreros de los campos, desparramándose por la ciudad, que semejaba un hormiguero de gentes curtidas, tostadas». Pero en el Arrabal del Puente, la feria del 2 de julio aportó su propia vistosidad. «Comenzó a las dos de la tarde, al son del tamboril, la contratación de mozos y mozas para las faenas agrícolas». El mercado concluyó a la puesta de sol. ¿Precios? La nota es dura: «las mozas, según su calidad, 8, 10 y 12 pesetas» al mes. Cobraban menos que los trilliques (quienes guiaban, rapazuelos, la yunta durante la trilla). Después se hablaba del ganado. Ese era el trato y el tratamiento Y hace un siglo, en 1920, mejoraron las cosas. La tercera feria, la que acogía el Arrabal, cambió el panorama. «La concurrencia de ambos sexos fue muy numerosa, y los contratos efectuados fueron verdaderamente asombrosos». ¿Cuándo, a ver, «la cotización de las mozas de temporada para toda clase de faenas agrícolas propias de su sexo» fluctuó entre 125 y 200 pesetas? «Y para la temporada, sin salir al campo, de 50 a 75». En la vida los empleadores se estiraron tanto y apoquinaron semejantes salarios. Tiene una explicación. Una gacetilla, 'Revista de mercados', publicada en el periódico decano (29 de junio), aclaraba las cosas. La futura cosecha presentaba el mejor aspecto. «El grano será de mucho peso y rendimiento». Tanto que se avanzaba que la producción triguera superaría, «en conjunto», a la de 1869, «que se recuerda como la más grande». El trigo se cotizaba, en esos días, a 106 y 108 reales (26,5 y 27 pesetas) la fanega (43,24 kilos). El precio del kilogramo de pan, establecido por el Consistorio salmantino, variaba ligeramente. Dependía del lugar donde se efectuase la compra: en la tahona municipal, 63 céntimos; en los demás hornos, 65; en los puestos, 67. Las variaciones se mantenían en las piezas de otros pesos. En cuanto a la patata, se vendía a 30 céntimos el kilo. Y surgían voces que se quejaban de «la carestía de la vida» o abogaban por «la implantación de cooperativas de consumo». Las sirvientas se despedían, sí. 'Las criadas se van', tituló 'El Adelanto' (día de San Pedro, y mercado, de 1920) en portada. Artículo sin firma, con tufillo dolorido. «El éxodo de las domésticas a nuestros ubérrimos campos de charrería continúa». Por lo visto, las cocinas perdían vida y sabor. El motivo: «las faenas del campo no son lo que eran, y como las tareas de la siega ofrecen en poco más de un mes un confortable margen de utilidad 'financiera' a los que a ellas se dedican, las domésticas llegan estos días y trocan el humilde soplillo por la afilada hoz». Segadoras con dediles de cuero y palmas callosas. Así, «a la vuelta de un mes», retornar «con un buen puñado de duros, que las hace concebir la esperanza de que siquiera en algún tiempo no son tan 'pobres chicas' las que tienen que servir». Porque había grados en eso de las penurias. El censo del INE de ese año refería que la provincia salmantina contaba con 321.615 habitantes, de los que 167.334 eran mujeres. En el apartado de 'Instrucción elemental' se indicaba que 75.831 de ellas no sabían leer ni escribir. Es decir, ese 45 % constituía el último escalafón social. Las condiciones de vida resultaban miserables, desde la dieta alimenticia (garbanzos y tocino en todo tiempo, con el básico pan) hasta el escaso descanso (un jergón de hoja de mazorca no era la peor cama). En una cultura rural, como aquella, la cultura tradicional guiaba muchos pasos. También en el apego a las viejas técnicas de cultivo, que las hacía más laboriosas. Incluso la existencia se vivía a ritmo lento, con sonidos de campanas al fondo. Regresaban a sus pueblos desfallecidas y negras como titos. Caro jornal. ¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
«Faenas agrícolas propias de su sexo»
La partida de 'las domésticas'
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Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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