Los viejos frontones no lloran, esperan cabalmente el chismorreo del juego de la pelota. Aparecen como soldados de nuestro tiempo: altivos, ni se sientan, inclinan o se levantan. Ofrecen una posición intensamente relajada, esperando los golpes que salen de la mano en actitud de resistencia.
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Son la imagen sencilla, el frescor de la ribera, el rectángulo mágico; hechos de piedra fregadera o granito ¡ qué más da ! Resulta poco menos que imaginable que pequeños y mayores se encuentren en ese punto esperando el sol de un atardecer.
Frontones viejos, sabios, unen la primera, segunda, tercera o cuarta generación. Es, pues, la primordial y profunda consecuencia para no ser olvidados, en torno a ilustrar y facilitar su compañía cuando la predisposición para el inicio del juego es perfecta.
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