Un documento avala el estado del cuerpo de Santa Teresa y su traslado a la villa
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ALBA DE TORMES ·
Considerado como «el primer acta oficial», se encuentra expuesto en el Palacio de Monterrey en la capitalMANUEL DIEGO SÁNCHEZ
ALBA DE TORMES
Viernes, 24 de agosto 2018, 12:16
Cuando en este periódico se cubría la noticia de la apertura al público del Palacio de Monterrey prevista para el 10 de mayo pasado, señalaba dos novedades que podemos considerar como un guiño de la Casa ducal hacia su cercana villa de Alba de Tormes; ... se trataba de que por vez primera se exponían en una de sus salas el cuadro con uno de los juegos de las llaves del sepulcro de Santa Teresa que desde tiempo inmemorial conserva este familia como un derecho y privilegio; y la presencia de un documento teresiano importante, como es el acta o relación del reconocimiento médico efectuado al cuerpo de la Santa el día primero del año 1586 en Ávila (Norte. Ed. Salamanca, 25.4.2018, p.3). Juzgamos que ambas piezas, con muy buen criterio, han sido trasladadas desde el Palacio de Liria de Madrid a este de Salamanca, que conoció y visitó la misma Santa Teresa, y que está tan cerca del primer sitio de la fundación teresiana salmantina, la famosa Casa de los Estudiantes.
Pues bien, en el caso de documento expuesto ya podemos asegurar que ha sido identificado en su contexto y situación, cosa que hasta ahora era totalmente desconocido a los estudiosos teresianos: se trata nada menos del acta levantada con motivo del reconocimiento del cuerpo de la Santa cuando éste se hallaba en Ávila (1585-1586), apenas tres meses después de su traslado desde Alba, y que dio origen al famoso pleito sobre la posesión del cuerpo entre Ávila y Alba, resuelto rápidamente por el Nuncio y el Papa a favor de la parte de la villa ducal (1587). El texto, modernizando grafía y puntuación, dice lo siguiente en su contenido.
«Relación de cómo fue hallada la madre Teresa de Jesús al tiempo que la trasladaron a la ciudad de Ávila (1.1.1586).
En la ciudad de Ávila, a primero del mes de enero de mil y quinientos y ochenta y seis años, estando dentro de la portería del monasterio de San José, que es de monjas descalzas de nuestra Señora del Carmen, a las diez horas antes de mediodía, el ilustrísimo y reverendísimo señor obispo de Ávila, y los señores licenciado Pedro Laguna del Consejo Real de su Majestad; y el licenciado don Francisco de Contreras, oidor de la Audiencia Real de Navarra; y el padre Fray Diego de Yepes, prior de San Jerónimo el Real de Madrid, de la Orden del glorioso San Jerónimo; y Fray Luis de Santa María, su compañero; y Juan Carrillo, tesorero y canónigo de la Santa Iglesia de Ávila; y el maestro Gaspar Daza, racionero; y el licenciado Quijano, provisor de este obispado de Ávila; y el licenciado don Juan de Porras; el licenciado Riesgo, visitador de este obispado; Julián de Ávila, capellán del dicho monasterio; Martín de Ybarguen, notario y secretario del dicho señor obispo; y Juan de la Canal, su capellán; y Pablo Suárez, clérigo y notario público; Pedro Díaz Barruelo, notario y fiscal público del dicho obispado; y el licenciado Ramos, y el licenciado Luis Vázquez, médicos vecinos de esta ciudad; y Julio Bernardo de Quirós, contador de su Majestad.
Entraron en el dicho monasterio los dichos fray Diego de Yepes y fray Luis de Santa María, Julián de Ávila, y los licenciados Ramos y Luis Vázquez, y sacaron con mucha decencia el cuerpo de la Madre Teresa de Jesús, fundadora de la Orden y de todos los [monasterios] de la Orden de las Descalzas Carmelitas, que [en] 26 de noviembre próximo pasado se trasladó de Alba al dicho monasterio de San José; y puesto el cuerpo sobre una al[f]ombra, le descubrió el dicho Fray Diego de Yepes el rostro, pies y piernas, pechos y vientre y un brazo, porque el otro le faltaba, que parece habérsele cortado.
El cuerpo está entero, que no le falta nada, ni un cabello, y lleno de carne todo él, sin corrupción; y el vientre y el estómago como si en él no hubiera cosa corruptible; y tratable, de manera que se deja asir; y las facciones del rostro, de modo que se conoce quién es.
Está el cuerpo de color algo tostado, de la mucha cal que le echaron cuando le enterraron en el monasterio de esta Orden de Alba el día de San Francisco, el año de mil y quinientos y ochenta y dos.
Y mandó el dicho señor obispo a los médicos que viesen muy en particular todo el dicho cuerpo y la carne por la parte que le cortaron el brazo; y habiendo tocado todo él, y visto con mucha atención, dijeron que era fuera de toda orden de naturaleza y cosa misteriosa estar el dicho cuerpo de la manera que estaba, por muchas razones / que allí refirieron; y habiendo olido el dicho cuerpo el dicho señor obispo y todos los demás arriba contenidos, parece que el olor que de él sale es muy bueno y tan extraordinario, que ninguno de los que allí estaban supieron decir qué semejanza tuviese.
Y habiéndole visto con mucha consideración tornaron a meter el dicho cuerpo a el lugar de donde le sacaron y luego se sacó un pedazo de trapo lleno de sangre, empapado, la cual está como helada y con mucho lustre, de manera que un papel de dos dobleces en que estaba envuelto le había pasado toda la sangre que estaba muy fresca en algunas partes del dicho papel. El cual paño le quitaron la priora y otras religiosas del cuerpo luego que se trasladó al dicho monasterio de la parte por donde se le fue mucha sangre a la dicha Madre Teresa Jesús al tiempo que murió. Así mismo se sacó una caja con unos papeles muy manchados y pasados a manera de aceite que estaban encima de la tierra, y otras cosas pequeñitas como lienzo podrido que está dentro en la dicha caja, que fue lo que se quito del dicho cuerpo por la dicha priora y otras religiosas cuando lo limpiaron y tiene el mismo olor que él aquella tierra, y parece por experiencia aquel mismo efecto de manchar como aceite en cualquier cosa que se ponga.
Lo cual todo, como dicho es, fue visto por el dicho obispo y por los demás, encargando tuviesen cuenta con lo que habían visto para cuando conviniese ponerlo en pública forma».
Es bien explícito en su relato, puesto que registra el reconocimiento (la visita) que unas cuantas personalidades hicieron sobre el cuerpo teresiano en la portería del monasterio de San José de Ávila, con la debida autorización de los superiores de la Orden Carmelita, para comprobar su incorrupción y poder verificar también los fenómenos del olor que despedía, la flexibilidad y las manchas que dejaba en cuantos tejidos lo tocaban, además de poder atestiguar la frescura de la carne por el corte que había quedado en el hombro desde la separación del brazo izquierdo, justo antes de trasladarlo a Ávila (noviembre de 1586).
Sabíamos por los primeros biógrafos (Ribera y Yepes) que esto había ocurrido, pero no teníamos el acta o relato oficial que diera cuenta del estado del cuerpo y de las personas en concreto que intervinieron en el mismo y lo presenciaron. Por lo cual nos hallamos ante el descubrimiento de un texto importante (con calidad de fuente histórica) para la biografía teresiana en lo relativo a la suerte de sus reliquias después de muerta.
Es interesante constatar además la presencia de personajes importantes en relación con la Santa, tales como su confesor y segundo biógrafo, el jerónimo Diego de Yepes, que también fue confesor de Felipe II y luego terminaría siendo obispo de Tarazona; el capellán del monasterio abulense y compañero de tantos viajes de Santa Teresa, Julián de Ávila; el canónigo abulense amigo, Gaspar Daza, que dio el hábito a las primeras monjas; otro canónigo abulense, Juan Carrillo, también conocido de la Santa y que hacía las veces ahora en Ávila de delegado del antiguo obispo Álvaro de Mendoza. Anotar además que dos de ellos habían sido protagonistas en el reciente traslado del cuerpo de Alba a Ávila (noviembre de 1585), me refiero a Julián de Ávila y Juan Carrillo. Extraña que no participen las monjas carmelitas adonde está depositado, pero es que el cuerpo se sacó de la clausura para el examen dentro de la portería del convento.
Así pues, al valor cronológico e histórico que tiene (el primer acta oficial levantada), se añade el de ofrecernos una descripción esencial del estado del cuerpo, pero certera y fidedigna en sus apreciaciones: flexibilidad, olor, ausencia de signos de corrupción, carne fresca en la parte de donde se había separado el brazo antes de trasladar el cuerpo a Ávila, sustancia oleosa que desprende y que mancha cuanto toca… Ciertamente se trata de toda una tipología muy frecuente en la religiosidad barroca hacia las reliquias, pero no deja de ser también realista y precisa acerca de cuanto han visto y contemplado, que los médicos «dijeron que era fuera de toda orden de naturaleza y cosa misteriosa estar el dicho cuerpo de la manera que estaba». No cabe duda que, además de la fama de santidad, de la calidad y nota mística de sus escritos, con este detalle del estado incorrupto de su cuerpo se está poniendo un cimiento seguro y levantando el edificio de lo que no tardando mucho será la glorificación de Santa Teresa.
No dudamos, por eso, en reconocer la importancia del documento expuesto en Monterrey, aunque sólo sea por haber recuperado una fuente histórica hasta ahora desconocida y, por lo tanto, no usada en la historiografía teresiana.
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