Secciones
Servicios
Destacamos
silvia g. rojo
Domingo, 8 de abril 2018, 12:28
Todavía no se ha cumplido un mes de su ordenación como diácono de la Diócesis de Ciudad Rodrigo y Efraín Peinado (Salamanca, 1990), ya ha notado algunos cambios en su vida, a pesar de que las tareas del día a día son las mismas, entre ... ellas, «apoyar a los formadores en el seminario y colaborar los domingos en el Arciprestazgo de Águeda», explica.
La novedad radica en que «a partir del día de la ordenación estoy incardinado en la Diócesis de Ciudad Rodrigo como miembro del clero de dicha diócesis, ha cambiado también, naturalmente, el modo de vivir la eucaristía, pues ahora, tengo que ejercer el ministerio del diaconado, que no es igual al de lector o acólito de antes, porque el ministerio del diaconado pertenece al sacramento del Orden Sagrado».
Entre los aspectos que más ilusión le hacen poder ejercer en esta nueva etapa, a este joven natural de Castillejo de Martín Viejo, están «bautizar y proclamar el Evangelio, son las funciones que más me llaman la atención aunque las demás son igual de importantes» y aclara: «Cuando bautice, estaré acogiendo en nombre de Cristo a un nuevo miembro en su Iglesia y esto es una gran alegría; y proclamar el Evangelio es poner voz a la palabra de Dios, para que llegue a la gente, pero cuando vaya ejerciendo el ministerio de diácono iré viendo que es lo que más me llena».
En la siguiente entrevista detalla algunas cuestiones sobre cómo ha sido su trayectoria para llegar a este momento.
–Ha especificado de manera general algunas de sus tareas en estos momentos pero, ¿cómo es su día a día?
–Por la mañana realizo las Laudes o la oración con los seminaristas. Después, suelo tener un tiempo de oración personal para centrar el día y el resto de la mañana la tengo libre, entre comillas, para dedicarme a leer o realizar otras tareas. A partir de la hora de comer, ya ayudo a los formadores en el cuidado de los seminaristas y en el comedor; por la tarde estamos en el estudio, en la eucaristía, algunos días salgo de paseo con ellos y así hasta después de la cena y siempre pendiente de que estudien o de que hagan lo que toca en cada momento. En mi caso, desde la comida, salvo algún día, la tarea es estar dedicado a los seminaristas. Esto, visto desde el servicio a los demás y como una manera de ejercer el ministerio diaconal es muy gratificante, aunque no niego que alguna vez canse.
–¿Qué camino ha recorrido para llegar hasta aquí?
-Desde que decidí pasar al seminario mayor han pasado siete cursos y medio hasta terminar los estudios. Han sido unos años muy intensos, con alegrías y también a veces con algún contratiempo, pero con la ayuda de mis formadores he podido ir asentando la opción vocacional y ahora puedo decir que los años de esfuerzo han merecido la pena. Los momentos más alegres de estos años han sido ver cómo compañeros de camino van llegando a la meta; verlos celebrar su primera misa te ayuda a esforzarte para llegar un día, siempre si es voluntad del Señor, a hacer tú lo mismo. Ha habido también momentos duros, de desánimo y de no ver claro el final del camino pero con paciencia, oración y diálogo sincero con los formadores los he podido superar.
–Esos momentos de no ver claro el final, ¿le llevan a uno a pensar en abandonar?
-Más que en abandonar así de golpe, sí que a veces me he preguntado si de verdad éste sería mi camino. Es algo que he ido objetivando y a día de hoy puedo decir que estoy haciendo lo que me gusta y lo que Dios me pide.
–¿En qué momento descubre que esto es lo suyo y que quiere ser sacerdote?
-A partir de 3º de Educación Secundaria Obligatoria cambió mi actitud y pasé de estar cerrado a tener el corazón abierto a la vocación. También antes de comenzar el Bachillerato fue un momento importante pero sobretodo fue en los dos últimos cursos del seminario menor donde medité, recé, y pensé mucho en lo que Dios quería de mí. En el verano de 2010, junto con otros cuantos compañeros seminaristas de España, en el encuentro de verano que tuvimos en Tenerife, di el paso al seminario mayor.
–¿Cómo reaccionó su entorno cuando conoció la noticia?
-Bastante bien. Mi familia aceptó con sorpresa y alegría la decisión y mis amigos también. La verdad es que he tenido mucha suerte, porque siempre me han apoyado en la decisión tomada.
-Precisamente, a esos amigos, a la gente joven, en general, ¿cómo les explica que se va a embarcar en esta empresa?
-La vocación es algo muy grande. De hecho el otro día, alguno de mis amigos me preguntó si no me aburriría de estar en misas. Me salió de dentro y le dije que cuando algo te llena y te sientes con ilusión, te gusta, ves que es lo tuyo, tu vocación, no te aburre. Es parecido a otras ocupaciones como médicos o abogados, trabajan en lo que les gusta.
-Y del lado de los padres, ¿qué les diría a aquellos cuyos hijos barajan la posibilidad de una vida dedicada al sacerdocio?
-En primer lugar, a los jóvenes les diría que se dejen de mirar a si mismos, que salgan del individualismo que los domina y que se comprometan con la sociedad. Necesitamos jóvenes valientes, que bien en una vida cristiana seria o bien entregando su vida en el ministerio sacerdotal, trabajen por nuestra tierra. A los padres: que siempre estén abiertos a acoger lo que Dios quiera de sus hijos: que formen una familia, que sean sacerdotes... En definitiva, es cumplir la voluntad que Dios tiene para cada uno de nosotros. Estoy convencido de que las personas si de verdad buscaran la voluntad de Dios, serían más felices en la vida.
–Una vez concluidos los estudios teológicos, ¿cree que la formación para llegar a ser sacerdote es muy costosa y exigente?
-Pienso que todos los caminos que se eligen en la vida tienen alguna que otra dificultad. En mi caso, los estudios siempre me han costado y durante estos años que he estado estudiando Teología en Salamanca ha habido momentos un poco duros que a veces me han llevado a desanimarme un poco. Es verdad, que a veces he podido estudiar con pocas ganas y unido a lo que te comentaba, siempre ha hecho que tuviera que esforzarme aún más. Estos últimos años de estudio, puedo decir que he trabajado mucho, siempre poniendo lo mejor de mí y confiando siempre en el Señor, que me puso en este camino. A veces la gente puede pensar que estudiamos mucho para poder llegar a ser sacerdotes y la formación es exigente en la Universidad pero tiene que ser así. Tenemos que estar bien formados para poder dar razón de nuestra fe y ayudar a tanta gente que se te acerca después a pedirte consejo.
-¿Cómo es la convivencia en ese tiempo de estudio?
-Dificultades de convivencia no he tenido muchas, alguna vez los típicos enfados, que gracias a Dios no han ido a más. Estos años que he vivido en el Teologado de Ávila en Salamanca me he sentido muy bien, he tenido muy buenos compañeros que me han ayudado en las dificultades que iban surgiendo.
-Parece un hecho que hoy hacen falta vocaciones tanto laicales como religiosas y sacerdotales. ¿Qué opinión le merece esta cuestión?
-La Iglesia necesita a los laicos más de lo que nos imaginamos. Reconociendo el papel que tienen en la Iglesia, es verdad que tenemos que ir más allá y caer en la cuenta que necesitamos vocaciones al sacerdocio. El sacerdote preside la comunidad, es su guía, y actúa en persona de Cristo cabeza. Es muy importante que sigan surgiendo vocaciones sacerdotales, sin el sacerdote, nuestras comunidades no pueden vivir.
También tenemos que rezar para que surjan vocaciones a la vida consagrada; como he dejado ver, todos los carismas en la Iglesia se complementan.
- ¿Cómo se podría abordar e intentar solucionar el problema de las vocaciones sacerdotales?
-Es un asunto complicado en el momento en el que vivimos. Lo primero que debemos todos hacer es promover la familia cristiana. Las familias tienen un gran papel en el tema vocacional; las vocaciones sacerdotales suelen surgir dentro de las familias cristianas, aunque ahora, vemos que surgen lo que se llaman vocaciones tardías, jóvenes e incluso adultos que se plantean la vocación. Por otro lado, este año tendrá lugar el sínodo sobre los jóvenes que aportará muchas cosas sobre el asunto de la vocación y de los jóvenes.
-¿Qué espera de su vida como sacerdote?
-Es pronto porque ahora estoy asimilando el don del ministerio del diaconado recibido, pero espero que sea una vida entregada por entero a Dios, a los demás, estando con la gente. Como decía la cita bíblica que escogí para la ordenación: mi deseo es que «la gente vea en mí un servidor de Cristo y un administrador de los misterios de Dios».
-Pero ¿dónde le parece que se encontraría más feliz como persona y como sacerdote, lógicamente?
-Es necesario estar en los pueblos, con la gente, para mi, esa sería la mayor tarea, estar todo el día sirviendo a las personas que viven en nuestros pueblos. También es muy importante el trabajo con jóvenes y la experiencia que estoy teniendo este año ayudando en el seminario es muy positiva. Es una tarea a veces poco reconocida pero de gran importancia.
-En ocasiones se escucha, seguramente a la gente menos vinculada a la Iglesia, que los sacerdotes tienen poco trabajo. ¿Usted que dice?
-Bueno, hay que distinguir: no es lo mismo un párroco de pueblo, de ciudad o, por ejemplo, los sacerdotes que trabajan con jóvenes, cada cual tiene su trabajo. Lo que es mentira, es que no trabajen o que sean vagos, trabajan más de lo que la gente ve.
-¿Baraja alguna fecha para ordenarse como sacerdote?
-La gente me lo ha preguntado y les he dicho con alegría que esperen un poco, que estoy recién ordenado diácono. El derecho canónico establece que el diaconado hay que ejercerlo mínimo seis meses antes de la ordenación de presbítero y yo estoy en manos de la Iglesia. Cuando Dios quiera, yo esté preparado y el obispo vea que estoy preparado para dar el paso; pero no puedo, porque no la sé, decir una fecha concreta.
-¿Cómo ve la diócesis civitatense?
-Me han enseñado a querer a mi tierra y a mi diócesis. La diócesis la veo con preocupación porque cada vez hay más despoblación y los pueblos se nos están quedando vacíos. Por otro lado, el tema de la edad de nuestros sacerdotes también preocupa porque cada vez son más mayores y las vocaciones son escasas. Pero, lo bueno de nuestra diócesis es que en lo pequeño podemos ver lo importante. Los sacerdotes se preocupan por sus gentes y quieren llegar a todas las personas. Es de alguna manera, hacer grande lo pequeño, querer a la gente y luchar siempre por las gentes que se nos confían y nunca dejarlas de lado.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.