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El fiscal Jefe de la Audiencia Salamanca fue el primero en presentar su informe de parte después de elevar a definitiva su petición de 25 años de cárcel para D.G.M. por el asesinato de Yess María Pérez Quejada.
Juan José Pereña Muñoz aseguró que la declaración del acusado era inverosímil, según apunta Salamancahoy. «Nada, ninguna prueba, sostiene que el acusado tuviese un lapso de tiempo de enajenación mental desde que maniato a la víctima hasta que la llevó a la bañera», comenzó afirmando el fiscal, que reiteró que el acusado despreció a la víctima y a todas las mujeres.
«Todos hemos escuchado a los testigos, y sus declaraciones nos llevan a pensar que el acusado conocía, sabía y pretendía lo que al final acabó sucediendo, la muerte de Yess María», sentenció el fiscal, que también recordó que la víctima había consumido cuatro veces más alcohol que el acusado, que ante los agentes se mostró tranquilo y respondió sin problemas a sus preguntas.
«Yo creo que el acusado hizo beber a la víctima para situarla en una situación de seminconsciencia para someterla más fácilmente», relató el fiscal, que recordó como las vecinas escucharon que la mujer gritó en un momento «ya basta hijo de puta». Para él, ese debió ser el momento en el que la víctima ya no aguantó más y pudo haber recibido un golpe que la dejó medio inconsciente. «Todos hemos visto las imágenes y hemos escuchado a los peritos. Los golpes se han producido con una gran violencia y para rematarlo le dio un pisotón en la cabeza que le rompió la base el cráneo. Además, la llevó a la bañera y la sumerge en el agua», lamentó el fiscal.
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Pero el momento más duro de las palabras del fiscal llegó cuando aseguró que el acusado es una persona que desprecia a las mujeres. «En vez de atender a la mujer se pone a hacerle fotos, a grabar vídeos con Yess María agonizando y llena de sangre, afirmando y preguntando a sus amigos a ver qué hacía con eso que daba miedo. Se mofa de ella, dice que empieza a oler mal, que es mugre, que vengan a ayudarle a mover esto, que pasa 100 kilos. La desprecia, como a todas las mujeres, porque ya había sido sentenciado antes por un caso de violencia de género», afirmó con vehemencia el fiscal, y «después de todo, cuando según él ya había recuperado la memoria, en vez de avisar a emergencias, se pone a cantar flamenco mientras limpiaba«.
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Para argumentar la acusación de alevosía, el fiscal recordó que aunque Yess María podría estar atada con su consentimiento, algo que tampoco está demostrado, «en ningún momento pudo defenderse. Fue sometida a una brutal paliza», afirmó señalando que además hubo ensañamiento porque «estando atada y tumbada en el suelo recibió golpes durante un buen rato con gran violencia, tanta que llegó a romperle el hígado y la base de cráneo».
Y finalmente, respecto al agravante de desprecio de género, afirmó que la forma de tratarla, de atarla, de reírse de ella, de despreciarla, «es una forma de machismo evidente, del peor, del que desprecia a las mujeres por el hecho de ser mujer».
Por todo ello el fiscal pidió al jurado «no una sentencia ejemplar, sino una sentencia justa, y unos hechos tan graves merecen una sentencia grave, la más grave que permite el código penal, que en este caso, igual hasta se queda corto».
La acusación particular reiteró los argumentos del fiscal y los agravantes para pedir la máxima pena de 25 años por asesinato. Pero añadió que, como letrado de la familia, era necesaria una sentencia dura porque era la única manera de que los familiares recuperasen de alguna forma la tranquilidad, porque «Yess María ya no volverá nunca». Además, manifestó que después de ver las pruebas y el relato de los hechos «es probable que estemos ante el asesinato más brutal que yo recuerdo en la historia judicial de Salamanca».
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Y el abogado fue aún más duro que el fiscal al calificar la forma en la que trató a la víctima. «Le dio una paliza de muerte y la despreció. Como se puede tener tumbada en el suelo a una mujer, atada, agonizando, con problemas para respirar, rodeada de sangre y ponerte a grabar un vídeo diciendo que lo que tienes delante es mugre, que huele mal, que alguien te ayude a sacar eso de ahí. Y luego..., qué estado de ánimo, qué condición humana hay que tener para ponerse a cantar mientras se limpia la sangre de la mujer que acabas de matar».
Cerró la presentación de informes la abogada defensora que reclamó al jurado que se centrase en las pruebas «no en las conjeturas. Y el fiscal y la acusación particular han intentado tergiversar algunas de estas pruebas para argumentar que en todo momento mi defendido sabía lo que estaba sucediendo».
Para ella es más que evidente que el consumo de determinadas sustancias puede provocar lapsus de consciencia y que al colaborar con los peritos en sus declaraciones fue dando palos de ciego «porque no se acordaba de muchas de las cosas que habían sucedido«.
La abogada señaló que lo que hizo su representado no estaba bien, pero lo que se estaba deliberando era si se trataba de un asesinato o un homicidio y según ella no hay ningún tipo de agravante. «No hay móvil, no hay motivo, ella fue voluntariamente a la casa, ya se conocían y todo se produjo bajo los efectos de una mezcla explosiva de drogas y alcohol. Por lo tanto, no hubo alevosía, ni desprecio de género, ni nada de nada. Es un acto aberrante que ha destrozado a dos familias pero a la hora de valorar la pena hay que ceñirse a lo que se ha podido demostrar que pasó, no a lo que suponemos que pudo pasar«.
Además recordó que su defendido ha puesto a disposición sus bienes, concretamente al vivienda en la que vive, para hacer frente a la responsabilidad civil que le corresponda y de alguna forma ayudar a la familia. Además, está buscando trabajo desde al cárcel para conseguir más dinero con el que saldar esa deuda. Además, insistió en que no hay ninguna prueba que determine que su defendido fue consciente de lo que estaba pasando «sino de todo lo contrario, de que desde el principio colaboró con los peritos y los agentes y se preocupó del estado de la víctimas».
Nuevamente, y antes de finalizar el juicio, D. G. M., utilizó el derecho a la última palabra para reconocer su parte de culpabilidad y pedir perdón por lo que había sucedido.
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