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Saras Baras baila en el arranque del espectáculo delante de una imagen de Paco de Lucía.
«Lo que te pone el vello de punta, te lo pone igual aquí que al otro lado del charco»

«Lo que te pone el vello de punta, te lo pone igual aquí que al otro lado del charco»

La artista gaditana llega este viernes al Caem de Salamanca para rendir homenaje a los grandes maestros del flamenco a través del espectáculo ‘Voces’

Luis Miguel de Pablos

Jueves, 6 de octubre 2016, 19:00

«Siempre creí que la musa venía cuando ella quería y es mentira, llega trabajando. Cuando estás inspirado parece que las ideas fluyen mejor, pero hay que coger la guitarra a diario y garabatear un papel a ver si sale algo. Hago mil, luego los repaso, y si sale un trazo que me gusta, intento elaborar una falseta o una idea».

No puede empezar esta entrevista sin una de las citas de Paco de Lucía, leyenda del flamenco de gran influencia en la carrera de Sara Baras (Cádiz, 1971) y uno de los seis maestros a los que la artista rinde homenaje desde hace dos años. Veintidós meses garabateando con los pies para dar forma a un espectáculo, Voces, que tras pasar por el Caem este viernes y sábado (21:00 horas) dará el salto hasta Singapur para transmitir la pureza del flamenco que universalizaron el propio Paco de Lucía, Camarón, Enrique Morente, Antonio Gades, Carmen Amaya, y Moraíto.

Con estos nombres, uno no sabe si arrodillarse o ponerse en pie, ¿cómo encara uno semejante homenaje?

Pues con mucho orgullo y mucha ilusión cada vez que lo hago porque es un espectáculo muy especial por el hecho de agradecer a tus maestros lo que te han dado. No lo hago con la tristeza de saber que no están, sino recordándoles de una manera positiva

¿Cómo resumiría la evolución que ha experimentado Voces desde que se estrenó en París, en diciembre de 2014?

Es un espectáculo cuidado que, sin embargo, tiene el riesgo de la soledad del artista, y en este sentido la comunicación con el maestro hace que sea auténtico, además de especial. Esto hace que en cada lugar se baile distinto en función de si le bailas a un maestro o a otro. A veces me digo hoy parece que esté más presente Camarón que otro maestro, y esto hace que los momentos de improvisación, que son tan importantes en el flamenco, vayan cogiendo un sentido muy distinto y haciendo la obra mucho más redonda, con más corazón si cabe.

Juega con ventaja, entonces, si cuenta con ese elenco de artistas apoyando detrás del escenario...

Totalmente. Por un lado, sí que es verdad que al principio decía que no iba a ser capaz. El primero que suena es Paco -por De Lucía-, y yo me veía incapaz y me ponía a llorar por ser una persona tan importante en nuestra vida que ya no esté con nosotros. ¿Cómo me voy a poner delante de él a bailarle? Me moría de miedo y de respeto. Sin embargo, a eso he podido darle la vuelta y es un gustazo poder ponerme delante para agradecerles que lo que hacemos es influencia de lo que hicieron ellos. Hay también una madurez que se nota sobre el escenario, probablemente hace veinte años cuando empezó la compañía, no lo hubiera hecho igual.

¿A cuál de todos ellos se trae a Salamanca?

La verdad es que los seis maestros están siempre, lo que pasa es que dependiendo de si un día estás más triste, a lo mejor sientes más la seguiriya. O te da un pequeño bajón y ahí aparece uno de ellos para darte apoyo ese necesario. Hay una conexión verdadera.

¿Responde igual el público en Japón que en Australia, en México o en Nueva York? ¿Ha notado especial debilidad fuera de nuestro país por alguno de estos maestros?

En el momento en el que el telón sube y se escucha la voz de Paco de Lucía, te da un escalofrío pensar que al otro lado del mundo la gente demuestra un respeto, cariño y admiración tan grande. Se crea un ambiente tan maravilloso que, además de llenarte de orgullo, te hace temblar. Son artistas universales. Empezamos con tres minutos de canción de amor de Paco, que nos ha abierto el flamenco al mundo, y cuando suena es algo maravilloso ver cómo responde la gente, independientemente del país donde te encuentres.

Uno debería empequeñecerse ante tal responsabilidad y sin embargo en su caso se agranda hasta ponerse a la altura de los maestros.

Me siento muy querida y respetada, porque echar la vista atrás y ver cómo la compañía sigue en pie después de veinte años, sinceramente no tengo palabras para dar las gracias al público. Mi nombre es el primero que se ve pero detrás hay un gran equipo, y eso es lo que realmente vale. Es verdad que nunca he bajado la guardia porque le tengo mucho respeto a nuestra profesión, y por ello me siento muy orgullosa aunque me dé mucha pena que el flamenco no tenga más facilidades en nuestro país para la gente que empieza. Me apena lo que está pasando con nuestra cultura, porque el 21% de IVA se ha llevado mucho talento por delante. Tengo muchos compañeros que no trabajan o que están dando clases, y me parece mentira perder todo ese talento.

Sin embargo el flamenco no ha perdido esa conexión especial con el gran público, ¿lo siente así?

No me quejo de nada de lo que me ha pasado en mi carrera, y no podemos más que dar gracias al público porque la conexión es verdad que sigue siendo maravillosa.

¿También en Singapur, por ejemplo? Se hace extraño pensar cómo pueden responder lejos de nuestras fronteras a un arte tan español como el flamenco.

Lo hemos hablado muchas veces porque llegas a preguntarte si realmente se enteran de lo que pasa sobre el escenario. Por eso llama la atención, y lo valoras mucho, que en Singapur el público acabe boca abajo el espectáculo. Porque tú levantas el telón y te olvidas si estás en Japón o en Cádiz, y al final lo que cuenta es que una cosa esté bien hecha. El ¡ole! lo dicen en todos los sitios y en los mismos momentos del espectáculo, aunque suene diferente. Lo que te pone el vello de punta, te lo pone igual aquí que al otro lado del charco. Me enloquece pensar que hay algo que no tiene fronteras, que no entiende de lenguas, y que va directamente al corazón, como es el arte. Puedes saber o no de pintura, y de repente quedarte enganchado delante de un cuadro por su belleza.

Hagamos un ejercicio de admiración y dígame que sentimiento le despierta cada uno de los maestros. En dos pinceladas, ¿con qué se queda de Paco de Lucía?

Paco para mí es el genio, mezcla de sensibilidad y de arte, con una personalidad y una humildad aplastante.

¿Antonio Gades?

Ha marcado su disciplina, su forma de trabajo y compromiso con una forma de bailar y de darle al baile y a nuestra profesión una seriedad que ha marcado época.

Camarón... ¿Nos ponemos en pie?

Es la pureza, Buff, tenía una cajita de música en la garganta que te arañaba el corazón. No desafinaba ni a la de tres. Nos ponemos en pie porque ha sido una bestia.

¿Qué me dice de Morente?

Además de ser un ejemplo, nos ha enseñado a respetar y a querer la poesía. Porque para mí Morente era un poeta que cantaba como los ángeles. Tenía una manera de romper con los esquemas pero mostrando su libertad con una sabiduría que te sobrecoge.

La clase de Carmen Amaya...

Admiro su forma de bailar y se me nota porque me parece una mujer que estuvo tan por encima de todo, de leyes de razas, que para mí es un ser especial. Llevó por bandera su forma de bailar y su forma de creer. Le tengo una admiración muy grande porque era una raza pura, como Camarón.

¿Y Moraíto?

Me impresionó mucho cuando se nos fue porque la vida con soniquete es otra vida, y él tenía un ritmo y una forma de vivir la vida, con y sin su guitarra, que te marcaba. Era una persona que no se sofocaba por nada, e intentaba darle ritmo a la vida. Una persona entrañable, cariñosa y especial.

¿Hay algún consejo que le hayan dado que le retumbe especialmente cuando se sube al escenario?

Considero a Paco el artista más grande de nuestro país, y todo lo que me ha dicho llevo a misa, pero entre todos sus consejos, me quedo con su humildad. Me decía aprende de todo, pero no te olvides de dónde vienes. Tenía siempre los pies en la tierra y comía lo que pescaba.

¿Yque no le quitaran su mar!

Pero eso a todos, porque para Antonio Gades su ilusión era dar la vuelta al mundo en su barco.

Debería plantearse, entonces, llevar Voces al mar.

Fíjate que yo desde pequeña siempre soñé que bailaba encima del agua.

No habrá sido fácil quedarse con seis maestros, se corre el riesgo de que le digan que se ha olvidado de alguno,¿no?

Desde luego que hay más maestros que nos han marcado, pero yo tengo una influencia muy directa de estos, bien porque les he conocido y me han influido o, caso de Carmen Amaya que no la conocí, por su manera de bailar. También es una necesidad interior de recordarles. ¡Y tampoco podría estar tres días sobre el escenario bailando!

¿Un flamenco escucha otras músicas, otros estilos?

En mi casa, sí. Mi abuelo fue el director del Conservatorio de Cádiz y pianista clásico, y en mi casa siempre se ha escuchado mucha música. A mí me encanta la música y lo bailo todo. Todo enriquece y siempre digo que cualquier excusa es buena para bailar y cualquier cosa te inspira. A mí me pasa con la música y también con el vestuario, los colores,..

El amor por la música, entonces, le viene por su abuelo, la disciplina por su padre, militar, ¿y su tacto por la poesía?

Esta tierra también te inspira en este sentido. Por ejemplo cuando haces a Lorca, empiezas a investigar y a estudiar, y te abres a un mundo que, de repente, te hace parar y decir cómo me he podido perder yo esto. El flamenco también es muy especial y te lleva a todo este tipo de cosas. Por ejemplo, toda la vida siendo de Cádiz y hay cosas que no he sabido hasta que no he hecho la Pepa.

Hábleme del tablao que viaja con la compañía que lleva incorporado un sistema de micros que lo hace especial.

Pues es cosa del director técnico Sergio Sarmiento, que llevamos juntos casi los veinte años. Él fue el creador de este tipo de suelo, que luego han llevado también compañías grandes como el Ballet Nacional. Un suelo amplificado con unos pistones que te permite hacer música con los pies y no dar porrazos al suelo, como decía mi abuelo. Es nuestra escenografía y hace que acaricies el suelo. Pero esto tampoco es magia, porque luego cada uno tiene su propia fuerza y el suelo también amplía los defectos, claro.

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