Víctor Reyes, sobre el escenario en el momento de recoger el Premio Emmy a la mejor banda sonora.

«No me valen los guiones, necesito ver las caras de los actores y sus expresiones»

Recuerda en la entrevista sus primeros pasos, desde los estudios en San Boal hasta las actuaciones en el pub Rojo y Negro

Luis Miguel de Pablos

Lunes, 26 de septiembre 2016, 06:29

Se ha asomado al ático pero también ha vivido en los sótanos, lo que le permite tener una perspectiva real de lo que supone en su carrera un premio como el Emmy recibido el pasado día 11 en Los Ángeles. «Te ves en una nube, pero al día siguiente ya estaba trabajando como un día cualquiera», se sincera. «Los premios son una alegría, pero no van a cambiar mi vida», añade quien ha rechazado en varias ocasiones ofertas más que sugerentes para trasladarse a vivir en Estados Unidos.

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Víctor Reyes (Salamanca, 1962) prefiere el calor que le proporciona la familia, el estudio que regenta en Las Rozas y la proximidad con su tierra. Por ese mismo orden.

El compositor salmantino, que optaba a dos premios Emmy por el tema principal y la banda sonora de El infiltrado (The Night Manager), se alzó con este último por las melodías creadas para la miniserie de espías protagonizada por Tom Hiddleston y Hugh Laurie, y basada en la novela de John le Carré. Es anecdótico, pero la serie se ha estrenado ya en China y el primer capítulo lo vieron 41 millones de chinos.

Reconocido en España por ser el compositor de cabecera de otro salmantino, Rodrigo Cortés, y de múltiples series como Motivos personales, Ana y los 7, Sin tetas no hay paraíso, Hospital Central, Ángel o demonio o Piratas, Reyes ha tocado todos los palos que se pueden tocar... salvo el Goya pese a sus candidaturas por En la ciudad sin límites, Concursante y Buried.

Mientras remata unos arreglos de Inside, la última de Miguel Ángel Vivas, para su estreno en Sitges, estudia el guión de La piel fría y le pone sonido al último trabajo de Cortés, Víctor Reyes hace un hueco para recordar junto a El Norte sus inicios en Salamanca.

«Tengo un lío del Montepío, pero vamos allá», suspira.

¿Cambia la vida un Emmy?

Tampoco es para tanto, creo. Es un reconocimiento y una alegría sentirse apoyado por la crítica y los profesionales del sector, pero tampoco va a cambiar mi vida. Están llegando ofertas a raíz del premio pero no tengo ninguna pretensión de irme a vivir a Estados Unidos ni a Hollywood pese a que ya ha habido varias propuestas.

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Qué sería de nosotros sin las nuevas tecnologías...

Pues fíjate. En este caso, para El Infiltrado me reuní un día en Londres con los productores y la directora y el resto del tiempo he trabajado en Madrid y no les he vuelto a ver. Todo ha sido por Internet, repasando detalles, etcétera. Las nuevas tecnologías ayudan a optimizar el tiempo porque te quita muchas reuniones y viajes absurdos.

Quién se lo iba a decir aquel día en el que una monja de las Siervas de San José le dijo que usted tenía buen oído para la música.

Desde luego. Hablamos de la madre Rosario, en el 67, y yo tendría 5 años. Mi hermana mayor estudiaba música y en los Maristas no teníamos. Solo se hacía en el Conservatorio, entonces esta monja me animó a ir y cuando salía de clase por la tarde me iba a las Siervas de San José a estudiar música. Y llegaba a las nueve de la noche a casa. ¡Imagínate la Salamanca de 1970 a esas horas!

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Y además no estaba de moda estudiar música.

Claro, fíjate la mentalidad de niño de aquella época, que yo iba orgulloso con los libros de música enseñando bien las tapas para que se me viera que estudiaba música. Porque no era lo mismo llevar uno que pusiera Lengua Española que uno de música. Sí que es verdad que éramos pocos, pero lo recuerdo perfectamente. Era el viejo Conservatorio de San Boal, una antigua Escuela de Arte que era un sitio mágico con estatuas cubiertas por sábanas en el piso de arriba. La educación musical se extendió después, a partir de los 70, pero es que ahora es otra cosa, antes era al más puro estilo clásico. Estudiar, estudiar y estudiar.

Y con los libros aún bajo el brazo al piano del bar de su padre.

Al pub Rojo y Negro, efectivamente. Tenía actuaciones y venían cantantes, y allí fue donde definitivamente me caigo por el barranco porque aquello era algo completamente distinto a lo que había conocido hasta entonces. Seguía yendo por la mañana al Conservatorio con Jesús García Bernalt, y luego lo que hacía por la noche era una cosa completamente distinta. Tendría ya catorce o quince años y vivía esos dos mundos con mucha expectación. Por la mañana el tema académico y por la noche veía tocar el piano a Julio Terrón. ¡Aquel era el mejor conservatorio!

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¡Eso y la calle, con las verbenas de los pueblos!

Bueno, estuve relativamente poco tiempo tocando en verbenas, pero sí, también. Subido a un remolque tocábamos pasodobles, temas de Georgie Dann, el Boys, boys, boys de Sabrina,... Conservo aquella época con mucha emoción porque ahora ha cambiado mucho todo lo que rodea a las verbenas. Antes eran cuatro tíos que se juntaban en un local alquilado de Villares y era todo una aventura local que respondía más a la pasión que a la pura necesidad. Todos los que tocábamos, Gabi, Antonio, Ramiro e Iñaka, tenían un impulso por tocar. Era algo más, no era solo sacarse unas pelas.

Y de repente se asoman los Cruz y Raya.

Me vengo a Madrid en el año 88, muy tarde ya, me pierdo gracias a dios la Movida madrileña, y empiezo a actuar en salas como Windsor y la Caribiana haciendo los espectáculos de José y Juan, que luego explotarían como Cruz y Raya. Tengo la fortuna de vivir el salto a la fama de Cruz y Raya, que fue monstruoso. Y cuando digo monstruoso no me refiero a una buena audiencia de Telecinco de hoy día. Entonces, solo había un canal de televisión y el viernes por la noche te veía todo el mundo, 18 millones de españoles.

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Allí empieza el contacto con el artisteo..

Sí. Fue una época increíble, porque inmediatamente empiezo a tocar en estudios como músico de grabación, haciendo arreglos, y te encuentras con que es otra vuelta a empezar porque no sabes nada de nada. Te toca volver a aprender.

Siempre con la base de la Plaza de San Boal.

Eso es. Entonces, vas juntando todo. Unes las lecciones de la madre Rosario con el Rojo y Negro y se va juntando un mundo de aspiraciones musicales y cultura musical personal que ha ido construyendo mi personalidad profesional.

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Y por allí aparecen voces como la de Julio Iglesias, Ricky Martin o Gloria Estefan.

Pues mira, yo hice el primer álbum de Ricky Martin cuando apenas tenía quince años. Trabajar con José María Cano haciendo cosas para Julio Iglesias, con Monserrat Caballé o con Plácido Domingo resultó una experiencia increíble y da vértigo recordarlo ahora, sobre todo por los recursos tan limitados que tenías en los 90.

¿Ahí incluimos su primera película?

Como un rlámpago, de Miguel Hermoso y protagonizada por Santiago Ramos. Lo veo ahora como un trabajo muy inexperto. Estaba aprendiendo y lo cogí con mucha ilusión porque era la primera vez que tenía una película en mis manos, pero claro, lo ves con el paso del tiempo y sacas un montón de defectos.

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Usted gusta de trabajar con emociones, más que con guiones. Explíquenoslo.

Soy un ser visual. No leo bien los guiones. No lo puedo ver en un folio, tengo que ver las caras de los actores, sus ojos, sus expresiones, cómo hablan,

¿Cómo le explicamos a la gente lo que hay antes de pisar la alfombra roja?

Pues yo tengo mi propio estudio en Las Rozas con todo tipo de aparatos y ordenadores, y en primer lugar me siento a ver una secuencia de la película que me manden. Me llega lo que en España se llama un pegao, que es la cinta pero aún sin pulir, y con eso ya me hago a la idea de la historia para entender la película y ver la intención del director. A mí me importa mucho entender la historia y empleo mucho tiempo en ello. Qué es lo que quiere transmitir la historia. Por debajo del argumento siempre hay algo más. A partir de ahí, es un proceso de ensayo y error. De confundirse muchas veces hasta que das con algo que llama la atención a tu propio criterio.

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¿Saca muchos defectos a sus propios trabajos?

No suelo revisitar mis trabajos una vez que los entrego. Me cuesta mucho porque sé lo que va a sonar y me trae todos los recuerdos del proceso.

Pese a lo perfeccionista que es, aún se le resiste el Goya...

Tampoco me obsesiona.

Tal vez con alguno de los proyectos que tiene ahora sobre la mesa.

No lo sé, porque he perdido tantas veces con trabajos que estaban muy bien hechos. Es difícil superar, por ejemplo, a Buried o Gran Piano o Luces rojas, que son trabajos para mí redondos. Lo de los premios es algo accesorio, lo que hay que hacer es trabajar honradamente e intentar superarte día a día y no quedarte en las nubes. Los premios tienen mucho de egocéntrico, por mucho de que en realidad no seas nadie. Es una manera de dar visibilidad a las personas, pero nada más.

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¿Hay algún director con quien le gustaría trabajar?

No soy de ¡Uy, me gustaría trabajar con Spielberg!. Cada profesional tiene su propio camino y por ejemplo en el caso de Rodrigo Cortés hemos iniciado una línea de trabajo muy modesta pero ambiciosa que está dando muy buenos resultados.

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