Jorge Holguera Illera
Jueves, 19 de mayo 2016, 12:07
Han pasado casi seis décadas de la inauguración oficial del cine Jim, aunque también suman más de cuatro desde su cierre, en la década de los 70, pero su leve historia de vida dejó marcada a la villa de Cantalapiedra, pues coincidió con un periodo de apogeo que vivió esta localidad salmantina, quizá el último de su historia. Dejando de lado las interpretaciones, hay que retrotraerse al mes de septiembre del año 1956 para leer en una crónica publicada por Francisco Cebrián Alcázar, el practicante, y a su vez cronista oficial de la villa, sobre la «próxima inauguración del cine Jim». En dicha antesala escrita del acontecimiento Cebrián decía lo siguiente: «hemos de señalar como un acontecimiento en la villa la próxima inauguración del edificio del nuevo cine, acto que tendrá lugar en breve». En esta información alude a la nueva sala describiéndola como «suntuosa», y subraya que «significa para Cantalapiedra un motivo de satisfacción y orgullo en cuanto a su aspecto arquitectónico de una categoría similar a los de las grandes ciudades». Dicho edificio, que aún permanece en pie, efectivamente es de significativas proporciones, con un amplio escenario preparado para acoger espectáculos escénicos y, sobre todo, concebido como cine desde sus inicios, tal y como se deja ver en esta crónica y como siempre se ha conocido en la localidad, si bien, también se sabe que atrajo actuaciones de importantes artistas y cantantes de la época, entre ellos Antonio Molina. El cine tenia espacio para más de quinientos espectadores «perfectamente acomodados», según dejaba constancia este cronista, que a su vez era vecino de la localidad, con vivienda en la misma calle por la que se accedía al cine, o mejor dicho por una de las calles que daba acceso a este imponente edificio que destaca desde las fotografías aéreas que hay de esta localidad. Pues a este edificio se accedía desde la misma Plaza Mayor, hoy conocida como de Ramón Laporta, y desde una de las calles principales de la localidad: la calle Nogales Delicado. Dicha crónica de Cebrián explica que el patio de butacas tenía capacidad para 300 personas perfectamente acomodadas, el anfiteatro o lo que las gentes conocían como el gallinero podía albergar a 200 espectadores y además hay ocho palcos «guardando línea debajo del primer piso». Estos palcos, según relató Cebrián hace tiempo a quien escribe estas líneas, los tenían reservados algunas de las familias más pudientes y, en concreto, él y su esposa que tenían una importante labor, hacían uso de uno de ellos. El moderno edificio, elegantemente decorado, contaba con otros habitáculos y comodidades elevadas para aquellos tiempos, tenía «un amplio vestíbulo, moderno y elegante, con servicio de higiene baños y bar, instalados en ambos pisos independientemente».
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En cuanto a los propietarios de dicho inmueble, que en Cantalapiedra siempre se ha conocido como «el cine de Mister», según esté artículo era propiedad de la Empresa Jiménez, en atención al apellido de sus propietarios, de ahí el nombre de Cines Jim y explicaba que «los proyectos que abriga la Empresa Jiménez merecen ser destacados ya que están en contacto con las importantes casas productoras y distribuidoras de películas como la Metro, Mercurio, Paramount, Cifesa y Fox».
El cronista justifica la no apertura de dicho cine en las fiestas de septiembre de 1965, a celebrar el 7, 8 y 9, «debido a que la firma encargada del mobiliario no cumplirá hasta después de las ferias».
Cabe destacar que en esa época estaba en pleno funcionamiento otro cine teatro, el Salón Pósito, cuya fecha de fundación data de 1932, de propiedad municipal y se sigue usando como el salón de actos de la villa. Está situado en la calle Larga y en su día ambos competían pero había público para las dos salas que, según señalan quienes lo conocieron, se llenaban.
Muchas personas que vivieron su juventud en aquellos tiempos recuerdan el Cine Jim, «allí muchas parejas se dieron sus primeros besos», dice Felipe Botrán quien indica que, entre otras personas que allí trabajaron, estaba su hermana María Botrán, que fue acomodadora. También fue acomodadora Julia Losa Cáceres y Julia Cuadrado. La última, esposa de Pedro Pérez, que trabajó poniendo en funcionamiento la proyectora cinematográfica.
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«Yo tenía que preparar la película porque solían venir cambiadas, había que rebobinarlas y unirlas, porque lo mismo venían de una máquina que era más pequeña», explica Pedro Pérez. Dado que las películas pasaban de un cine a otro y a Cantalapiedra probablemente llegaran después de haberse estrenado en Salamanca o en Madrid.
En Cantalapiedra había cine los domingos, los jueves y algún sábado, según recuerda Pedro Pérez. Pero eso fue en el que conocían como cine de Míster porque Pérez deja constancia de que «no era como cuando mi suegro, Melitón Cuadrado, en el Salón Pósito, muchos años antes». En aquellos tiempos «se cortaba mucho la cinta, pero yo ya las ponía sin parar», explica. En su caso estuvo bastante tiempo con Teodoro Bermejo y Nicolás Zazo, que eran los que lo llevaban, aunque en un principio «lo llevaba un señor que tenía tres cines en Salamanca». Con estos gestores ponía las películas El Titi, «que fue el que me enseño y después estuve yo», anota.
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