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Jorge Holguera Illera
Viernes, 25 de marzo 2016, 11:36
Juan Morales Barajas es el último artesano del mimbre en Cantalapiedra. Ya no elabora piezas, pero recuerda a la perfección todo el proceso de fabricación manual, desde el inicio hasta el final de cada pieza. Quizá alguna vez sueñe con esas horas en que, de simples varas de mimbres daba a luz muebles, cestas, sillones y sobre todo baúles, pues Juan Morales fabricaba sobre todo «baúles de todas clases y medidas y alguna butaca que otra», recuerda para esta crónica de un oficio en vías de extinción. También esta es la historia de una vida cargada de paciencia, pues si por algo se ha preciado la trayectoria de este artesano ha sido por el aguante a unos precios mínimos por cada uno de los muebles de mimbre que elaboraba totalmente de forma manual, pues su metodología se basaba en una artesanía pura, ya que no hacía uso de máquina alguna para apoyarse en esa labor.
Comenzó en la vecina localidad vallisoletana de Fresno El Viejo, su pueblo natal. En este pueblo de casas de ladrillo cara vista, estilo mudéjar, bañado por las aguas del río Trabancos, Juan Morales Barajas aprendió el entretenido oficio de entretejer mimbre. Lo hizo en casa del señor Crescen Herrera, recuerda.
Juan Morales cuenta que de joven trabajaba en el campo y que debido a que cayó malo se libró de la mili. Desde entonces empezó en este romántico oficio preciado por precisar de hábiles manos. En aquel tiempo, estuvo una década trabajando en el obrador de quien le enseñara. Juan Morales explica que los Herrera era una conocida familia de artesanos del mimbre de Fresno El Viejo, ya que, «los 4 ó 5 hermanos más los hijos» se dedicaban al oficio.
Por entonces el mimbre era un material usado para elaborar herramientas para el trabajo. En aquella localidad caracterizada por las huertas de patatas, las grandes extensiones de cereal y las grandes parcelas de viñedo, perteneciente a la comarca de Tierras de Medina y de lo que hoy es conocido como la Denominación de Origen Rueda, se hacía uso de cuévanos de mimbre para cargar las patatas, cestos de mimbre para recoger la uva y cestillas para recoger la piedra. Estos utensilios también eran vendidos en otras localidades como La Seca. Fue una buena época para Juan Morales, porque en aquel tiempo le pagaban como asalariado.
Diez años después de aprender su oficio de artesano del mimbre, Juan Morales dio el paso a fabricar desde casa, por cuenta propia. Poco a poco fue creando su estilo y elaborando distintas piezas de mimbre, desde cestas de todo tipo a butacas y otros muebles, pero su especialidad fueron los baúles. Hacía baúles de toda clase y medida, «lo mismo daba ovalado que curvado, llanos o de encaje», describe. Sus millares de horas dedicadas a tejer mimbre dieron de sí miles de baúles pues no sabe poner una cifra exacta, pero si sabría identificarlos a simple vista.
El remate
Entre un artesano y otro existían diferencias, ratifica Juan Morales, ellos lo distinguen por el empiece y también por otros detalles como por ejemplo el remate, «no es lo mismo», puntualiza Morales. «Yo tenía mi estilo», explica este artesano del mimbre, quien recuerda haber fabricado de todo, desde forros para botellas o garrafas, cestos y cestas de todas clases, roperos, butacas y sobre todo baúles.
Precisamente lo que más le gustaba a Juan Morales de este oficio que dejó de existir en Cantalapiedra cuando él se retiró a disfrutar del merecido descanso que otorga la jubilación, era la fabricación de baúles. Desde las cuatro paredes del taller que tenía en su hogar de Cantalapiedra hacia los encargos que le hacían desde Villoruela. Con la crisis del sector en esta localidad también fueron perdiéndose las ganas de fabricar de este artesano. Él solía ampararse en trabajos como temporero en el campo para apoyar su trabajo de artesano.
Este experto en el manejo de la mimbre se vio perjudicado por el ínfimo precio al que se le pagaban sus producciones pues no se tenían en cuenta las horas dedicadas a la elaboración del enser, sino que los comerciantes se guiaban por otros valores que ellos estimaban, y estos últimos se quedaban con el 50% del valor final, es decir, ganaban más por el acto de vender que lo que obtenía el artesano por estar durante horas fabricando. Ésta es la breve reseña de la muerte de la artesanía, en este caso la de la mimbre que en Cantalapiedra aguantó desde que se estableció Juan Morales en la villa hasta que le llegó la edad de retirarse, pero que en una localidad como Villoruela, donde, el de la mimbre, era un verdadero patrimonio vivo, está agonizando sin que nadie esté poniendo remedio a una muerte acelerada.
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