redacción / word
Sábado, 27 de febrero 2016, 12:14
El pasado martes por la mañana, a petición de los agentes de la Guardia Civil que llevaban ocho días tras su pista, Alberto José Núñez Beato salió de casa. Lleva seis años encerrado en ella. 72 meses. 2.190 días, asegura la Benemérita, que le detuvo, le llevó a sus dependencias primero y a sede judicial después. Prestó declaración y al cabo de unas horas ya estaba en libertad, ahora sin necesidad de esconderse. Sentado al brasero, con un mechero en la mano y el bote de tabaco de liar cerca, el protagonista confirmaba la inusual historia: sí, llevaba seis años sin pisar la calle.
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Su arresto venía a cumplir el mandamiento de un juzgado de Salamanca, y para su disgusto, suponía también destapar una historia tan sorprendente como la naturalidad con la que Gabriel Iglesias, alcalde del municipio cacereño de Jerte (1.282 vecinos, a 55 kilómetros de Plasencia), expresaba ayer su incredulidad.
«Yo vivo al lado de esa casa -explica el regidor, del PSOE-, y un concejal también, y me he quedado alucinado cuando me he enterado de esta historia, yo pensaba que ahí solo vivía la mujer». Ella es Milagros, la pareja de Alberto José, y la vivienda es la del número 108 de la calle Ramón Cepeda. Ese inmueble que el detenido convirtió en su escondite pertenece a su abuelo materno, Segundo Beato, un paisano bien conocido en la localidad, lo mismo que en Tornavacas (a ocho kilómetros de Jerte) casi todos saben quién era Julian Núñez, secretario del Ayuntamiento a quien la vida no le llegó para conocer la detención de su hijo. El hombre falleció hace unos días, y al funeral faltó Alberto José, que ni por esas abandonó su encierro voluntario.
La pregunta de por qué se encerró en casa se responde en dos palabras: la cárcel. Tras cumplir una condena de tres años en la prisión de Salamanca, tenía claro que no quería volver a pasar por esa experiencia. Su libertad, aunque solo la haya ejercido para decidir enclaustarse, estaba amenazada por una orden de búsqueda y captura dictada por el Juzgado de Instrucción número tres de Salamanca, que tiene pendiente juzgarle por un presunto delito contra el patrimonio. Algo sobre lo que él prefiere no hablar, pero que probablemente tiene que ver con los días más oscuros de su vida, que no siempre ha discurrió por los caminos más aconsejables.
Durante los seis últimos años, la única persona con la que se ha relacionado ha sido Milagros, su pareja, una mujer con problemas de movilidad que se ha encargado de que en ese mundo de cuatro paredes no faltara lo necesario para vivir. Comida, bebida, tabaco...
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Cuando Alberto José tomó la decisión de instalarse de incógnito en la casa de su abuelo, la vivienda -de dos plantas y apariencia humilde, lo mismo que las que hay al lado- ni siquiera estaba conectada a la red de aguas del pueblo. La engancharon para él, que en el año 2009, ya vivía ahí, en el número 108 de la calle Ramón Cepeda de Jerte, según consta en un anuncio publicado en el Boletín Oficial de la provincia de Cáceres del 17 de marzo de ese año. Su nombre aparece en una lista de personas a las que se les denegaba el derecho a cobrar el paro «por resultar desconocidos sus domicilios».
Cuatro años más tarde también le buscó el gobierno autonómico y tampoco le encontró. El Diario Oficial de Extremadura del 26 de febrero de 2013 recoge una notificación de la Dirección General de Política Social y Familia en la que aparece su nombre. «No se ha podido practicar la notificación en relación con el expediente de protección de menores por carecer de domicilio conocido», se puede leer.
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Tras ese intento fallido de contactar con él está la custodio del hijo de Alberto José, que nació en Tornavacas hace 48 años y que ayer protagonizó las conversaciones en Jerte. Que el hombre llevara seis años sin poner un pie en la acera lo afirma la Guardia Civil y lo ratifica él mismo, que llevó su reclusión hasta el extremo. No salió de casa ni para ir al dentista. En un momento de su encierro, tuvo problemas con una muela y optó por quitársela él mismo. Utilizó un alicate.
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