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Cecilia Hernández
Martes, 21 de julio 2015, 12:27
Fernando Rodríguez Garrapucho fue nombrado el pasado año consultor del Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos, un tema puesto de actualidad recientemente por el Papa Francisco con su propuesta de unificación de la Semana Santa entre todas las ramas del cristianismo.
La unidad de los cristianos está de actualidad a causa de la propuesta del Papa Francisco sobre una fecha fija de la Semana Santa. Usted es consultor del Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos, ¿cuál es su trabajo allí y de qué se encarga ese órgano? ¿Y el Centro Juan XXIII de la UPSA?
Su pregunta en realidad son dos: El Pontificio Consejo para la unidad se encarga desde el tiempo del Concilio Vaticano II, en que fue creado por el papa santo Juan XXIII, de promover toda clase de iniciativas para lograr la reconciliación entre los cristianos divididos: protestantes, ortodoxos, anglicanos y católicos. Desde entonces este Consejo mantiene un diálogo teológico, relacional y pastoral con todas las Iglesias del cristianismo no católico. Ya sea en diálogos bilaterales o con el Consejo mundial de Iglesias, donde está representado este mundo cristianismo no católico. Mi papel en él es el de aconsejar en Roma para poder llevar a cabo toda clase de iniciativas que, con mucha creatividad, se despliegan en el mundo entero para ir aumentando en conocimiento y aprecio mutuo. Sobre el Centro ecuménico Juan XXIII de la UPSA le diré que se ocupa sólo del ecumenismo teológico, y así ofrece en lengua española para nuestro país y Latinoamérica toda la documentación e investigación teológica que se hace en el ámbito del ecumenismo.
¿Dónde se encuentran las principales barreras que impiden esa unión?
Eso depende de cada Iglesia y de las causas que llevaron a la división. En forma muy simple le diré que con los ortodoxos el principal impedimento es la autoridad del papa y la forma de ejercicio de esa autoridad para toda la Iglesia. Mientras que con los protestantes y anglicanos ahora mismo el principal obstáculo es la forma de entender la constitución de la Iglesia, de los sacramentos y del ministerio eclesial, si debe ser un sacramento, y cómo se funda su autoridad apostólica
¿Qué cambios se han experimentado?
En 50 años desde el Vaticano II se ha avanzado más en la unidad que en siglos de intentos y concilios anteriores. El secreto está en que se están teniendo en cuenta las bases humanas, filosóficas, teológicas y pastorales en un diálogo que está llevando a la fraternidad reencontrada, que es de lo que se trata en el fondo.
¿Es una cuestión más diplomática que religiosa?
Ni hablar. Es puramente religiosa, porque lo esencial del ecumenismo cristiano es encontrar juntos lo que Dios ha querido desde el principio y quiere para su Iglesia, como luz de las gentes y signo de salvación en el mundo.
¿En qué términos podría darse esa unión? Es decir, ¿habría renuncias por alguno de los lados? (La ordenación sacerdotal de las mujeres en el anglicanismo, por ejemplo).
Es difícil saber con exactitud cómo será la Iglesia unida del futuro, porque aquí se avanza sólo en la medida en que nos dejamos llevar por el Espíritu Santo, y sólo Dios sabe por los caminos que nos conduce, si le dejamos actuar como personas e instituciones. Pero es claro que se tratará de una Iglesia como comunión de Iglesias que tendrá mucha más variedad ritual, teológica, canónica y pastoral que la que conocemos en la versión católica latina, que es la mayoritaria. La cuestión de la ordenación de mujeres es tan amplia que no me atrevo a decir una línea sobre el tema para no desfigurar la complejidad que entraña. Pero, sin duda, habrá que seguir dialogando y buscando para ver si pertenece a la voluntad de Cristo para su Iglesia.
¿Cómo ve el futuro en estas cuestiones?
Con optimismo, porque estoy convencido de que el ecumenismo en un gran don del Espíritu Santo para la Iglesia de nuestro tiempo. En un mundo como el nuestro cada más globalizado en todos los aspectos de la vida humana, hoy ya no se puede ser cristiano sin pensar en dar juntos un testimonio del Evangelio de la unidad y fraternidad que Cristo quiso para sus seguidores. Dicho en negativo: en el mundo globalizado, la división de los cristianos es un escándalo cada vez mayor que impide la presencia del Evangelio de Jesús como sanación de las heridas que dividen y destruyen la humanidad contemporánea. Es la urgencia de la misión la que cada vez más nos empuja a la unidad y a la reconciliación.
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