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MARÍA JESÚS GUTIÉRREZ / WORD
Lunes, 22 de junio 2015, 14:02
Más de medio centenar de personas, llegadas desde Salamanca y distintos puntos de la Sierra de Francia, han participado este fin de semana en un viaje sonoro a través del silencio en San Miguel de Robledo, una iniciativa que se desarrolló en Los Jardines del Robledo con José Luis Gutiérrez, director del Festival de Jazz de Valladolid, como protagonista.
Se trató de un viaje muy conceptual, porque todo tenía su significado; aparecía la Trinidad, el cuerpo, la mente y el espíritu», y también los cuatro elementos -tierra, agua, aire y fuego-, pero todo explicado de una forma sonora. «En el que había niños, que se incorporaban de una forma muy blanca, muy limpia; y había personas que están más acostumbradas al arte, a la espiritualidad, a otro tipo de sensibilidades de los conciertos; y había otras personas de la Sierra, paisanos que no tienen ese tipo de experiencias con el arte. El público era realmente heterogéneo», explica José Luis Gutiérrez, quien dio a todas esas personas elementos para que fueran sonando durante la experiencia y el recorrido por los distintos espacios de los Jardines del Robledo, con el fin de que «experimentaran desde sus propias vivencias, desde sus propias experiencias; cada cual tenía que coger un flexómetro y ver cómo el espacio y el tiempo hacían de alguna forma sonar; y entre tanta gente, pues había mucha variedad; como el jardín en sí, que tiene muchas variedades de plantas, cerezos que todo el mundo conoce pero también plantas exóticas que nadie conoce y que puedes probar -como una frambuesa-, oler una flor, meter la mano en el agua; son como muchas sensaciones distintas, variadas y un poco ese mensaje que me trasmitía el espacio fue lo que quise hacer a nivel sonoro, con muchos timbres, muchos colores, muchos efectos pero no vacíos, buscarles un significado, un contenido». En definitiva, se trataba de contar una historia a través del recorrido por los distintos espacios de los Jardines del Robledo.
Espacios que invitaban a la participación. Así, por ejemplo, en la zona de los niños se hizo música para los más pequeños; en la zona de los planetas, se hizo música que recordaba el origen del universo desde el punto de vista del sonido. En el jardín del invierno, donde hay en el suelo piedras blancas que simulan la nieve, «me ha sugerido las lunas llenas de enero, que son tan limpias y tan plenas, que la gente utilizaba esos momentos para cortar los árboles, porque decían que la madera se conservaba mucho mejor; pues ahí he puesto una luna llena que era un gong y todo el que pasaba por allí tocaba el gong como si fuera la propia luna llena», contaba Gutiérrez.
Y es que los asistentes participaron en todo momento por una «trashumancia sonora» a través de un viaje que el artista había ambientado de una forma marina, con un barco; y en el que trató de explicar la «conversación del sonido y el silencio, cómo se transforma en el ritmo; y a partir de ahí la gente comienza a viajar en ese barco como si fuésemos trashumantes». Un viaje en el que a los participantes se le colgaron, por ejemplo, los pesos de la vida, simbolizados en una lata en un pie (que recordaban las esquilas de los animales), «cada uno elegía su sonido y llevaba su carga, hasta un momento en el que había una liberación», apostillaba Gutiérrez. Y así, se iban utilizando los distintos elementos que hay en los Jardines del Robledo, que es «un espacio muy sugerente».
Este viaje del sonido fue, como manifestó Gutiérrez, «una idea fantástica, que a un espacio tan paradisiaco y al que con tanto cariño se cuida, se le incorporen elementos artísticos, me parece ideal, como una comunión natural fantástica».
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