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ignacio francia
Viernes, 15 de mayo 2015, 13:05
Desde hoy -tras un prólogo protocolario de la tarde anterior- hasta el día 19 se cumplen 60 años de la celebración en Salamanca de las I Conversaciones Cinematográficas Nacionales, que durante un tiempo representaron un faro para el cine español, que luego han sido mitificadas por algunos sectores y que, por fortuna, desde hace años se las viene situando en su contexto, una vez estudiado y analizado cómo se gestaron, cómo se desarrollaron y lo que supusieron y aportaron. A estas alturas del camino las Conversaciones representan una pieza arqueológica en la historia del cine español, al igual que también constituye una pieza museable muy interesante la otra dimensión menos conocida pero suficientemente documentada de aquellas reuniones: por primera vez en la España de la posguerra se habló y analizó en público, para proponer «otra cosa», la política del régimen dictatorial. Porque las Conversaciones -los documentos lo respaldan- funcionaron como unas sesiones de estudio y debate democrático en torno al cine español, ciertamente, pero también se constituyeron como un «acto político» frente a la dictadura.
«Salamanca, capital del cine español», había escrito J. Mª. García Escudero un año antes, en relación con las actividades del Cine-club del Seu, encabezado por Basilio Martín Patino, estudiante de filología inglesa, que contaba con el apoyo de Joaquín de Prada, José Mª. Gutiérrez, Manuel Bermejo, José Luis Hernández Marcos, Gabriel Rosado, colaboraciones del ya profesor Luciano G. Egido, todos bajos la presidencia amparadora de Fernando Lázaro Carreter y el aliento del rector Antonio Tovar. Hay que destacar que esos promotores eran universitarios, pero el proyecto no dependía de la Universidad, sino del Seu, estructural y financieramente.
Desde el principio se tuvo la habilidad suficiente para instrumentalizar el sindicato oficial y obligatorio para todo estudiante. En medio de aquella sociedad adocenada de vulgaridad salmantina de la posguerra, con poco más de un año de recorrido ese Cine-club se puso en cabeza de los españoles como consecuencia de las actividades organizadas con intensidad y competencia, con un inusitado dinamismo, como se encuentra registrado en los anales y recogido por quienes hemos estudiado aquellos días.
Una de esas actividades preparadas por los jóvenes del Cine-club fue la que desencadenó la tormenta de las Conversaciones. Pensaron en convocar unas Jornadas Internacionales de estudio sobre la Universidad y el Cine, y con ese proyecto se presentaron en Madrid ante el grupo que en aquel momento contaba con peso destacado en relación con el cine, los dirigentes de la revista Objetivo: Ricardo Muñoz Suay, Juan Antonio Bardem y Eduardo Ducay, es decir, el corazón del PCE en la cultura. Además, controlaban en ese campo las influyentes revistas Índice e Insula. Me lo señaló Muñoz Suay en respuesta a mis preguntas para el trabajo sobre las Conversaciones: «Vi el cielo abierto». Ante ellos se habían presentado unos muchachos con ganas y con ideas y, sobre todo, con capacidad para organizar con cobertura oficial lo que a ellos les resultaba imposible, dado su cerco por parte del régimen. Se dio la vuelta a los dos folios y medio del grupo salmantino y de allí salió ya el embrión del llamamiento de las Conversaciones fundamentado en una serie de textos y puntos ligados al sentido del cine que defendía Objetivo, así como el contenido de las ponencias y sus autores.
Fechas después se recibió en el Cine-club el texto definitivo del Llamamiento, elaborado por Muñoz Suay y Ducay, que incluso recogieron párrafos del editorial del número 3 de la revista, especialmente. Un texto que pareció «inmejorable» al grupo salmantino. Los problemas llegaron al fijarse los firmantes de ese Llamamiento, porque se puso el veto a R. Muñoz Suay, y más adelante se intentó prohibir las jornadas y otras maniobras en las que se afanó el gobernador civil, José Luis Taboada, e incluso otros mandos de Madrid. Así, se requirió tacto, capacidad negociadora el joven Martín Patino mostró sus habilidades para superar una serie de obstáculos en relación con sospechas, opiniones contrarias, vetos (G. Sadoul, C. Zavattini). Como lanzamiento del texto de la convocatoria se publicó el primer número de Cinema Universitario, revista de referencia.
Cuando comenzaron las sesiones de trabajo el día 15, se advirtió el variopinto pelaje ideológico que poblaba las aulas de la Universidad salmantina que acogió a los asistentes. A los jóvenes anfitriones del Cine-club se sumaban «el grupo Objetivo» (mayormente comunistas o filo comunistas), el grupo católico (García Escudero y Pérez Lozano como jefes de fila), falangistas (M. Arroita-Jauregui como más destacado), independientes, despistados (Luis G. Berlanga el más notable), indiferentes
Las posiciones operaban en relación con planteamientos al cine español, pero, especialmente, respecto a posiciones ideológicas a la hora de buscar acomodo a las ideas y propuestas. Y como en aquella España no era posible el debate, se carecía de entrenamiento en torno a ese movimiento de ideas y estrategias, lo que rápidamente comenzó a aprovechar la capacidad estratégica bien definida de Muñoz Suay, que estaba entrenado desde los tiempos republicanos y de sus estancias italianas junto a los neorrealistas. Por fortuna, los asistentes entraron en esa dinámica y fue así cómo se ha señalado que por primera vez en la España dictatorial en un congreso se produjo el intercambio de ideas tranquilo y enriquecedor desde posiciones distintas, de tono democrático, en el que las ideas contaron de modo fundamental.
El mayor torrente de ideas llegó desde el terreno del «grupo Objetivo», desde luego, pero también se aceptaron debidamente y se debatieron las relativas a aspectos económicos, la crítica, los obstáculos, el derecho, planteados desde otras posiciones ideológicas. La ponencia de Muñoz Suay-Eduardo Ducay iba a resultar decisiva en torno a los caracteres del cine español, porque no se anduvo por las ramas con sus referencias al planteamiento de los problemas en función de su situación real y temporal y de buscar soluciones, en torno a las cuales apuntó que «rechazamos, para problemas materiales, soluciones espirituales o sentimentales simplemente. Rechazamos, para problemas sociales, soluciones individuales». No dejó de apuntar que la escuela para el cine español se encontraba en el realismo, el neorrealismo al modo italiano. Naturalmente se generó debate frente a esas ideas bien diferentes a las defendidas por el régimen, pero se aprobaron por mayoría.
Ideas diferentes
El otro momento caliente de las sesiones fue la presentación de la ponencia Cine político, defendido por el periodista Emilio Salcedo, ponente y ponencia que había impuesto el gobernador civil para conceder la autorización, del que entonces era secretario político, además de jefe de actividades culturales del Seu salmantino. El ponente, con la referencia de la política del 18 de Julio como partida, requirió un cine político «rabiosamente y hasta violentamente, si es preciso, español», al tiempo que se pronunciaba contra el neorrealismo «porque corremos el peligro de caer en la versión agria y deprimente de una España en la que todo va mal», lo ue consideró alejado de la realidad. Ante ese tono discrepante de las ideas diferentes que se analizaban -sólo García Escudero apoyó algunos aspectos-, Muñoz Suay era consciente de que la respuesta a Salcedo no podía hacerla él sino alguien desde dentro del sistema, y la vía para hacerlo fue Marcelo Arroita-Jáuregui, falangista confeso e intenso, que criticó con dureza los planteamientos llegados desde la playa del Movimiento Nacional.
Las propuestas y debates permitieron afrontar con buen tono los problemas del cine español, siempre dentro de respetarse las diferente posiciones representadas en las sesiones. Y al final se plasmó lo que ha quedado como sello grabado en el frontispicio de las Conversaciones: «El cine español actual es: políticamente ineficaz, socialmente falso, intelectualmente ínfimo, estéticamente nulo, industrialmente raquítico», el conocido pentagrama que planteó en su intervención en el Paraninfo Juan Antonio Bardem, recién llegado triunfalmente desde el festival de Cannes con su Muerte de un ciclista. Tras apuntar que «nosotros, gente de cine, hemos hablado en Salamanca», en nombre de los asistentes, Bardem estableció que «voluntariamente, hemos hablado con libertad absoluta, mostrando un vivo ejemplo de independencia y unidad. Aunque las opiniones y criterios individuales hayan podido ser diferentes, ha habido siempre, en todo momento, un sustrato común sobre el cual ha podido nacer un acuerdo colectivo: nuestro amor al cine, nuestra insobornable actitud crítica, nuestra terminante disconformidad con el cine español que se ha hecho hasta ahora y con las condiciones de todo orden que lo han hecho así». Hasta entonces, nunca se había señalado tan claramente en público tal disconformidad ante el régimen y desde posiciones plurales pero convergentes.
Cuando en la sesión de clausura de las Conversaciones el secretario general, Basilio M. Patino, dio lectura a los diez bloques que contenían las propuestas de las diferentes ponencias, en ellas se recogían las de todas las presentadas, excepto las referidas a la desarrollada por Salcedo, acuerdo adoptado por unanimidad.
Pero esa unidad -el denominado espíritu de Salamanca-, no tardó en saltar echa trizas. Primero llegaron las precisiones y luego saltaron las discrepancias desde distintos frentes, porque como se apuntó, el problema no residía al analizar la situación del cine español, «sino en el enfoque o actitud a adoptar ante tales problemas», puesto que «se trata de actitudes morales o políticas». Cuando en octubre de 1955 el Seu pretendió lanzar un llamamiento para «las segundas» Conversaciones, todo quedó en el cajón, porque las diferencias eran notables, y así siguieron las posiciones.
Desde el momento en el que los zarzales comenzaron a copar el camino, también entró en escena una relación que hasta entonces había funcionado de modo sigiloso, sin besos aparentes en público, pero cuña de la misma madera: el Congreso Universitario de Escritores Jóvenes. Pero entonces el régimen ya estaba al tanto de lo que ocurriría y prohibió el proyecto, lo que generó algaradas y detenciones sonadas en lo que se ha denominado «los sucesos de febrero de 1956», que fue el motivo de que Joaquín Ruiz-Jiménez regresara a su cátedra de Salamanca al ser destituído como ministro de Educación por propiciar una leve apertura.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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